La llegada del supersalmón al mercado estaba anunciada para 2002. Difícilmente, sin embargo, van a cumplirse las previsiones. Los acuicultores de los países implicados se oponen a ello, así como organizaciones ecologistas y comités de expertos de todo el mundo. Mientras, las empresas productoras aguardan pacientemente su turno. Esgrimen grandes beneficios para las piscifactorías y aseguran que el riesgo puede “minimizarse en extremo”.
Los últimos en denunciar los intentos de introducir peces transgénicos en granjas piscícolas han sido los salmonicultores de Chile, apoyados por representantes y expertos gubernamentales de este país. La noticia, aparecida en los medios esta semana, es mucho más trascendente de lo que aparenta. Chile, el segundo productor del mundo de salmón en piscifactoría, tan sólo superado por Noruega, deberá pronunciarse próximamente ante la solicitud de varias empresas de permitir la introducción de una variedad genéticamente modificada capaz de crecer entre dos y seis veces más que la natural con unas necesidades alimenticias que pueden reducirse hasta a un tercio de lo normal. Si Chile diera el visto bueno, sentaría un precedente en la legislación mundial.
Hoy por hoy, ningún país ha autorizado la cría de peces transgénicos con fines comerciales. No obstante, distintas empresas biotecnológicas han conseguido variedades de salmón, trucha, tilapia, pez plano del Ártico y otras especies comerciales a las que la alteración de su código genético les ha conferido una mayor tasa y velocidad de crecimiento, más resistencia a enfermedades, menor susceptibilidad a condiciones ambientales adversas y unas necesidades alimenticias significativamente inferiores. En definitiva, un mayor rendimiento que, presentado sin riesgos, supondría un goloso caramelo para cualquier acuicultor.
La realidad, no obstante, parece ir en otra dirección. Responsables de piscifactorías, no solo chilenas sino de otros países del mundo, no comparten por ahora el interés de las compañías biotecnológicas. En primer lugar, según un análisis interno de una agrupación estadounidense de empresas de biotecnología, por motivos económicos. El análisis considera que la mejora de las técnicas de cría en cautividad de variedades naturales ha conducido a una cierta saturación del mercado que, en apenas diez años, ha provocado una caída estruendosa de los precios. Hoy el kilo de salmón cuesta entre un 25% y un 35% que un decenio atrás.
Por otra parte, el análisis revela también las serias dudas que suscitaría un salmón modificado genéticamente entre los consumidores. Aunque no cita datos concretos, la asociación de empresas de biotecnología considera que cualquier pez transgénico que se introdujera en el mercado generaría un «amplio rechazo» que difícilmente podría vencerse ni tan siquiera con «concienzudas campañas de educación». El recurso a la sobreexplotación pesquera, a un mejor rendimiento o a una mayor disponibilidad de pescado a precios asequibles, no parecen argumentos suficientes.
Riesgos ambientales y vacío legalLa Administración chilena, más allá del supuesto rechazo de los consumidores a los productos transgénicos, algo que también ocurre en Europa o en Estados Unidos, deberá bucear en un mar de argumentos científicos y legales para dar una respuesta equilibrada. Si entre los primeros podrá encontrar justificación para una postura negativa, no le ocurrirá lo mismo entre los segundos. En la legislación del país andino, según han reconocido fuentes del sector, «existe un vacío legal» que impide sostener jurídicamente una negativa. En la Unión Europea, por el contrario, la directiva sobre organismos modificados genéticamente alerta de la necesidad de comprobar que no existen riesgos para la salud o para el medio ambiente antes de efectuar cualquier liberación al medio. El principio, aplicable a los peces transgénicos, deja abierta la puerta a liberaciones en puntos confinados para experimentación previa autorización.
Grupos de científicos y organizaciones ecologistas se oponen, no obstante, incluso a liberaciones controladas en áreas experimentales. Para ambos colectivos existe el temor de fugas accidentales cuyos efectos califican de «desastrosos» tanto para comunidades de peces locales como para ecosistemas enteros.
En opinión de destacados científicos, el riesgo de impacto ambiental de peces transgénicos como el supersalmón es mucho mayor que el de organismos vegetales. Si para estos últimos ya se ha conseguido probar su extensión debido a «polinizaciones accidentales», lo cual contribuye a reducir la biodiversidad vegetal para distintas áreas, en el caso de los peces se argumenta el factor competitividad como principal problema. Un factor, por otra parte, de una magnitud muy superior a la que pudiera darse en vegetales.
