El uso de la genética en alimentación no es nada nuevo. Desde hace miles de años se han mejorado las razas de animales de granja o las variedades vegetales comestibles con el cruce sexual o aprovechando la variabilidad natural, es decir, la aparición de mutantes espontáneos. Desde hace unos años podemos aplicar la ingeniería genética.
De la mano de la ingeniería genética
Con la ingeniería genética, en lugar de mezclar genes al azar tomamos el gen que nos interesa y lo introducimos en el organismo deseado. Si en el diseño de un alimento se emplea esta nueva tecnología, se generan los llamados alimentos transgénicos. En la actualidad, estos productos se comercializan en todo el mundo, la gran mayoría de ellos en Estados Unidos, Australia, Canadá y Japón.
La diferencia entre un alimento transgénico y otro convencional es mínima. En principio sólo la técnica genética utilizada en su diseño, ingeniería genética versus cruce sexual o mutagénesis, pero este hecho tiene importantes consecuencias. En primer lugar, en el diseño de un alimento transgénico prima la direccionalidad frente al azar -en el cruce sexual se juntan genes al azar, mientras que en la ingeniería genética se toma el gen adecuado. En segundo lugar, en el diseño de un alimento transgénico es posible obtener la combinación genética adecuada de forma mucho más rápida. Finalmente, al construir un alimento transgénico es posible saltar la barrera de especie, gracias a lo cual es posible introducir características de un organismo en otro cercano en la escala filogenética o, como se está viendo, incluso entre especies no emparentadas.
En principio, no es posible cruzar sexualmente un tomate con una patata, pero se pueden expresar genes de tomate en patatas o viceversa. Esta última diferencia tiene claras repercusiones éticas. Por ejemplo, un hipotético vegetal transgénico que porte un gen de un animal puede ser un problema para un vegetariano de dieta estricta.
Tipos de alimentos transgénicos
Existen centenares de alimentos transgénicos desarrollados en laboratorios de compañías privadas u organismos públicos de investigación que pueden ser de origen animal, vegetal o fermentado. Se han construido plantas transgénicas que resisten el ataque de viroides, virus, bacterias, hongos o insectos. El más conocido es el maíz transgénico que resiste el ataque del taladro al portar un gen proveniente de la bacteria Bacillus thuringiensis y que sintetiza una proteína tóxica. Hay desarrollos mucho más espectaculares. Por ejemplo, patatas transgénicas que inmunizan contra el cólera o diarreas bacterianas, o una variedad de arroz transgénico capaz de producir provitamina A. Con él se pretenden evitar los problemas de ceguera asociados a dietas basadas en este cereal.
También se han diseñado alimentos transgénicos animales. Se han construido carpas y salmones transgénicos que portan múltiples copias del gen de la hormona de crecimiento. El resultado son peces que ganan tamaño mucho más rápido. Sin embargo, las mejores perspectivas de futuro se centran en la expresión de genes que codifican proteínas de alto valor añadido en la glándula mamaria de diferentes mamíferos. Estos animales producen leches enriquecidas en fármacos como el activador del plasminógeno. Recientemente, se ha descrito la construcción de un mamífero transgénico que expresa en su leche una lactasa y produce leche con un bajo contenido en lactosa. Su consumo puede resultar de interés para enfermos que no toleran este azúcar.
Por último, también en el caso de los alimentos fermentados se han aplicado técnicas de ingeniería genética. Las bacterias lácticas o las levaduras de uso en el sector agroalimentario han sido modificadas con genes exógenos dando lugar a quesos en los que se acortan los tiempos de maduración, vinos con un incremento de aroma afrutado, o panes en cuya producción se obvia la adición de aditivos con capacidad alergénica.
¿Son un riesgo?
Los alimentos transgénicos se perciben como un riesgo en algunos sectores de la sociedad. ¿Son buenos o malos, un riesgo o un beneficio? Para contestar a esta pregunta hay que partir de tres supuestos. En primer lugar, debe tenerse en cuenta que el riesgo cero no existe, y menos en alimentación, ya que la población humana no es homogénea -el gluten de trigo es un peligro para los celíacos pero no para el resto de la población. En segundo lugar, no es posible generalizar y hablar de que todos los alimentos transgénicos son buenos o todos son malos, ya que existen centenares de ellos y, en tercer y último lugar, no existe un sólo riesgo ya que existen riesgos de tipo sanitarios, medioambientales o económicos. El resumen de lo expuesto es claro: hay que evaluar cada alimento transgénico por sí solo, riesgo por riesgo.
