Los nuevos «superantioxidantes»

Los piridinoles, familia de compuestos antioxidantes cien veces más potentes que la vitamina E, se perfilan como agentes eficaces en oncología y cardiología
Por Jordi Montaner 10 de marzo de 2004

Hay quien piensa que no es tanto el paso del tiempo como el metabolismo que llevamos a cabo, la causa última del envejecimiento. La ciencia ha documentado que, con el oxígeno que robamos al aire para vivir, pagamos también el tributo de un estrés oxidativo que deteriora los tejidos celulares. La panacea, a este respecto, apunta a las vitaminas con actividad más antioxidante, objeto de numerosos estudios y, asimismo, de alguna que otra controversia.

Benjamin D. Levine (EEUU), cardiólogo de la NASA, la agencia espacial norteamericana, planteó hace escasas semanas en una visita a Barcelona el misterio de por qué las pocas personas que sobreviven a mayor altitud (más de 3.000 m sobre el nivel del mar) consiguen una longevidad envidiable, además de un buen rendimiento físico. «La razón pudiera ser muy bien que el aire que respiran contiene menos oxígeno, y sus tejidos se ven expuestos a una menor oxidación», aventuró.

Levine, antes de tomar parte en la carrera espacial, ejerció durante muchos años de médico consultor en las faldas del Himalaya, asesorando a los alpinistas que tomaban parte en expediciones al techo del planeta. «Lo que destruye tanto la piel como el endotelio de los vasos sanguíneos no son las horas, los días o los años, sino el estrés causado por radicales libres que desencadenan un trajín biológico que conocemos vulgarmente como envejecimiento».

La protección contra los radicales libres, causantes de la oxidación, tiene por aliados a las vitaminas, de cuyo efecto antioxidante se ha desprendido en los últimos tiempos tanto una protección cosmética como cardiovascular y oncológica. En la última edición internacional de la revista alemana Angewandte Chemie aparece un artículo de Ned A. Porter a propósito de una nueva familia de antioxidantes 100 veces más potente que la vitamina E. Los investigadores de la Universidad de Vanderbilt (Nashville, Tennessee) aseguran haber dado con compuestos capaces de plantar cara a enfermedades tan deletéreas como el cáncer o la cardiopatía isquémica.

Este tipo de investigaciones resulta habitual en un país como EEUU, en el que la demanda de sustancias antioxidantes (fundamentalmente, vitamina E) por parte de los consumidores es tan grande que supone una facturación anual de más de 800 millones de dólares. En cualquier caso, Porter asegura haber experimentado ya in vitro con los nuevos antioxidantes, estudiando su efecto frente a moléculas de colesterol LDL en las que se impedía la oxidación.

La protección contra los radicales libres tiene por aliados a las vitaminas, cuyo efecto antioxidante se está valorando como agente protector cosmético, cardiovascular y oncológico

Los nuevos «superantioxidantes», de hecho, guardan relación con el principal fenol de la vitamina E, el alfa-tocoferol, que posee un anillo con seis átomos de carbono y un grupo hidroxilo. A fin de perfeccionar la acción antioxidante de estas moléculas, se estudió la incorporación a su estructura química de un átomo de nitrógeno, pero el compuesto resultante era demasiado inestable en condiciones ambientales. Lo que el equipo de Porter hizo entonces fue sustituir uno de los seis átomos de carbono del alfa-tocoferol por otro de nitrógeno. La molécula resultante, piridinol, fue enviada entonces al profesor G.F. Pedulli (Universidad de Bolonia), experto en bases metabólicas, quien pudo certificar que llevaba a cabo una acción antioxidante 100 veces más potente que la estándar de la vitamina E.

El paso siguiente, apuntan los expertos, va a ser la formulación de piridinoles que no sólo actúen como la vitamina E sino también como la C, contra los radicales libres hidrosolubles. La Universidad de Vanderbilt, sin embargo, sólo ha experimentado hasta el momento con animales de laboratorio y se encuentra tramitando aún la patente de su descubrimiento.

Íntima derrota

Millones de radicales libres bombardean diariamente nuestras células. El hecho de que necesiten tantos años para llegar a ocasionar lesiones o enfermedades se debe a que las enzimas que produce nuestro propio organismo combaten sin tregua con el propósito de neutralizarlos.

Pamela Starke-Reed, directora de la Oficina de Nutrición del Instituto Nacional de Estudios sobre el Envejecimiento (Bethesda, Maryland) aclara que nuestros hábitos actuales obligan a que las enzimas deban enfrentarse a un exceso de radicales libres, impulsados por contaminantes externos que penetran en nuestro cuerpo. «La contaminación atmosférica, el humo del tabaco, los herbicidas, pesticidas o ciertas grasas de la alimentación son algunos ejemplos del impulso cada vez mayor que encuentran los radicales libres en el interior de nuestro cuerpo», asegura. Tal exceso no puede ya ser eliminado por las enzimas y, en su labor de captación de electrones, los radicales acaban dañando las membranas celulares, destruyendo y mutando su información genética y abonando el paso a todo tipo de enfermedades degenerativas. La acción de los radicales libres está ligada al cáncer, así como a la arteriosclerosis.

