La anterior normativa reguladora, ahora derogada, era muy estricta cuando establecía los requisitos de información y de higiene en la venta de golosinas a granel. Exigía que estos productos tenían que exponerse en vitrinas o recipientes protegidos sin que en ningún caso los clientes tuvieran acceso directo. La manipulación y venta debía realizarla solo el personal del comercio mediante pinzas u otras herramientas. También establecía que en cada contenedor se exhibiera un rótulo visible con la información correspondiente, que incluyera nombre del producto, lista de ingredientes y responsable (fabricante, envasador o importador si fuera el caso) dentro de la UE. La nueva norma reguladora ahora vigente es bastante menos estricta respecto a todos estos requisitos.
Con esta norma, desaparece la mención sobre la manera de expender estos productos a granel y no se exige de manera explícita que las chucherías estén fuera del alcance del público. Tampoco se especifica que deba ofrecerse junto con el producto, de manera obligatoria, información acerca del mismo, como nombre, fabricante o lista de ingredientes. Este último punto es relevante en el caso de posibles alergias a alguna de las sustancias utilizadas en su elaboración. Puede solicitarse, si así se desea, la etiqueta del producto, ya que es obligatorio conservarla durante su venta. En ella, además de estos datos, podrá comprobarse la chicles), confites y golosinas. Determina, a su vez, subgrupos dentro de cada uno y se definen hasta 15 variedades. En ella se prohíbe el uso de ingredientes y aditivos no autorizados, tanto por la normativa española como por la europea.
Cada vez es más frecuente encontrar en los comercios golosinas fabricadas en países fuera de la Unión Europea, para quienes el cumplimiento de las normativas, sin dejar de ser obligatorio, puede resultar más problemático. Estas son, según apuntan algunas fuentes, las chucherías y golosinas más demandadas del mercado.
Cabe esperar que la norma se aplique siempre sin perder de vista el avanzado marco jurídico en materia de seguridad alimentaria de la UE, según el cual se antepone cualquier principio a favor de la prevalencia de unos niveles que garanticen en todo momento la salubridad de los productos que se consumen. Según la legislación vigente sobre etiquetado, presentación y publicidad de productos alimenticios actualizada, es prioritario ofrecer al consumidor toda la información necesaria para proporcionarle una compra adecuada y, sobre todo, segura.
Una norma de calidad criticada
Algunas asociaciones de consumidores, como la Unión de Consumidores de Extremadura, ya han denunciado que las nuevas normativas reguladoras de golosinas suponen, por su excesiva tolerancia, un paso atrás en materia de seguridad alimentaria. Para esta organización de consumidores, es preocupante que se obvien aspectos tan importantes en la venta a granel de golosinas como la información de los ingredientes, la denominación del producto y el nombre o razón social del fabricante o envasador. Se denuncia que la mayoría de establecimientos de venta a granel de golosinas de Extremadura, comunidad donde se ha llevado a cabo el estudio, no cumplen ni con la higiene ni con la información al consumidor necesarias.
Desde esta asociación se ha valorado de forma positiva que la nueva ley de seguridad alimentaria tenga muy en cuenta aspectos de prevención y lucha contra la obesidad infantil y no permita la venta de estos productos en los centros educativos. Sin embargo, se critica que en esta nueva norma de calidad no sea obligatorio que estén las etiquetas con los ingredientes adheridas al expositor, ni que estén fuera del alcance del público, y preservar así la higiene de estos productos. Sería también muy recomendable, según apuntan desde esta asociación, que dadas las características de la chucherías y golosinas, se impusiera la necesidad de especificar información nutricional detallada del producto.
Se da así un paso atrás con estos productos, siempre según esta organización de consumidores, a pesar de que desde la UE se trabaje en nuevas normas que pretenden garantizar mayor seguridad alimentaria e higiene, así como información al consumidor. Se destaca la necesidad de que quien compra chucherías pueda conocer sus ingredientes.
Golosinas, un mercado que avanza
A pesar de que son unos productos de consumo esporádico, según las recomendaciones de los expertos en nutrición, las golosinas facturan en España más de 700 millones de euros al año (datos de 2007), con un consumo medio anual de caramelos y chicles de tres kilos por persona. Y no solo entre la población infantil, ya que según los datos recogidos por la Asociación Española de Fabricantes de Caramelos y Chicles (Carchi), más de la mitad de los españoles mayores de 16 años los consumen. Es un sector con larga tradición en España, en pleno proceso de adaptación a los nuevos requerimientos del consumidor actual, más concienciado con sus necesidades nutricionales, por lo que necesita disponer de un marco legal adecuado.
De esta manera, la nueva norma de calidad que se ha desarrollado a petición del sector para buscar la transparencia y competitividad en el mercado, contempla tanto los nuevos avances tecnológicos como posibilita las reformulaciones de sus productos para diversificarlos y hacerlos más competitivos. Además de nuevas golosinas de diseño que intentan sorprender al consumidor, el sector de las chucherías se esmera y adapta por competir con sus productos en un mercado cada vez más exigente en el que, además, priman los alimentos saludables.
Lejos de ser un producto artificial, el chicle tiene su origen en la propia naturaleza y se conoce desde tiempos ancestrales. Es la savia lechosa y seca de la sapodilla, el árbol que los aztecas llamaban “chitcli” y que ya utilizaban. Fue en 1860 cuando un general mexicano que se trasladó a vivir a Nueva York se llevó hasta los Estados Unidos su costumbre de mascar esa goma. La fortuna quiso que una gran partida de esta resina importada para convertirse en caucho sintético, aún insípida, viera truncado su destino. Antes de perderla, sus responsables se acordaron del uso del general y comenzaron a mascarla. Tanto les gustó, que decidieron lanzarla al mercado y competir con una pastilla de parafina masticable que por aquel entonces se utilizaba para calmar los nervios.
Aún sin sabor, la resina masticable tuvo éxito y pronto podían comprarse bolitas y tiras de chicle que se cortaban en las tiendas, según las necesidades de su usuario. Pero no fue hasta años después cuando a un farmacéutico se le ocurrió añadirle a esta goma de mascar una sustancia aromática utilizada en los jarabes contra la tos. Tras ella llegaron el regaliz y la menta y toda una serie de aromas y sabores que hicieron del chicle un producto al gusto de todo el mundo en continuo desarrollo, según las necesidades del mercado, incluida la sustitución del azúcar por edulcorantes artificiales. Hoy en día, el chicle o goma de mascar se confecciona a base de compuestos sintéticos, aunque desde diferentes ámbitos se intenta promocionar el chicle natural orgánico, más ecológico, ya que procede de bosques renovables, y biodegradable, que vendría a solucionar un “pegajoso” problema de contaminación mundial.