¿Es un exceso de precaución la advertencia de no dar miel a los bebés? Una articulista británica trae de nuevo a la actualidad la conveniencia o no de dar miel a los niños por el riesgo de botulismo. Hace un año, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, en sus siglas inglesas) publicó un informe sobre los riesgos de la miel y el botulismo infantil, casi simultáneamente a otro informe que evaluaba otro riesgo similar, el de E. sakazakii en la fómulas infantiles.
Un reciente artículo publicado en el periódico británico The Guardian trae de nuevo a la actualidad la conveniencia o no de dar miel a los niños menores de un año, firmado por Bee Wilson, autora del libro La colmena: historia de la abeja y nosotros.
Wilson afirma que la alerta sobre lo inadecuado de dar miel a los bebés menores de un año por el riesgo de botulismo -lo que se advierte en una muy llamativa etiqueta blanca con letras negras en cada tarro comercializado en el Reino Unido- podría pecar de prudente y estar creando alarmas innecesarias.
«Conozco un padre que sufrió un ataque de pánico tras haber dado por error a su hija de 11 meses un dulce de fruta que contenía un poco de miel». Los riesgos, afirma, no son «tan obvios» como la etiqueta sugiere y «la historia que hay tras la advertencia es ambigua e irónica».
Esporas en la tierra y en la miel
Ante la imposibilidad de garantizar la ausencia total de esporas, los expertos apuestan por la prevención y el etiquetado de la miel como producto no adecuado para bebés
La miel se empezó a considerar inadecuada para menores de 1 año a partir de 1978. En 1976 se había diagnosticado por vez primera el botulismo infantil, cuando en California se dieron varios casos de bebés afectados y se identificaron como causa las esporas del microorganismo Clostridium botulinum.
Un estudio epidemiológico analizó en 1978 numerosos alimentos y sustancias del entorno para hallar la fuente del microorganismo. Los resultados confirmaron que se hallaron esporas del microorganismo en cinco muestras de tierra, una de polvo de una aspiradora y nueve de miel. «Inmediatamente, la miel se convirtió en el riesgo oficial para los niños porque es la única variable que se puede controlar», afirma Wilson.
Sin embargo, en la miel y en el suelo de California hay más esporas de botulismo que en cualquier otro lugar, e incluso en California «sólo entre un 10 y un 13% de las muestras de miel contienen esporas», asegura Wilson. La autora continúa su argumentación indicando factores como los pocos casos de botulismo infantil que se han dado o la baja tasa de mortalidad (del 1,3%). «Si uno es un progenitor angustiado, la mera frase ‘mortalidad baja’ es aterradora, pero la actual advertencia parece sobrevalorada».
El botulismo infantil afecta a los niños, generalmente menores de 6 meses, cuando ingieren esporas de Clostridium botulinum. Como aún no tienen un sistema digestivo maduro, las esporas consiguen germinar, multiplicarse y colonizar el intestino, donde empiezan a producir la neurotoxina del botulismo. Unos treinta días después de la ingestión aparecen los primeros síntomas (estreñimiento, el bebé no tiene la fuerza habitual para llorar o mamar) y si el bebé recibe el tratamiento médico adecuado, el pronóstico es bueno. El botulismo infantil es bien distinto del botulismo que afecta a los adultos al consumir la toxina preformada de Clostridium botulinum, y que tiene peor pronóstico.
Informe de la EFSA
¿Se trata de un exceso de precaución, como sugiere la articulista británica? Lo cierto es que hace escasamente un año los expertos de la Autoridad Europea en Seguridad Alimentaria (EFSA) emitieron un informe sobre los riesgos microbiológicos en la miel, en concreto sobre el riesgo de botulismo infantil. Y, ante la imposibilidad de garantizar la ausencia total de esporas, los expertos siguen apostando por la prevención y la advertencia sobre la no conveniencia de la miel para niños menores de un año.Eso a pesar de la efectivamente baja incidencia de la enfermedad (49 casos en Europa desde 1978; siendo España e Italia con los países que más casos tienen, con 9 y 17). En el resto del mundo, recuerda el informe, se han dado más de 1.000 casos, el 90% de los cuales en EEUU.
El informe también coincide en remarcar la «extremadamente baja tasa de mortalidad», lo cual no quiere decir que no exista riesgo si el tratamiento no se realiza a tiempo. De hecho, el informe recuerda que mientras infecciones leves pueden ser subestimadas porque no necesitan hospitalización, infecciones más graves de botulismo infantil pueden conducir a una muerte repentina.