Nutrientes antioxidantes como las vitaminas sacrifican a los radicales libres sus propios electrones salvando así a nuestras células de sufrir daño. El beta-caroteno, el selenio, la vitamina C y sobretodo la E han demostrado en diversos estudios su capacidad de proteger contra diversos tipos de cáncer y enfermedades cardiovasculares.

Por E o por C

La vitamina C se sabe que protege a las arterias, estimula el sistema inmunitario, previene el cáncer, las enfermedades pulmonares y las cataratas. Como es sabido, se trata de una vitamina muy común en frutas y verduras (pimiento, pepino, melón, papaya, fresa, col de bruselas, cítricos, kiwi, brécol y tomate).

La vitamina E, sin embargo, es la que ha acaparado hasta ahora la mayor actividad antioxidante. Bloquea la oxidación lipídica y protege a arterias, corazón y cerebro. Su presencia se ha descrito en los aceites vegetales (oliva, soja, maíz y girasol), frutos secos, semillas y cereales.

El betacaroteno, aunque en menor medida, bloquea también la oxidación del colesterol. Está presente de forma natural en zanahoria, albaricoque, espinaca, tomate, calabaza, melón y brécol. También son antiaoxidantes el zinc de los mariscos, el magnesio de los frutos secos, el selenio del ajo o el coenzima Q-10 de los cacahuetes.

Según estudios llevados a cabo al respecto, los 10 alimentos con mayor acción antioxidante son, por orden, el aguacate, las bayas (moras, fresas, frambuesas, arándanos, etc.), el brécol, la col, la zanahoria, los cítricos, la uva, la cebolla, la espinaca y el tomate.

ESTUDIOS CLÍNICOS: DOS DE CAL Y UNA DE ARENA
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Imagen: ARS Image Gallery

Científicos del Erasmus Medical Center de Rotterdam (Holanda) decidieron revisar escrupulosamente, en su día, la dieta de 5.395 varones y mujeres mayores de 55 años y sin síntomas de demencia. Al cabo de 6 años, 146 participantes habían contraído la enfermedad de Alzheimer. Los autores subrayaron que quienes consumían mayores cantidades de vitamina C y E tuvieron menos probabilidades de desarrollar la enfermedad, así como que los fumadores que consumieron elevadas cantidades de betacarotenos y flavonoides también redujeron el riesgo adscrito a ese grupo.

Paralelamente, investigadores del Rush Institute for Healthy Aging (Chicago, Illinois) asociaron la dieta al riesgo de Alzheimer en un grupo de 815 varones y mujeres mayores de 65 años. A los 46 meses habían sido diagnosticados de la enfermedad 131 participantes y, de nuevo, quienes consumían mayores cantidades de vitamina E en la dieta presentaron menor riesgo. No obstante, también observaron que los portadores de un gen asociado a un mayor riesgo de la enfermedad neurodegenerativa, el gen de la enzima APOE e4, no obtuvieron ningún beneficio de la vitamina.

En animales, se ha visto que los signos de deficiencia de vitamina E comprenden anormalidades estructurales y funcionales de muchos órganos y sistemas. Esas alteraciones morfológicas se acompañan de defectos bioquímicos que parecen afectar al metabolismo de ácidos grasos y muchos otros sistemas enzimáticos.

E. Lonn y cols. (Canadá) tomaron parte, en cambio, en un estudio cardiovascular, el HOPE, que entre otras cosas analizó durante año y medio el efecto de 400 UI de vitamina E de origen natural sobre el patrón de riesgo cardiovascular de enfermos cardiópatas. El beneficio en cuestión fue nulo y se pensó que podía deberse al poco tiempo transcurrido en el estudio. Por este motivo, un estudio subsiguiente, el HOPE-TOO, fue más ambicioso y, además de corroborar si la vitamina E redunda o no en un beneficio cardiovascular, quiso confirmar la hipótesis apuntada en la bibliografía médica de que puede prevenir también determinados tipos de cáncer como el de próstata.

La doctora Lonn confirmó que, desde el inicio del HOPE hasta el término del HOPE-TOO, 7.030 pacientes recibieron la vitamina E y fueron seguidos por un periodo total de 7,1 años; 960 pacientes fallecieron en el transcurso de ese tiempo, y la curva de supervivencia de vitamina E no mostró diferencias significativas con respecto a placebo salvo en un punto sorprendente. El riesgo de insuficiencia cardiaca en los pacientes tratados con vitamina E fue un 13% superior que con placebo (estadísticamente significativo). No hubo diferencias en cuanto a muerte por cáncer ni en cuanto a mortalidad total.

Los investigadores del HOPE, en consecuencia, avisan que hasta que la protección cardiovascular de la vitamina E no haya sido dilucidada con más datos de ensayos clínicos correctamente diseñados, «los médicos debieran evitar a toda costa que los pacientes cardiópatas consuman alimentos ricos en dicha vitamina».

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