Desde hace tiempo se cree que los ácidos grasos omega-3, abundantes en el pescado, especialmente el azul, contribuyen a la ‘salud’ del cerebro así como a combatir estados depresivos. La hipótesis no es descabellada, habida cuenta de que en el cerebro los lípidos juegan un papel fundamental y que los omega-3 no son sintetizados en el propio organismo. La única forma de obtenerlos es a través de la dieta.
Un equipo de la Harvard Medical School ha dado a conocer un estudio según el cual la administración de ácidos grasos omega-3 combinados con otro compuesto, la uridina, potenciarían sus efectos potencialmente beneficiosos. Ambos compuestos de forma independiente, explican los investigadores, tienen efectos antidepresivos en los modelos animales con los que han sido probados. Con su combinación, afirman, se obtienen incluso mejores resultados.
Se sabe que la uridina, al igual que la citidina, estimula la síntesis de fosfolípidos, los cuales están presentes en todas las células del organismo y en sus membranas. Anteriormente se habían demostrado los efectos antidepresivos de la citidina, así que los investigadores se preguntaban si se podían esperar los mismos resultados con la administración de uridina.
Ambos compuestos se potencian
Lo que ha hecho el equipo de investigadores, liderado por William Carlezon de la Universidad de Harvard, ha sido alimentar a roedores con suplementos de omega-3, uridina y omega-3 con uridina. Los roedores fueron sometidos al «test de natación forzosa», un procedimiento experimental habitual en este tipo de pruebas, en el cual los animales son puestos en un recipiente de agua muy fría y sin salida, por lo que se ven obligados a nadar en busca de un punto libre de agua. Normalmente los animales acaban perdiendo el ánimo, dejan de nadar y permanecen flotando inmóviles; lo que se mide es cuánto tiempo tardan en perder el ánimo.El exceso de dietas desequilibradas se postula como una de las causas del incremento en la prevalencia de la depresiónCuando los animales fueron tratados con antidepresivos, se mantuvieron por más tiempo buscando una salida. El suplemento de ácidos grasos omega-3 también redujo la inmovilidad de los roedores al cabo de 30 días pero no al cabo de 3 o 10 días, cosa que implicaría que sus efectos son a largo plazo. La uridina, por su parte, también reducía la inmovilidad. Ahora bien, con una pequeña cantidad de ácidos grasos omega-3, muy por debajo de la considerada dosis efectiva, combinada con uridina, también en una dosis muy pequeña, se conseguían los mismos o mejores efectos antidepresivos. Los ácidos grasos omega-3, explican los investigadores, incrementan la flexibilidad de la membrana celular, lo que a su vez mejora el flujo de señales químicas así como los efectos de la uridina.
Sea cual sea la base bioquímica, lo cierto es que desde hace años se apunta la importancia de los acidos omega-3 en el sistema nervioso central y cada vez más estudios apuntalan con fuerza la teoría. Un trabajo bien conocido es el dirigido por el finlandés Antti Tanskanen, de la Universidad de Kuopio (Finlandia). Sobre una muestra de 3.204 finlandeses evaluó la prevalencia de depresión y el consumo de pescado.
El estudio, publicado en 2001, tuvo en cuenta factores como el estado civil, la cantidad de ejercicio diario, el consumo de alcohol o tabaco, o si había circunstancia de desempleo. Tras la evaluación de resultados, se halló una correlación positiva entre el consumo infrecuente de pescado (una o dos veces al mes) y la mayor incidencia de depresión. La correlación era mucho más acentuada en las mujeres, dicen en los autores, tanto que la calificaban de «especialmente impresionante». En términos generales, la probabilidad de padecer una depresión «es un 31% mayor entre los que no consumen pescado de forma frecuente frente a los que sí», afirmaba el equipo finlandés.