El informe concluye que ante circunstancias como la falta de un método que elimine las esporas de C.botulinum sin perjudicar la calidad de la miel, y ante la imposibilidad de realizar los miles de tests que se requerirían para detectar los bajos niveles y la esporádica presencia de C. botulinum, ante esas circunstancias «la acción más apropiada es etiquetar el producto».
E.Sakazakii en la leche en polvo
El caso recuerda al de la alerta por Enterobacter sakazakii en la leche infantil en polvo, bastante más reciente. La alarma se desató tras la detección de varias infecciones y el fallecimiento de algunos bebés en Francia, a raíz de lo cual la Unión Europea pidió a los expertos de la EFSA un informe, que se publicó el año pasado y se puede consultar en su web.E.sakazakii no sobrevive a la pasteurización durante el proceso de fabricación de la leche en polvo. Sin embargo, se trata de un microorganismo muy ubicuo, así que la recontaminación es posible durante el manipulado, el envasado o incluso al abrir el producto en casa. Aunque el microorganismo no puede crecer en el producto en polvo, sí puede sobrevivir durante largo tiempo y ser un peligro potencial cuando se rehidrata la leche, dice el informe.
Por eso, «las buenas prácticas higiénicas al preparar el producto y al almacenar los biberones son fundamentales para evitar la recontaminación o la multiplicación del patógeno», explica Alberto Martínez, profesor de investigación del Instituto de Tecnología Agroalimentaria del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y miembro del panel científico de la EFSA.
El problema «no está en la leche en polvo, sino en el microorganismo», que está muy presente en toda la naturaleza, por lo que es casi imposible garantizar su no presencia. Hay que seguir, dice este experto, las instrucciones de preparación del producto, como esterilizar el biberón, calentar el agua a la temperatura adecuada y, si hay que guardarlo, hacerlo a temperaturas inferiores a cinco grados, a fin de evitar riesgos en el caso, inusual pero posible, de que el microorganismo esté presente.
Los síntomas más comunes de la intoxicación por esta enterobacteria son meningitis, enterocolitis necrotizante e infecciones generalizadas. La gravedad de la infección no tiene mal pronóstico si «se coge a tiempo», explica Martínez. Como siempre en cualquier intoxicación, depende del paciente y de su sistema inmunitario, del microorganismo y de la dosis de patógeno.
«No es lo mismo un prematuro entubado que un bebé fuerte y de más edad». En ese sentido, el informe de la EFSA apunta que aunque ha causado infecciones en personas de todas las edades, casi todos los casos afectan a bebes de menos de dos meses, siendo los de mayor riesgo los prematuros y de bajo peso.
De forma similar al botulismo infantil, la simple citación de E.sakazakii puede producir escalofríos, pero los expertos coinciden en que la mejor forma de evitar el riesgo, es informar de su existencia, de los riesgos y las formas de evitarlo.
Entre las recomendaciones que dan los expertos para evitar el riesgo de infección por E.sakazakii están el uso de las fórmulas infantiles líquidas, productos esterilizados que son más caros pero más seguros (especialmente en el caso de unidades de maternidad con niños prematuros y de bajo peso, donde hay que dejar preparados muchos biberones a la vez, lo que puede aumentar el riesgo.
Para otros casos, la recomendación siempre es preparar los biberones siguiendo unas buenas prácticas higiénicas.
Dado que se trata de un microorganismo que puede crecer a temperaturas de entre 5,5 y 47ºC, los expertos recomiendan que la leche se rehidrate con agua muy caliente, más de 70ºC, y que antes esa misma agua se haya hervido y el biberón se haya esterilizado.
En el caso de la miel, los expertos recuerdan que Clostridium botulinum no se reproduce ni produce toxinas en la miel (incluso si la temperatura de almacenaje no es adecuada). La explicación está en las propiedades inhibitorias de la miel y su bajo contenido en agua.
La cuestión está simplemente en evitar que el bebé menor de un año tome miel. Aún siendo improbable que haya esporas del microorganismo, se trata de evitar el riesgo. Y en ese sentido, recuerdan que, aunque la principal vía de exposición de los bebés a la miel es por su consumo, también se han documentado otras vías, como cuando la madre unta un poco de miel en el pezón antes de dar de pecho al hijo o cuando los padres untan los labios del bebé con miel.