Un artículo reciente aparecido en la revista Nature cuestiona que la diabetes no insulinodependiente o tipo 2 sea una enfermedad de la civilización moderna y contempla la posibilidad, en cambio, de que obedezca a causas genéticas. La existencia de los llamados «genes ahorradores», según el trabajo publicado, podría acarrear su aparición en tiempos de abundancia en segmentos de población predispuesta.
El trabajo publicado en Nature (203: 599-602; 2003) detalla que existen en el mundo ciertas áreas con una elevadísima proporción de diabéticos tipo 2, cuya enfermedad no es imputable a malos hábitos alimenticios sino a una anomalía genética. Se cita como ejemplo a los habitantes de la isla de Nauru, en el Pacífico tropical, que en un 50% padece diabetes. La hipótesis evolutiva que Jared Diamond (UCLA) formula en la prestigiosa publicación especula con la existencia de ciertos «genes ahorradores» que favorecen la acumulación de grasa para sobrevivir a periodos de escasez.
Se calcula que hay un total de 150 millones de diabéticos tipo 2 diagnosticados en todo el mundo, aunque los temores de que la cifra real de enfermos sea mucho más elevada no son infundados. En los países desarrollados se está comprobando que por cada paciente diagnosticado hay otro que no conoce su diabetes, y se cree que semejante proporción sería hasta seis veces mayor en los países en desarrollo.
El caso de los habitantes de Nauru es muy parecido al de los nativos pima de Arizona (EEUU) y de Wanigela, un área urbana de Papua-Nueva Guinea. Al intentar encontrar una explicación a las dimensiones epidémicas de la diabetes tipo 2 en estas poblaciones, Diamond observó que mientras que en Europa la enfermedad suele aparecer a partir de los 50 años, entre los habitantes de Nauru, Wanigela o entre los pima afecta a un gran número de jóvenes.
Los investigadores aventuran la existencia de ciertos genes que predisponen a la diabetes tipo 2 entre los nativos estudiados. Se trataría de un paquete de genes, a los que denomina «genes ahorradores», que permitirían una utilización más eficiente de la comida y favorecerían la formación de depósitos de grasa e incrementos rápidos de peso durante los periodos de abundancia, con el fin de acumular reservas para sobrevivir a posibles hambrunas posteriores. Estos genes, de gran utilidad en el pasado, en la época actual conducirían a la aparición de obesidad y diabetes ante una vida colmada y sedentaria.
Cambio de hábitos
Los llamados genes ahorradores podrían explicar el actual aumento de diabetesNauru es una isla en la que históricamente fueron frecuentes los episodios de hambruna, provocados por las sequías que asolaban la región. Sin embargo, en sólo cien años Nauru pasó a ser una de las poblaciones con la renta per cápita más elevada del planeta gracias a los fosfatos extraídos de sus rocas y que se emplean como fertilizantes. Los habitantes de la isla abandonaron la pesca y la agricultura, adquirieron coches, lanchas motoras y avionetas, y empezaron a llevar una vida más occidentalizada y sedentaria.
Según Diamond, los habitantes de Nauru muestran una propensión mucho mayor que los europeos a ganar peso y a desarrollar con posterioridad la patología diabética por culpa de esos «genes ahorradores» aún presentes en sus organismos y que otras poblaciones hemos ido perdiendo a lo largo de siglos de evolución. Experimentos llevados a cano con ratas también corroboran esta hipótesis, ya que los animales con genes que predisponen a la diabetes soportan mejor también la escasez de alimentos.
«La población de Nauru se estableció hace muchos siglos en esta isla, tras una travesía de varias semanas en canoa; muchos murieron de hambre y sobrevivieron sólo aquéllos con predisposición genética al almacenamiento de mayores reservas de energía», comenta Diamond. Curiosamente, los momentos de escasez de alimentos que afectaron a la isla durante la segunda guerra mundial tuvieron un efecto similar. De nuevo sobrevivieron sólo los portadores de «genes ahorradores», lo que explicaría la propensión actual de sus pobladores a sufrir obesidad y diabetes. Diamond especula también con que esta prevalencia actual de diabetes disminuirá en una o dos generaciones, «una vez que la selección natural elimine a los portadores de tales genes».
En Europa, la menor proporción de diabéticos se explicaría por la escasa exposición de sus habitantes a las hambrunas en los últimos siglos. Por tanto, la epidemia de diabetes que actualmente afecta a Nauru «podría muy bien haberse producido entre los europeos varios siglos antes de la aparición de la medicina moderna».
Esta teoría también ayuda a comprender por qué los americanos y australianos blancos son tres o cuatro veces más propensos a sufrir diabetes que los europeos de un mismo origen étnico. Mientras que los europeos más ricos permanecían en casa, muchos de los que se vieron forzados a emigrar, que en buen número eran los que habían vivido en peores condiciones, portaban consigo los «genes ahorradores». «Es el caso de los irlandeses que huyeron de la hambruna de la patata ocurrida en 1840».
