Cada vez se están asociando más los comportamientos nutricionales con la seguridad alimentaria. Esta tendencia no se debe a una intención de abarcar un campo más amplio, por parte de los especialistas en seguridad, sino por una evidente relación entre una alimentación inadecuada y la aparición de verdaderas epidemias de origen alimentario.
Las tendencias que se están perfilando en la prevención de una alimentación inadecuada como factor de seguridad alimentaria son, en esencia, similares a las que, en general, están previstas para limitar el impacto de problemas de transmisión alimentaria provocados por patógenos o contaminantes de origen químico. La prevención, como en otros ámbitos, se entiende en este caso como fundamental para evitar situaciones que comprometan la salud pública. Para ello, la concienciación a todos los niveles nos ha de llevar a una mejora de la situación general. El resultado más deseado, si todas las medidas se desarrollaran correctamente, sería una modificación en los hábitos alimentarios de la población.
Evidentemente, la población en general, es decir, los consumidores, no van a modificar sus tendencias nutricionales o de higiene porque lo diga un grupo de técnicos, sino porque de forma inequívoca y generalizada se procede a una concienciación general y a una ayuda activa por parte de las instituciones y de las empresas alimentarias.
Modificación de los hábitos alimentarios
La creación de entornos favorables puede facilitar una mejor comprensión de mensajes nutricionales y un mayor seguimiento
Una de las razones que lleva a las personas a cambiar sus hábitos alimentarios es que sientan dicha necesidad, algo que normalmente está relacionado con la aparición de enfermedades de elevada gravedad, como la detección de un problema cardiovascular, un accidente cerebro-vascular o un tumor. Sin embargo, mientras esto no es así, solemos tener una visión deformada de nuestro propio comportamiento, lo que nos lleva a pensar que los mensajes sobre una alimentación sana van dirigidos a personas más vulnerables que nosotros.
Este fenómeno de optimismo general está en parte relacionado con la lentitud con la que aparecen los problemas. Se trata de una situación diferente a las infecciones o intoxicaciones agudas de origen alimentario. Normalmente, un microorganismo o una toxina actúan de forma evidente, encontrando una clara causa y efecto. Los problemas derivados de una nutrición deficiente se asemejan más a una intoxicación crónica, por lo que pueden ser considerados como tal.
No obstante, los problemas relacionados con una mala nutrición son voluntarios. Muchos consumidores consumen alimentos en cantidades no del todo saludables porque así lo desean. Es más, muchos de estos consumidores conocen que no son del todo sanos y aún así, siguen consumiéndolos. Esto es muy diferente a las intoxicaciones crónicas de tipo químico, donde los consumidores desconocen que consumen el tóxico y suelen rechazar los alimentos contaminados cuando conocen el peligro.
Esta situación de consumo voluntario limita la posibilidad de modificar los hábitos alimentarios y requiere intervenciones mucho más importantes en materia de sensibilización, ya que el hecho de que los individuos no sean conscientes de su comportamiento va asociado a una falta de motivación para llevar a cabo este cambio. Más información sobre la manera en la que las personas comparan sus respectivos hábitos alimentarios ayudará a comprender mejor el consumo de alimentos y los factores que lo determinan, y aportará ideas para mejorar las acciones educativas en materia de nutrición.
¿Cómo cambiar los hábitos alimentarios?
Una vez reconocida la necesidad del cambio, una de las principales barreras para llevar un régimen alimentario más saludable son las preferencias personales. La mayoría de las personas asocia la dieta sana a una dieta monótona, insípida e insuficiente. Asimismo, el rechazo a prescindir de los alimentos favoritos y la falta de voluntad forman parte de las reticencias alegadas.
De hecho, una de las excusas más habituales para no seguir los consejos nutricionales es la falta de tiempo para preparar esos alimentos, en comparación con comida rápida o ya preparada, mucho más sabrosa y organolépticamente mejor aceptada. Es curioso que en Europa esta situación es especialmente evidente entre los jóvenes y las personas con estudios superiores, mientras que en Estados Unidos es justamente al contrario, es decir, gente mayor y con escasa formación.
A la mayor parte de la población le resulta muy difícil aumentar el consumo de frutas y verduras, a pesar de sus reconocidas cualidades beneficiosas. La puesta en práctica de los cambios recomendados se ve dificultada por problemas de orden práctico como el tiempo necesario para realzar la compra, la necesaria frecuencia para conseguir un producto fresco, el tiempo para conseguir su preparación y la imposibilidad de encontrarlos en el lugar de trabajo.
Una de las soluciones propuestas consiste en informar sobre cómo sustituir los productos que se compran habitualmente por frutas y verduras, sin que ello conlleve mayores gastos ni más esfuerzo y dar ideas sobre como preparar estos alimentos con un sabor más agradable.
Además, sería muy positiva la puesta en marcha de acciones por parte del gobierno, las autoridades sanitarias y los productores y vendedores de estos alimentos, fomentando el consumo de frutas y verduras y resaltando la buena relación calidad-precio de estos productos. Así mismo, sería muy positiva la implicación de la industria transformadora, con el desarrollo de nuevos alimentos en los que se incluyan frutas y verduras de calidad y en condiciones nutricionalmente aceptables.
Los consumidores no creen que la falta de información sobre la importancia de una alimentación sana pueda considerarse una de las principales barreras para el cambio de hábitos alimentarios, aunque de hecho lo sea. Por otra parte, a los consumidores les cuesta entender las etiquetas de los productos, calcular qué cantidad representa una porción, los componentes saludables o menos saludables en los alimentos consumidos habitualmente y no saben cómo equilibrar su dieta.
Por estos motivos, las iniciativas educativas en el campo de la nutrición pueden contribuir a que los consumidores sean capaces de tomar decisiones con conocimiento de causa, sobre todo porque pueden dar herramientas que ayuden a mejorar el conocimiento de una alimentación saludable desde todos los puntos de vista.
La creación de un entorno que permita la elección de estilos de vida más saludables es especialmente relevante para las personas que viven en zonas con instalaciones de recreo insuficientes o demasiado caras, o en lugares donde pueda resultar peligroso o complicado el pasear, correr o hacer ejercicio físico. Será preciso que los gobiernos, los entes locales y las autoridades sanitarias establezcan acuerdos para crear entornos que faciliten estos cambios y se adecuen a los mensajes relacionados con la alimentación y las iniciativas educativas.
Incluso las personas más motivadas, que han adoptado una dieta equilibrada debido a problemas de salud, vuelven a sus antiguos hábitos a causa de las dificultades con las que se encuentran.
Ya que la familia y los amigos pueden ayudar a realizar y mantener este cambio de régimen alimentario, el hecho de adoptar estrategias alimentarias aceptadas por ellos puede resultar beneficioso para la persona interesada, y al mismo tiempo, tener un efecto positivo sobre los hábitos alimentarios de los demás. Por otro lado, las terapias de comportamiento brindan a las personas herramientas para ayudarlas a no saltarse la dieta.
No es fácil cambiar de hábitos alimentarios porque implica alterar costumbres que se han ido estableciendo a lo largo de los años. Mantener este cambio de comportamiento es aun más difícil y requiere motivación, control sobre nuestro comportamiento y apoyo social. La psicología social ofrece modelos teóricos y herramientas que permiten entender mejor el proceso por el que las personas toman decisiones en lo que respecta a su salud, y pueden ser útiles para programar intervenciones en este ámbito.
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