Una de las dudas que planean sobre los alimentos transgénicos es saber si la alteración genética inducida implica un mayor riesgo de desencadenar reacciones alérgicas entre los consumidores. La incógnita, lejos todavía de estar resuelta, es clave no sólo por sus implicaciones comerciales sino también por sus derivaciones legales tanto en lo que refiere al etiquetado como a la seguridad global del producto.
Una de las principales preocupaciones de la industria biotecnológica que actualmente ensaya la investigación con organismos modificados genéticamente (OGM) es asegurar la total inocuidad de los productos que pretenden introducir en el mercado. Esta preocupación, reflejada ampliamente en la legislación europea y de otros países en el mundo, encuentra su traducción no sólo en el aseguramiento de la calidad del producto y del proceso empleado para obtenerlo, sino también en la exclusión de cualquier posibilidad, por remota que sea, de alteración o afectación del medio ambiente o de la salud de personas o animales.
En el catálogo de preocupaciones para limitar efectos adversos que pongan en duda las consideraciones citadas, en los últimos años se ha incorporado el estudio de la probabilidad de que los OGM sean responsables de desencadenar alguna forma de alergia alimentaria. Si ello fuera así, el producto dejaría de tener interés desde la perspectiva comercial ante el rechazo más que probable del consumidor.
Como es sabido, una alergia alimentaria se puede manifestar por síntomas tan diversos como diarreas, urticaria o respiración silbante. De su aparición son responsables unos anticuerpos concretos, las inmunoglobulinas E (IgE), que reaccionan ante la presencia de un compuesto alergénico (un alérgeno).
Los consumidores que padecen alergias alimentarias suelen tener un sistema inmunitario desajustado. Esto es, que al tener un primer contacto con algún alimento en cuya composición se encuentra un alérgeno se produce en su organismo un exceso de inmunoglobulinas E (IgE); y que con ocasión de un segundo contacto, la reacción se acrecienta y prosigue por medio de la liberación de sustancias, como la histamina, que son responsables de los síntomas clínicos de la alergia.
La utilización de productos procedentes de organismos genéticamente modificados en nuestra alimentación es cada día mayor, por lo que es apropiado preguntarnos si ellos podrían provocar un incremento de las alergias en los consumidores que las padecen o peor aún, si pueden provocar alergias en quienes no las sufren.
Potencial alergénico
La lista de los principales alimentos alergénicos es muy amplia y depende de los hábitos alimenticios de las personas, de la edad de las mismas, y hasta de la zona geográfica donde se localizan los consumidores; además puede variar el tipo de alergia, con el tiempo. Los niños de corta edad por ejemplo, reaccionan preferentemente a los alérgenos animales, mientras que los adultos somos mas sensibles a los alérgenos vegetales.
En el campo alimentario, hasta el momento se han clasificado ocho grupos de alimentos implicados en el 80% de los casos reconocidos de alergias alimentarias. Estos grupos son: cacahuete, soja, nuez y avellanas, leche, huevos, pescado, crustáceos y trigo. Varios alérgenos de estos alimentos están ya plenamente identificados.
El soporte de la alergenicidad de un alimento suelen ser las proteínas (generalmente de la familia de las glicoproteínas). En cualquier caso, una alergia nunca es debida a una única proteína, sino a un gran número de ellas o a simples fragmentos peptídicos (trozos de proteína más pequeños).
En lo que a los alimentos modificados genéticamente se refiere, puede suceder que en ellos se encuentre el transgén (material genético transferido) que codifica un alérgeno conocido, o que produce una proteína procedente de un alimento alergénico. Puede pasar también que para la proteína que codifica no se disponga de ningún dato histórico, clínico o epidemiológico que mencione alguna alergenicidad propia o de su fuente.
Cuando un transgén codifica una proteína conocida como alérgena, es muy probable que dicha proteína, tal como la expresa el vegetal, conserve su potencial para desencadenar una alergia.
Para confirmar si efectivamente se desencadena una alergia, se pueden realizar pruebas inmunoquímicas con muestras de sueros procedentes de pacientes alérgicos a esta proteína. Un suero que, por tanto, es rico en IgE específicas. Este tipo de estudio, por ejemplo, se ha llevado a cabo con soja modificada que expresa la albúmina 2S de la nuez del Brasil.
El suero de estos pacientes reacciona igual con la albúmina 2S procedente de la soja modificada que con la albúmina 2S de la nuez del Brasil. En este caso, la transgenésis no hace sino transferir la alergenicidad de un alimento a otro a través de la proteína alérgena conocida. Esto es lógico, si tenemos en cuenta que cuando se modifica genéticamente un alimento, no se hace sino inducir a que en el ser vivo de recepción se produzcan proteínas procedentes de otros seres. Desde este punto de vista, es esencial que se haga indicar cuál es la procedencia, puesto que de esta forma los consumidores podrán identificar, leyendo la etiqueta, si pueden o no consumir el alimento en cuestión.
El verdadero problema se presenta cuando la fuente del transgén no tiene ningún pasado de alergenicidad y por consiguiente no se dispone de suero para efectuar el test de comprobación. Para tratar de solucionar este inconveniente los investigadores han propuesto distintas aproximaciones:
- Buscar homologías de secuencia entre la proteína extraña introducida en el alimento y los alérgenos conocidos. El hallazgo de una secuencia homóloga se considera entonces como una presunción de alergenicidad.
- Analizar las propiedades físico-químicas de las proteínas. En este caso se parte del principio de que la alergenicidad es esencialmente imputable a la molécula proteica intacta. Es decir, que cuanto más resistente es una proteína a la acción de las enzimas digestivas, tanto más probable es que sea absorbida intacta, por la mucosa intestinal, siendo en consecuencia activa como desencadenante de una reacción alérgica.
- La concentración en el alimento. Se trata de un criterio de predicción independiente de las características intrínsecas de la proteína. En la soja, la leche o el cacahuete, por ejemplo, la proteína alergénica puede variar desde unas pocas unidades por ciento al 80% de las proteínas totales.
Peligro actual
Hasta ahora, la tendencia ha sido creer que no hay que temer a eventuales riesgos alérgicos ligados a la presencia de una proteína extraña si ésta representaba menos del 1% del contenido proteico total. Es lo que ocurre con los actuales alimentos formados por OGM o procedentes de ellos, donde la proteína de interés suele representar entre el 0,01% y el 0,4%.
Esta consideración, sin embargo, se ha visto que no es suficiente. Es por ello que tratar de predecir si una proteína introducida en un OGM es o no alergénica, constituye todavía un problema. Pero no es el único: falta por estudiar si la inserción del transgén en el genoma de la planta puede interferir con el buen funcionamiento de otros genes que regulan funciones muy distintas y si esa interferencia podría repercutir, por ejemplo, en la expresión de alérgenos naturales de la planta anteriormente no expresados o débilmente expresados.
La falta de técnicas más fiables para predecir de modo objetivo el potencial alergénico de un OGM, obliga a plantear estrategias alternativas de evaluación aplicables sólo tras su salida al mercado y, por tanto, tras haber comprobado que no existe ningún otro tipo de riesgo ni para la salud humana ni ambiental. Esta estrategia pasa por efectuar un seguimiento de tipo epidemiológico después de la comercialización de dichos productos a fin de recoger datos sobre la aparición de efectos inesperados a largo plazo en la salud de los consumidores.
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