Con anterioridad a la segunda Guerra Mundial, el consumo de leche o nata no pasteurizadas causaba con frecuencia brotes de enfermedades como la difteria, la poliomielitis, el tifus o la tuberculosis. En la actualidad, sin embargo, las mejoras introducidas en la higienización a nivel de las explotaciones agrarias y plantas de procesado, junto con la aplicación rutinaria de la pasteurización, han prácticamente eliminado el riesgo de transmisión de estas enfermedades.
Pese a las mejoras tecnológicas introducidas, en la actualidad los productos lácteos siguen siendo causa de brotes de toxiinfecciones alimentarias (TIA), aunque en una proporción muy baja en comparación a otros alimentos. El perfil de los agentes patógenos implicados en estos brotes, además, ha cambiado sustancialmente debido en buena parte a los cambios introducidos.
Son diversos los agentes patógenos para el ser humano que pueden encontrarse en la leche o en los productos lácteos, tanto químicos como biológicos. Como en la mayoría de los alimentos, los más frecuentes son los agentes biológicos, bacterias principalmente, aunque también existe la posibilidad de encontrar virus o parásitos. Se considera que la aplicación de tratamientos térmicos, como la pasteurización, suele ser una forma eficaz de control de estos peligros cuando provienen de la leche empleada como materia prima. No obstante, unas malas prácticas de fabricación, principalmente en productos cuyo proceso de elaboración incluye etapas de manipulación o de procesado posteriores al tratamiento térmico (por ejemplo el queso o la leche en polvo), pueden facilitar una contaminación cruzada o la incorporación de patógenos de origen ambiental.
Aun así, la eficacia de los tratamientos térmicos tal como se aplican en la actualidad ha sido también cuestionada por algunos estudios en los últimos años, sugiriéndose la necesidad de revisar los parámetros a partir de los cuales se calcula la intensidad de su aplicación. Otro punto importante que debe considerarse es que algunas variedades de queso se elaboran a partir de leche cruda para mantener unas características organolépticas determinadas que los hacen muy apreciados, pero esta práctica incrementa el riesgo. Actualmente se está estudiando la aplicación de nuevas tecnologías, como la alta presión isostática, que ya se aplican comercialmente en nuestro país en productos cárnicos, y que supondrían la introducción de un nuevo mecanismo de control que podría ser aplicado al final del proceso de elaboración, reduciendo considerablemente el riesgo de la presencia de agentes patógenos biológicos.
Lácteos y enfermedades de transmisión alimentaria
La pasteurización continúa siendo uno de los métodos más efectivos para combatir la presencia de patógenos en lácteos, pero no deben olvidarse las condiciones de conservación y el control en origenSegún datos epidemiológicos de la Organización Mundial de la Salud relativos a España, los productos lácteos fueron responsables del 3,3% de los brotes de TIA en el período de 1993 a 1998. Otras fuentes indican que en Francia y en otros países industrializados (EEUU, Finlandia, Holanda, Inglaterra y Gales, Alemania y Polonia), éstos supusieron entre el 1% y el 6% de la totalidad de brotes de TIA ocurridos entre 1983 y 1997.
Aunque la valoración de los datos epidemiológicos debe hacerse siempre con cautela, los resultados obtenidos ponen de relieve que Salmonella spp y Staphylococcus aureus son los principales agentes patógenos implicados en los brotes de TIA ocurridos en estos países. En el caso de los brotes causados por Salmonella spp. destaca la implicación mayoritaria del serovar typhimurium, a diferencia de lo que ocurre en los brotes causados por ovoproductos, donde el serovar predominante es enteritidis.
Otros agentes patógenos presentan una incidencia mucho menor, destacando Listeria monocytogenes (serotipos 4b, ½ a, ½b y 3a) y Escherichia coli (enterotoxigénicas y enterohemorrágicas, principalmente del serotipo O157). A pesar de esta menor incidencia, estos agentes presentaron una tasa de mortalidad considerablemente más alta (de 0,4% para EHEC y de 16% para Listeria monocytogenes en comparación con el 0,09% en los brotes causados por Salmonella spp.).
También se han descrito casos de TIA causada por otros agentes patógenos como Yersinia enterocolytica, Campylobacter jejuni o Brucella melitensis relacionados con el consumo de productos lácteos contaminados. Brucella spp. es un agente que aún presenta una cierta incidencia, principalmente en países de la cuenca mediterránea, muy asociado al consumo de leche no pasteurizada de cabra y oveja o a productos lácteos elaborados a partir de ella.