Distintos estudios, el más llamativo de los cuales es el publicado en 2000 por investigadores de la Universidad norteamericana de Purdue, ha establecido que la liberación de un único pez transgénico podría llevar a la extinción de una población local entera. Al crecer mucho más rápidamente que las poblaciones naturales, y por ser el tamaño un factor decisivo en el sistema reproductivo de los peces, las puestas serían acaparadas por los mayores. Si a eso se añade una mayor voracidad, «el pez grande acabaría rápidamente con el pez chico».
A este argumento la industria ha respondido con la posibilidad de esterilizar a los ejemplares transgénicos. Las investigaciones que se llevan a cabo han permitido demostrar, al menos así se ha visto en distintas especies, que la poliploidía puede resultar un método eficaz. En esencia, se trataría de alterar las series cromosómicas de los peces (la normal es la diploide o doble serie) mediante tratamientos mecánicos. Un pez triploide o poliploide es estéril. No obstante, no al cien por cien: experimentos recientes dejan un pequeño margen para la reproducción.
Una segunda «opción de bioseguridad» pasaría por la confinación de los peces transgénicos en estanques cerrados en lugar de en jaulas como es usual en piscifactorías. Estas últimas han demostrado ser poco fiables, algo que admite la industria, pero la alternativa, grandes tanques de fibra de vidrio situados en ríos o en zonas costeras, se antoja demasiado cara para un producto que pretende ser asequible. Situar los tanques en tierra firme resultaría prohibitivo.
Por si los argumentos en contra no fueran pocos, el pasado mes de agosto la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos emitió un durísimo informe en el que alertaba de la «amenaza ambiental» de los animales transgénicos en general, y de los peces en particular. El informe señala, además de liberaciones accidentales que competirían con poblaciones locales, la eventualidad de extender el transgén (el gen introducido) a otras poblaciones. Del mismo modo, llamaba la atención a la fuga accidental de salmones «cultivados» en piscifactorías cuyos efectos se habían dejado notar en el medio ambiente local.
El contenido del informe constituyó la base, en el mes de septiembre, para la presentación de una propuesta de ley en California para exigir la prohibición de comercializar peces transgénicos. La iniciativa quedó paralizada. En paralelo, científicos del Reino Unido se postularon por las mismas fechas para la restricción de las investigaciones con fines comerciales. En ambos casos, como en Chile, los genes de los superpeces deberán esperar el dictamen de la ley.
EL MAYOR SALMÓN DEL MUNDOLa historia del supersalmón empezó hace cerca de 20 años en Canadá. Investigadores de este país lograron identificar y aislar proteínas de peces cuya función era evitar los efectos de las aguas a frías temperaturas. Las proteínas “anticongelantes”, extraídas inicialmente del pez plano del Artico (platija) fueron introducidas con éxito en una variedad de salmón atlántico. Posteriormente, se le añadió una hormona del crecimiento el salmón Chinook.
Tras años de experimentación, liderados principalmente por la compañía canadiense A/F Protein, el supersalmón puede incorporar su peso corporal hasta un 1000%, al tiempo que mejora su tolerancia a bajas temperaturas, reduce sus necesidades alimenticias entre un 40% y un 60% e incrementa la disponibilidad de carne muy por encima de las variedades naturales. El supersalmón crece en la mitad de tiempo que el natural hasta alcanzar de dos a seis veces su tamaño. Se convierte así en el mayor del mundo.
Mientras que la evaluación del impacto del transgén en salud ambiental ha sido documentada, no ocurre lo mismo en salud humana. Por el momento, no existen estudios que certifiquen su inocuidad para los consumidores ni que aclaren los efectos a largo plazo de la hormona de crecimiento animal en personas. Ambos factores se consideran clave para una eventual autorización. Mientras no llegue, A/F Protein asegura disponer de unos 100.000 ejemplares transgénicos en tanques herméticos de supersalmón y supertruchas, mientras que la neocelandesa King Salmon incrementa el catálogo con cantidades moderadas de tilapia, lubina y otras variedades comerciales. Incluso Cuba admite disponer de 30 toneladas de pescado transgénico listo para su liberación.