Dolly, el primer mamífero clonado, fue sacrificada el pasado 14 de febrero a las tres y media de la tarde. Su muerte ha sembrado de dudas la efectividad de las técnicas de clonación y ha puesto en entredicho muchas de sus previsibles aplicaciones. Entre otras, y además de las médicas, las destinadas a la industria ganadera y, por extensión, las previstas para la alimentaria.
La muerte de la oveja Dolly, el primer mamífero clonado de la historia, ha supuesto un verdadero revés para los defensores de las técnicas de clonación y sus previsibles aplicaciones. Desde el momento en que se dio la noticia de su nacimiento, en el ya lejano 5 de julio de 1996, las expectativas sobre una nueva era basada en la capacidad de reprogramación celular, hasta entonces cuestionada cuando no ignorada, no habían dejado de crecer. Junto con la transgénesis, la clonación venía a representar el inicio del diseño de un sinfín de aplicaciones entre las que las vinculadas a la industria ganadera y agroalimentaria ocupaban un lugar destacado.
La realidad, sin embargo, se ha ido encargando a lo largo de estos años de poner las cosas en su sitio. Al tiempo que la transgénesis (la creación de organismos modificados genéticamente) se ha ido consolidando como una tecnología cada vez más sólida tanto en el ámbito de los vegetales como en el de los animales, no ha ocurrido lo mismo con la clonación, ni en lo que refiere a sus fines terapéuticos ni tampoco a los reproductivos.
Historia de un icono
Desde su mismo nacimiento, anunciado 6 meses más tarde a la comunidad científica mundial, Dolly ha sido más un icono del avance de las ciencias biológicas y su impacto ético y moral, además de legal, que no un experimento exitoso. Para que su existencia fuera posible, fue necesaria la clonación por transferencia nuclear de 277 embriones, de los cuales tan sólo 30 progresaron lo suficiente como para poder ser implantados en el útero de una oveja portadora. De esos 30, solamente uno sobrevivió hasta el final.
La bajísima eficacia del proceso, atribuida inicialmente a la poca madurez de la técnica desarrollada en el Instituto Roslin de Edimburgo (Escocia), limitaba de salida cualquier sueño de clonación con fines reproductivos en humanos -nadie, se decía entonces, se atrevería a clonar 300 embriones humanos para implantarlos al menos a 30 mujeres-, pero no en otras especies. A Dolly le siguieron otras ovejas, además de terneros, cerdos y, finalmente, ratones, el animal por excelencia en modelos experimentales.
La eficacia de la técnica mejoró lo suficiente en estos últimos seis años como para que la clonación reproductiva empezara a ser considerada una alternativa viable para el viejo sueño de seleccionar los mejores animales y fotocopiarlos. Cada vez han ido siendo menos los embriones clonados necesarios para arrancar el proceso, y mayor el número de los viables en el útero de madres portadoras.
Con las mejoras, el diseño de planes específicos para clonar sementales ha ido cobrando cuerpo. Pero no sólo eso. En Estados Unidos, así como en Europa y Japón, además de Israel, se han llevado a cabo programas para la generación de animales transgénicos de capacidades extraordinarias que luego han sido clonados con éxito. Los más llamativos son la generación de ovejas transgénicas capaces de producir proteínas de interés humano en su leche, un estudio sometido actualmente a fase de ensayo clínico en enfermos hemofílicos, o cerdos con alta productividad de carne destinada, al menos en teoría, a consumo humano.
La relojería bioquímica
Con la muerte de Dolly, las expectativas generadas alrededor del concepto de pharming, entendido como una industria capaz de generar una cabaña ganadera con intereses farmacológicos, han sido parcialmente puestos en duda.
Mucho más duro ha sido, sin embargo, el impacto sobre la posibilidad de levantar una industria ganadera basada en clones y, por extensión, en transgénicos clonados. Tanto si la finalidad era incrementar la productividad lechera de alguna especie como la de carne. Las puertas a la generación de sementales, no obstante, permanecen todavía abiertas, aunque no tanto como antes.