Desde hace años, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) han trabajado sobre este tema concediendo prioridad a la elaboración de los principios científicos de evaluación. El concepto más importante es el de equivalencia sustancial, que otorga dicha categoría a aquellos alimentos transgénicos cuya composición nutricional y características organolépticas son iguales al convencional del que proviene, con la única excepción del nuevo carácter introducido por ingeniería genética.
Evaluación estricta
Los alimentos transgénicos que han obtenido el permiso de comercialización han sido evaluados en base a tres criterios: contenido nutricional o equivalencia sustancial, alergenicidad y toxicidad. Sin duda, son los alimentos más evaluados en toda la historia de la Tecnología de Alimentos. Todos los análisis indican que no hay datos científicos que indiquen que los alimentos transgénicos representen un riesgo para la salud del consumidor superior al que implica la ingestión del alimento convencional.
Aún así, se habla de riesgos y se hace referencia a aumentos de casos de alergia, peligro de aparición de resistencias a antibióticos, generación de cánceres o retardos en el desarrollo inmunitario. Es cierto que se produjo un caso en el que se comprobó la existencia de un problema de alergenicidad. Se trataba de una soja transgénica con un gen de nuez brasileña que resultaba perjudicial para los alérgicos a dicho fruto. El problema se detectó durante la evaluación del producto previa a la concesión del permiso de comercialización y, aunque este último se obtuvo con la condición de que se etiquetara, la compañía productora decidió no comercializarlo.
Con el resto de alimentos transgénicos ensayados hasta la fecha no se han detectado problemas. Existen alimentos transgénicos que obvian problemas de alergenicidad, como la levadura panadera transgénica desarrollada en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), cuyo uso previene la aparición de alergias inespecíficas en profesionales del sector panadero, ligadas a la adición de enzimas durante la panificación. También existen variedades de arroz transgénicas desprovistas del gen que codifica el mayor alérgeno de este cereal.
Con respecto a la resistencia a antibióticos, la polémica se centra en la posible transferencia de dichos genes desde el alimento transgénico a alguna bacteria de la flora intestinal, con lo que se generan nuevas cepas bacterianas resistentes a antibióticos. No hay pruebas ni datos experimentales que apoyen esta hipótesis, por lo que la OMS afirma que la presencia de genes de resistencia a antibióticos per se en un alimento transgénico no debería constituir un riesgo para la salud. A pesar de ello, y debido al rechazo social generado en torno a este tema, se han desarrollado técnicas que permiten eliminar los marcadores de resistencia en el producto final obviando el problema. Finalmente hay que destacar que no existen datos científicos que indiquen que exista un peligro sanitario relacionado con procesos tumorales o problemas en el desarrollo inmunitario.
Efectos en el medio ambiente
Las cosas son menos claras en el terreno medioambiental porque no existe un conocimiento y metodologías capaces de realizar este tipo de riesgos. El déficit de evaluación afecta no sólo a las plantas transgénicas sino también a las convencionales. Un riesgo claro es la posible transferencia de los genes exógenos desde la variedad transgénica a variedades silvestres. Sabemos que dicha transferencia se puede producir -de hecho se produce constantemente- con plantas convencionales, pero sólo si existe una compatibilidad sexual. Por eso podemos afirmar que, por ejemplo en Europa, la transferencia de genes es improbable si utilizamos maíz transgénico -no hay variedades silvestres- y probable si utilizamos soja transgénica.
Aun así, merece la pena recordar que las variedades transgénicas son las más evaluadas desde el punto de vista medioambiental. Hasta la fecha se han realizado más de 25.000 liberaciones controladas de plantas transgénicas al medio ambiente. Un segundo riesgo medioambiental lo constituye la pérdida de biodiversidad asociada a su cultivo. Desgraciadamente, ésta se produce desde que el hombre decidió hacerse agricultor y somos los consumidores con nuestros gustos los que la alimentamos.