No obstante, la gama de productos lácteos implicados en los brotes de TIA descritos es muy diversa, siendo difícil establecer un patrón concreto. El consumo de leche no pasteurizada, pero también de leche pasteurizada, incluso UHT, ha sido involucrada en la mayoría de brotes, seguida de los quesos de diferentes variedades. Ocasionalmente también se ha implicado a otros productos lácteos, como nata, mantequilla, yogur o leche en polvo maternizada. En la mayoría de los casos en que la leche había sufrido un tratamiento térmico, la presencia de los microorganismos responsables se asoció a contaminaciones posteriores por malas prácticas higiénicas durante la elaboración. Un ejemplo es la implicación de Salmonella spp en varios brotes de TIA ocurridos en niños de corta edad por consumo de leche en polvo maternizada. Este tipo de producto también ha sido implicado en algunos casos de enfermedad grave por Enterobacter sakazakii en recién nacidos, principalmente prematuros. Este microorganismo se considera que puede actuar como oportunista, aunque aún se conoce poco sobre él y sobre su mecanismo de actuación, pero es necesario que las industrias tomen las medidas oportunas para evitar su presencia.
Otros peligros presentes en los productos lácteos
Existen otros agentes patógenos que aunque no han sido relacionados directamente con brotes de TIA por consumo de productos lácteos, su presencia en éstos ha sido demostrada por diferentes estudios, por lo que este riesgo debería ser también considerado al realizar el análisis de peligros para la implantación del APPCC por parte de las industrias.
Entre los agentes biológicos cabe citar algunas bacterias como Mycobacterium avium paratuberculosis. Este microorganismo es el agente causante de la enfermedad de Johne en el ganado vacuno, pero recientemente algunos estudios lo han señalado como posible agente causal de la enfermedad de Crohn en humanos. La posible vía de infección sería el consumo de leche contaminada. En un estudio realizado en Inglaterra, se detectó la presencia de este microorganismo en el 2,1% de las muestras de leche pasteurizada comerciales analizadas. Se ha especulado con la posibilidad que este microorganismo pueda resistir los tratamientos de pasteurización convencionales (71 ºC/15 seg), aunque los estudios realizados hasta ahora son contradictorios en este sentido.
Otros riesgos potenciales son los virus, aunque no existen muchos datos sobre el papel de productos lácteos en su transmisión. Debemos considerar no obstante que el ganado vacuno puede ser portador de algunos tipos de virus entéricos, como Rotavirus o Norovirus, que pueden contaminar la leche durante el ordeño si las condiciones higiénicas no son las adecuadas. Estos virus parecen tener una gran especificidad de huésped y no hay datos de que puedan transmitirse a humanos. Aún así son bastante similares a sus equivalentes humanos, por lo que no puede descartarse una infección cruzada si se producen las condiciones adecuadas. Pero estos y otros virus, incluyendo el de la Hepatitis A, pueden llegar a los productos lácteos a partir de manipuladores infectados si no se siguen unas buenas prácticas de fabricación. El HAV presenta, además, cierta resistencia a los tratamientos de pasteurización baja.
El protozoo Cryptosporidium parvum es uno de los parásitos causantes de diarreas más extendidos en todo el mundo. Este parásito tiene como uno de sus reservorios el ganado vacuno. El modo de transmisión habitual a los humanos suele ser el contacto directo persona a persona o animal a persona, o la ingestión de agua o alimentos contaminados. No existen referencias sobre el papel de los productos lácteos como transmisores, pero considerando que el agua es uno de los principales vehículos descritos en brotes de cryptosporidiosis y considerando también su baja dosis infectiva y su resistencia a determinados tratamientos de desinfección del agua, existe la posibilidad de que el agua procedente de acuíferos de zonas con una elevada densidad de ganado vacuno pueda estar contaminada y actúe como vehículo de contaminación con ooquistes infectivos de utensilios y equipamientos durante las operaciones de limpieza, pudiendo contaminar la leche tras la pasteurización. En el caso concreto de los productos lácteos, esta posibilidad ha sido demostrada en algunos estudios experimentales, observándose además que los ooquistes se mantienen viables tras procesos de fermentación como los del yogur.
Riesgos químicos y toxinas
De entre los diversos peligros químicos a considerar, los más frecuentes suelen ser los residuos de sustancias farmacológicas, principalmente antibióticos, que se administran a los animales sin guardar el necesario período de espera. Estos pueden administrarse por vía intramuscular, intravenosa, subcutánea u oral, pero muchos antibióticos se administran directamente en la glándula mamaria para el tratamiento de la mastitis.Esta última vía parece la más implicada en la presencia de residuos de antibióticos en la leche. La mayoría de preparados contiene β-lactámicos, siendo este el tipo de antibióticos detectado con mayor frecuencia en diversos países. La presencia de los antibióticos es un riesgo no sólo para el consumidor, sino también para la propia industria láctea, ya que interfieren en los procesos de fermentación.