Líquida miel
El nombre médico de la diabetes, diabetes mellitus, es una mezcla derivada del griego y el latín. Diabetes es una palabra griega que significa «salir con fuerza». Guarda relación con un síntoma típico de la enfermedad, como es orinar de forma excesiva; el agua pasa a lo largo del cuerpo de una persona con diabetes como si estuviera pasando por un sifón. Mellitus es, por otro lado, una palabra latina que significa «dulce como la miel». La conjugación de ambos vocablos es mucho menos metafórica de lo que pudiera pensarse. La orina de una persona con diabetes contiene mucho azúcar (glucosa). En 1679, sin ir más lejos, un médico probó el sabor de la orina de una persona con diabetes y la describió como «un líquido tan dulce como la miel».Lo cierto es que cualquier persona puede enfermar de diabetes tipo 2, con o sin predisposición genética. Una lista interminable de enfermos famosos incluye a músicos, escritores, artistas, actores, atletas y líderes políticos. A pesar de que deben controlar cuidadosamente su dieta y tomar determinados medicamentos, la mayoría de las personas con diabetes no insulinodependiente puede llevar una vida plena y activa.
Pese a que se ha descrito como una típica enfermedad del mundo civilizado, como la hipertensión arterial, la diabetes es conocida desde siglos. En el año 1500 antes de Cristo, Papyrus de Ebers describe a la diabetes por primera vez. En el 400 antes de Cristo Susruta detalla todos los síntomas de la enfermedad y propone una clasificación. Pero fisiopatológicamente la diabetes no se explica hasta 1869, cuando Langerhans describe unos «islotes» celulares en el páncreas. Veinte años más tarde Von Mering y Minkowski describen el desencadenamiento de una diabetes cuando se neutraliza el páncreas en un modelo animal. En 1921, Banting y Best obtienen y purifican islotes de Langerhans del páncreas de un cerdo, inyectan la materia purificada (insulina) en un diabético y observan que el nivel de azúcar en la sangre disminuye sensiblemente.
En el cuerpo humano, se producen continuamente reacciones metabólicas. En estas reacciones se originan moléculas que, a su vez, originan la aparición de radicales libres. La importancia de estos últimos estriba en que pueden alterar la estructura de las membranas celulares, producir daños en las proteínas intracelulares, oxidar las lipoproteínas plasmáticas y acelerar el envejecimiento celular.
El organismo dispone de mecanismos antioxidantes defensivos para combatir la producción normal de radicales libres. Cuando esta capacidad se desborda por una agresión oxidativa excesiva, se produce el denominado «estrés oxidativo». ¿Qué tiene que ver la diabetes con la oxidación? La diabetes mellitus es la situación clínica que acarrea un mayor estrés oxidativo, y teóricamente puede contrarrestarse con una ingestión proporcionada de antioxidantes en la dieta. Los más importantes son el selenio, el zinc, el magnesio, los beta-carotenos y las vitaminas E y C. Tales antioxidantes abundan sobre todo en frutas, verduras y aceites.
Se recomienda moderación en el consumo de grasas por parte de los diabéticos, porque el exceso puede conducir a la obesidad y a aumentar los niveles de colesterol. También es preciso regular el nivel de azúcar en la sangre (glucemia), por lo que los alimentos que contienen hidratos de carbono son los que habrá que controlar mejor.
Como es sabido, contienen hidratos de carbono los azúcares y demás productos azucarados. Por ello, se deben excluir de la alimentación habitual debido a su alto contenido en hidratos de carbono y por su forma rápida de pasar a la sangre. Harinas, frutas y lácteos también aportan un elevado contenido de hidratos de carbono y su consumo debe ser controlado, pero las verduras y ensaladas pueden consumirse de forma libre, por su escasísimo contenido en azúcares y por ser alimentos ricos en fibras.
Ojo con el alcohol. Si se está bajo tratamiento de insulina o con dosis altas de fármacos hipoglucemiantes orales, debe subrayarse que el alcohol reduce sensiblemente el azúcar en la sangre y puede provocar hipoglucemia. Puede que el diabético no reconozca los síntomas precoces de una hipoglucemia y la reacción puede ser confundida con un estado de embriaguez. La tendencia a la hipoglucemia puede durar hasta 4-6 horas después de haber bebido alcohol. Si el paciente analiza con regularidad su azúcar sanguíneo, percibirá de inmediato que su nivel de azúcar en sangre es demasiado bajo. ¿Cómo evitar la hipoglucemia reactiva al alcohol? Tomando siempre alimentos con las bebidas alcohólicas, o poco después. Están muy indicadas las frutas, ricas tanto en hidratos de carbono como en fibra; también pan integral, cereales o galletas.
Es importante no saltarse nunca una comida, ni reducir bruscamente la ingestión, pues el riesgo de hipoglucemia es muy elevado en tales circunstancias y, volviendo al alcohol, deben evitarse las bebidas dulces, como vinos dulces, «chupitos» o licores. Puede ser útil mezclar o alternar las bebidas alcohólicas con bebidas bajas en calorías. Cuidado también con las cervezas «bajas en alcohol», «sin alcohol» o «light», porque pueden tener, por contra, un alto contenido de azúcares.