Las causas últimas de la muerte de Dolly se atribuyen a una adenomatosis pulmonar provocada por una infección vírica. Hasta aquí, nada destacable: se trata de una patología que no es extraña en ovejas de mediana edad en el Reino Unido. Este era el caso de Dolly. Por tanto, su muerte bien podría ser atribuida a un proceso relativamente lógico, máxime cuando en el mismo Instituto Roslin se había sacrificado un animal por el mismo motivo 18 meses antes.
Pero investigadores de distintos centros en el mundo con experiencia en clonación, sostienen que detrás de esa muerte hay factores que deben ser considerados antes de dar nuevos pasos en la misma dirección. Entre los científicos se destacan que muchos de los embriones implantados que alcanzan el estadio de feto se traducen todavía en abortos y, de los que nacen, una gran mayoría fallecen debido a problemas cardiocirculatorios, respiratorios o por un alarmante déficit en su sistema inmunitario. De los pocos que finalmente aparentan ser viables, en su mayoría presentan el llamado síndrome LOS (acrónimo de la expresión inglesa Large Offspring Sindrome) que se caracteriza por la obtención de animales de mayor tamaño en relación a animales no clonados.
Lorraine E. Young, investigadora del Instituto Roslin, publicaba hace un par de años en la revista Nature Genetics, la que hasta ahora es la explicación más razonable a la escasa tasa de éxitos. La clave, señalaba entonces, podría encontrarse en la manipulación de la maquinaria de relojería que pretende transformar una célula adulta en otra embrionaria. En ese proceso se introducirían errores de control del material genético que podrían llevar a malformaciones, cuando no a un desenlace fatal. La palabra clave para resolver la trama sería entonces «metilación».
La metilación de ADN es una compleja reacción bioquímica que juega un papel determinante en la activación o inhibición de un buen número de genes. De su correcto funcionamiento depende que, por ejemplo durante el desarrollo embrionario de un organismo, éste se desarrolle normalmente y se activen las funciones que determinarán no sólo su forma sino también la formación de órganos y tejidos, además de otras características propias de la herencia genética transmitida de generación en generación.
VEJEZ PREMATURAOtsuo Agura, científico del Instituto de Investigaciones Físicas y Químicas (RIKEN) de Tokio, uno de los centros más prestigiosos del mundo en genética, añade a los anteriores argumentos el de la “extrema fragilidad” del clon. En declaraciones recientes al servicio BioMedNet News, Ogura señala que todas las evidencias llevan a pensar que las expectativas de vida de un animal clonado son mucho menores, algo que su equipo ha podido constatar con ratones. En sus experimentos, Ogura ha evidenciado un desarrollo del animal, así como de sus órganos y tejidos, poco acorde con lo que cabría esperar de su edad, aunque reduce el impacto negativo de la manipulación del embrión durante la transferencia nuclear y su posterior implantación, uno de los aspectos que se creían decisivos..
Harry Griffin e Ian Wilmut, los padres de Dolly, ya habían previsto esta eventualidad en 1999 cuando detectaron que los telómeros de las células somáticas de la popular oveja eran mucho más cortos de lo normal. El telómero es el extremo del cromosoma y su longitud se asocia con la capacidad de división de la célula. En condiciones normales, los telómeros se acortan con la edad, de forma que un animal, o un humano, ancianos los presentan más cortos que los jóvenes. Si mantienen la misma longitud o mayor, se entiende que puede ser indicativo de una mayor capacidad de división celular, fenómeno asociado a la aparición de tumores.
Dicho de otro modo, Dolly, al igual que otros muchos animales clonados, presentaba en el momento de su muerte signos inequívocos de una vejez prematura. La artritis que padecía en una de sus piernas, así como otros síntomas, además de sus características celulares, parecen corroborar esta teoría.
A la vista de los resultados, y a la espera de lo que revele la autopsia más meticulosa efectuada hasta la fecha, las conclusiones son obvias: las técnicas de clonación todavía son poco maduras y poco eficientes. Con los datos en la mano, ninguna industria, y menos la ganadera, se atreverá a aventurar resultados exitosos por un tiempo. Los clónicos en el plato, contrariamente a lo pretendido, deberán esperar.