Los productos lácteos pueden contener también micotoxinas. Entre ellas se ha descrito la presencia de diversas aflatoxinas (M1,B1, G1, M2 y M4), esterigmatocistina, ocratoxina A, tricotecenos (T2) y fumonisinas. Su presencia en productos lácteos es posible si en su elaboración se emplea leche procedente de animales alimentados con piensos contaminados con mohos micotoxigénicos, o debido al crecimiento de estos mohos durante la elaboración del queso.
Otras toxinas de origen biótico que podemos encontrar en los productos lácteos, principalmente en el queso, son las aminas biógenas. Diversos casos de intoxicación histamínica han sido descritos por consumo de quesos con elevadas concentraciones de histamina. La tiramina es otra amina biógena que puede causar reacciones adversas en el consumidor, conocidas como «reacción al queso». Ambas aminas se forman por la actividad enzimática descarboxiladora de determinados microorganismos sobre los aminoácidos. Esta actividad ha sido descrita en una gran diversidad de microorganismos que pueden estar presentes durante la maduración de los quesos (lactobacilos, lactococos, enterococos y enterobacterias principalmente). El control de la materia prima (calidad microbiológica global), la pasteurización, y la utilización de cultivos iniciadores serían los principales puntos de control. No obstante, evitar totalmente su formación es difícil.
También es posible encontrar diversos contaminantes químicos de origen ambiental. En los últimos años se ha prestado una especial atención a la presencia de dioxinas, conjunto de compuestos formado por las dioxinas propiamente dichas y los furanos, muy similares a los PCBs. Sus concentraciones ambientales suelen ser más elevadas en zonas muy industrializadas, y por su elevada persistencia ambiental llegan a los pastos y, a través de ellos, a los animales. Por ello se localizan en prácticamente todos los niveles de la cadena alimentaria. Las dioxinas llegan a las personas principalmente a través de su dieta, siendo el pescado, el marisco y los productos de origen animal con un alto contenido graso las principales fuentes. De hecho, lo derivados lácteos sería el segundo grupo de alimentos que más dioxinas aporta a la dieta según un estudio realizado recientemente en Cataluña, aunque se ha observado un descenso importante en la ingesta diaria estimada en relación a otros estudios similares realizados anteriormente.
Los principales puntos de control en la elaboración de productos lácteos son los relativos a la revisión inicial de las materias primas (la leche) y los tratamientos térmicos a los que la leche puede ser sometida. La primera etapa es común en todos los productos lácteos, mientras que la segunda no se aplica necesariamente en determinadas variedades de queso.
El control de las materias primas es fundamental para eliminar los peligros químicos, como la presencia de antibióticos o de micotoxinas, cuya eliminación no puede ser garantizada por ninguna etapa posterior del proceso al ser en general sustancias resistentes a las altas temperaturas. Pero esta etapa, a su vez, también es muy importante para garantizar la eficacia de los tratamientos térmicos posteriores frente a los peligros biológicos, ya que ésta depende en gran parte de la carga inicial y del tipo de microbiota presente en la leche.
Considerando que los tratamientos térmicos aplicados en la actualidad son seguros y eficaces, en la mayoría de los casos de TIA descritos por consumo de productos lácteos elaborados a partir de leche pasteurizada deberemos buscar la causa de la presencia de agentes patógenos en contaminaciones cruzadas posteriores al tratamiento térmico. No obstante, en las TIA causadas por S. aureus, este puede haber producido su enterotoxina termoestable con anterioridad, como lo demuestra el hecho que en muchos de los brotes descritos no se aisló el microorganismo aunque sí se detectó la enterotoxina en las muestras. En este caso es fundamental el control de las temperaturas de conservación de la leche previas al tratamiento térmico.
La elaboración de productos como la leche en polvo o el queso incluye etapas posteriores a la pasteurización durante las que es fácil una contaminación cruzada. En la leche en polvo, principalmente las leches maternizadas, el riesgo es aún mayor si consideramos el grupo de población al que van destinados. La tecnología actualmente aplicada no permite asegurar la esterilidad del producto, por lo que será necesario estudiar cambios en el proceso para evitar la presencia de flora considerada hasta ahora como banal, como es el caso de Enterobacter sakazakii.