A finales del siglo XVIII, en Lérida había 24 variedades distintas de manzanas. Hoy sólo se cultivan dos, y ninguna es de las que se cultivaban, sino las que el consumidor demanda. Para solventar este problema hay que potenciar los bancos de germoplasma y las colecciones de cultivo. Finalmente, otro posible riesgo medioambiental consiste en el efecto dañino que ciertas plantas transgénicas resistentes a plagas pueden tener sobre poblaciones distintas a aquellas contra las que protegen. Algo que hoy en día también se produce mediante el empleo de insecticidas convencionales.
Percepción social
Un porcentaje elevado de los desarrollos obtenidos hasta la fecha se han conseguido en los laboratorios de las compañías multinacionales de la agroalimentación. Son las mismas compañías que venden las semillas o los alimentos convencionales. No se han creado compañías nuevas para vender los alimentos transgénicos. Algunas de ellas dicen que los alimentos transgénicos acabarán con el problema del hambre en el mundo. Pero este problema -se podría hablar del principal problema alimentación mundial- ya se puede solucionar repartiendo los excedentes alimentarios. En otras palabras, no es un problema científico sino político.
Las grandes compañías no trabajan en los desarrollos que afectan a países del Tercer Mundo. Ha sido en laboratorios públicos donde se han construido variedades de papaya capaces de crecer en suelos ácidos y donde se han diseñado alimentos que actúan como vacunas, o las variedades de arroz transgénico anteriormente comentadas que, al contener provitamina A y hierro, podrían ser capaces de solventar los problemas de avitaminosis y carencia de este metal en zonas subdesarrolladas, donde este cereal es la base de la dieta.
Todo esto demuestra que centrar el debate de los alimentos transgénicos en una campaña contra las multinacionales es, cuanto menos, una ingenuidad con un cierto grado de perversión.
Algunos interrogantes más
Otra de las cuestiones que se podría plantear hace referencia a la opinión del consumidor en relación a los alimentos transgénicos. Aunque se han llevado a cabo muchas encuestas, la heterogeneidad de las poblaciones encuestadas, del tipo de encuesta o de las preguntas, han dificultado la obtención de tendencias entre consumidores de distintos países. Además, las opiniones varían en función del tiempo. A pesar de esto, es posible concluir que, en primer lugar, hay un desconocimiento profundo sobre qué es un alimento transgénico; en segundo lugar, existe cierto rechazo a los alimentos transgénicos animales y una mayor aceptación de los vegetales o fermentados, sobre todo si la modificación genética afecta al consumidor. En tercer lugar, los consumidores están unánimemente a favor del etiquetado de estos alimentos.
En resumen, los alimentos transgénicos son una realidad incuestionable que en la actualidad constituyen un problema económico en Europa. Todos los colectivos implicados en el debate sobre su comercialización tienen sus intereses: las compañías multinacionales que los venden y lo quieren hacer cuanto antes, las organizaciones ecologistas con estructura de multinacional que se oponen a su comercialización, los científicos que trabajan en organismos públicos y ven peligrar su tema de trabajo y los periodistas que han encontrado en este tema un filón de noticias sensacionalistas.
¿Qué hará el consumidor? Es difícil predecir, pero dependerá de la respuesta de la clase política europea frente a la presión social de los grupos que se oponen versus la presión económica de las compañías productoras, la posición que adopten los medios de comunicación y la posible aparición en el mercado de alimentos transgénicos cuya mejora favorezca al consumidor e implique beneficios sanitarios, por ejemplo un trigo con poco gluten. En cualquier caso, merece la pena finalizar estas líneas preguntando: ¿podemos mantenernos al margen de estos desarrollos?
En la actualidad un solo tipo de maíz transgénico, cultivado mayoritariamente en nuestro país, el maíz Bt, está autorizado como cultivo comercial en la UE. Mientras los países miembros no se ponen de acuerdo sobre la autorización de otros productos transgénicos, algunos países como Francia y Alemania hacen uso de la cláusula de veto y prohíben su cultivo en el país.