Omega-3 contra omega-6
¿En qué se basa la presunción de que son los omega-3 del pescado y no otra cosa lo que protegería frente a la depresión? La primera explicación, según los investigadores, es que entre los ácidos grasos omega-3 está el ácido docosahexaenoico (DHA), necesario para una función neuronal óptima. Un segundo aspecto sería la adaptación evolutiva de los humanos, la cual se cree que debió estar condicionada por dietas como las del Paleolítico, con proporciones equivalentes en ácidos grasos omega-3 y ácidos grasos omega-6, presentes en cereales que, como el maíz y la soja, no eran tan abundantes. Sin embargo, en los últimos 100 años la proporción entre ambos tipos de ácidos grasos se ha descompensado, siendo el consumo de omega-6 hasta 25 veces más elevado que el de omega-3. Alguna relación debe tener, creen estos investigadores, con el hecho de que en el último siglo la prevalencia de depresión se haya incrementado en todo el mundo.Otro estudio que apunta la importancia de la correlación omega-3 y omega-6 es el llamado Estudio Rotterdam, que se daba a conocer en 2003 en la revista American Journal of Clinical Nutrition . Sobre una muestra de 3884 adultos, explicaba el estudio, las personas que padecían depresión tenían en sangre una composición de ácidos grasos diferente a la de aquellos sin depresión. En concreto, los niveles de omega-3 eran mucho menores en los primeros que en los segundos, mientras que el nivel de omega-6 era mayor en los primeros que en los segundos.
El cerebro es uno de los órganos con mayor nivel de lípidos (grasas), explica J.M. Bourre, investigador del Laboratorio de neurofarmacología y nutrición del Hospital Fernand-Widal (Francia). Las grasas del cerebro, formadas por ácidos grasos, participan en la estructura de las membranas celulares. «El 50% de los ácidos grasos de la materia gris son polinsaturados, un tercio son de la familia de los omega-3 y su origen es la dieta», asegura el investigador.
Este autor recuerda en un articulo, en el número de febrero de la publicación francesa Medecine Sciences, que experimentos desarrollados sobre células cerebrales (neuronas, astrocitos y oligodendrocitas) y sobre modelos animales, que las dietas deficitarias en omega-3 tienen consecuencias en la estructura y en el funcionamiento del cerebro, así como en el aprendizaje y en el comportamiento. «Es normal pues considerar que podrían estar implicados en alteraciones psiquiátricas y en el declive cognitivo del envejecimiento», plantea en el texto.
También parecen jugar un papel en la prevención del estrés, la demencia o la enfermedad de Alzheimer. Incluso, añade Bourre, se han sugerido sus beneficios en la dislexia, el autismo y la esquizofrenia, aunque de ahí «no se infiere necesariamente que se trate de problemas nutricionales». Lo que si parece estar claro, sin embargo, es que los omega-3 juegan un papel relevante en el cerebro, pero que no son los únicos . Otros nutrientes, como la vitamina B o la vitamina E juegan también papeles determinantes. Una dieta equilibrada debería aportar todos esos compuestos.
Lo que se preguntan los expertos es hasta qué punto puede estar afectando la dieta a la aparición de estados depresivos. «Debemos priorizar el estudio de los antidepresivos naturales contenidos en alimentos, en concreto los omega-3», afirma Barbara Levine, profesora de nutrición en la Universidad de Cornell (EEUU).
El interés por el papel de los omega-3 cobra mayor relevancia ante las cada vez más desequilibradas dietas de niños y jóvenes, y por la facilidad por la que se opta, en algunos casos, a la medicación farmacológica. El pasado año, la Agencia de Fármacos y Alimentos de los Estados Unidos (FDA) reconocía que algunos antidepresivos estaban vinculados con el riesgo de suicido en adolescentes, lo que debería señalizarse en adelante con una advertencia en los envases.
Paralelamente, algunas fuentes dan a EEUU como uno de los países con menor consumo de ácidos grasos omega-3, presentes en el pescado, marisco y en verduras de hoja verde, dato que espolea la hipótesis de que la dieta desequilibrada es una de las causas del incremento en la prevalencia de la depresión. En Europa el tema de los hábitos alimentarios no está mucho mejor, aunque a los países mediterráneos como España les salva un mayor consumo tradicional de pescado. Sin embargo, uno de los riesgos es «la progresiva sustitución de la dieta mediterránea tradicional por dietas con un mayor contenido en grasas, azúcares y proteínas de origen animal, propias de los establecimientos de comida rápida», según un informe sobre los hábitos alimentarios del Ministerio de Sanidad y Consumo.