Listeria monocytogenes es uno de los microorganismos más problemáticos en cuanto a las contaminaciones post-tratamiento en muchos productos lácteos como el queso fresco o poco madurado. Debido a su ubicuidad son muchas las posibles fuentes de contaminación en los ambientes de las plantas de procesado, incluyendo las cámaras de conservación. Su elevada resistencia ambiental y su carácter psicrótrofo contribuyen en gran medida a ello, aunque una de las principales fuentes de contaminación es la propia leche. Por ello es esencial aplicar un correcto plan de limpieza y desinfección, así como la realización periódica de controles ambientales y de superficies.
Los quesos elaborados a partir de leche no pasteurizada deben ser objeto de especial atención por el elevado riesgo que pueden conllevar. La termización de la leche no puede considerarse un punto de control crítico ya que muchos microorganismos patógenos, como Listeria monocytogenes, Salmonella spp o E. coli O157:H7, pueden sobrevivirla. Tradicionalmente se asume que los microorganismos patógenos mueren durante la maduración del queso debido al bajo pH, al descenso de la actividad de agua y a la competencia de otros microorganismos (flora láctica principalmente, que suele añadirse como cultivo iniciador). Por ello, la actual legislación (ORDEN de 29 de noviembre de 1985 de la presidencia del Gobierno y Real Decreto 1679/1994) establece que los quesos elaborados a partir de leche cruda deben someterse a una maduración mínima de 60 días previos a su comercialización; el Real Decreto 1679/1994 deja alguna puerta abierta en este sentido, por lo que esta práctica no se sigue en algunas variedades de queso que tradicionalmente se han consumido con una maduración más breve. No todos los microorganismos patógenos se muestran igualmente sensibles a las condiciones microambientales de la maduración, pero además no todas las variedades de quesos presentan valores bajos de pH o actividad de agua.
En este tipo de quesos es aún más importante extremar, por tanto, las medidas referentes al control de la materia prima como principal punto de control crítico. La leche debe ser de alta calidad microbiológica, carente de microorganismos patógenos. Debe ser mantenida en condiciones adecuada de conservación (preferentemente a temperaturas inferiores a 4 ºC durante no más de 48 horas). Debe asegurarse el cumplimiento estricto de los pre-requisitos: BPF, higienización, control de la potabilidad del agua, etc., para evitar otras fuentes de contaminación. Deben realizarse controles sobre la no presencia de patógenos durante la maduración, antes de la salida comercial del producto. Además, sería aconsejable que el etiquetado de estos productos incluya información que indique claramente su procedencia de leche no pasteurizada. Algunos países, como el Reino Unido, incluyen advertencias adicionales sobre la peligrosidad del producto para evitar que sea consumido por grupos de riesgo.
Las investigaciones actuales sobre nuevas tecnologías de procesado no térmico de los alimentos han estudiado sus posibles aplicaciones en la elaboración del queso. Una de estas tecnologías, la alta presión hidrostática, puede ser aplicada tanto a la leche como al queso ya elaborado (al inicio o al final de su maduración), e incluso con el producto ya envasado. Ello permitiría la introducción de un nuevo punto crítico de control justo al final del proceso de elaboración que posibilitaría la inactivación de los microorganismos patógenos, garantizando de este modo la llegada al consumidor de un producto seguro sin la necesidad de una maduración prolongada.
- Anónimo (2002) «Estudi d’estimació d’ingesta de dioxines de la població de Catalunya», Butlletí Epidemiològic de Catalunya, XXIII: 157-160.
- De Buyser, M.L., Dufour, B., Maire, M. y Lafarge, V. (2001) «Implication of milk and milk products in food-borne diseases in France and in different industrialised countries». International Journal of Food Microbiology, 67: 1-17.
- Deng, M.Q. y Cliver, D.O. (1999) «Cryptosporidium parvum studies with dairy products». International Journal of Food Microbiology 46: 113-121.
- Lund, B.M., Gould, G.W. y Rampling, A.M. (2002) «Pasteurization of milk and the heat resistance of Mycobacterium avium subsp. paratuberculosis: a critical review of the data». International Journal of Food Microbiology, 77: 135-145.
- Mitchell, J.M., Griffiths, M.W., McEwen, S.A., McNab, W.B. y Yee, A.J. (1998) «Antimicrobial drug residues in milk and meat: causes, concerns, prevalence, regulations, test and test performance». Journal of Food Protection, 61: 742-756.
- OMS (1998) «WHO Surveillance Programme for Control of Foodborne Infections and Intoxications in Europe. 7th Report, Spain». Disponible en www.who.it.