Entrevista

Rosa Corcoy, endocrinóloga del Hospital de Sant Pau de Barcelona

«Los riesgos en la gestación dependen más de la complexión de la mujer antes del embarazo que de los valores analíticos que presente después»
Por Jordi Montaner 29 de julio de 2004
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La alimentación durante el embarazo se ha considerado siempre un factor de seguridad crucial para el correcto desarrollo del feto y la propia salud de la mujer. De ahí que se intente en la actualidad corregir determinados déficit nutricionales con indicaciones específicas sobre dieta y complementos alimenticios. El balance entre todos ellos, defiende Rosa Corcoy, investigadora clínica en el Hospital de Sant Pau de Barcelona, adquiere una enorme importancia.

Un equipo de investigadores dirigido por Rosa Corcoy ha publicado recientemente en la revista Diabetologia un estudio sobre malformaciones congénitas en pacientes con diabetes mellitus gestacional. En el punto de mira, el índice de masa corporal previo al embarazo y la gravedad de la diabetes.

¿Qué motivó que su equipo, adscrito a la Universidad Autónoma de Barcelona, propusiera esta investigación sobre malformaciones congénitas?

El papel del mal control glucémico en la madre sobre las malformaciones congénitas está sobradamente documentado en la bibliografía médica. En los últimos diez años, además, se han hecho estudios sobre población general que han documentado cómo las mujeres obesas daban a luz más niños con malformaciones que las no obesas. Todo parecía indicar que la causa era la diabetes muchas veces intrínseca de esas mujeres obesas, pero quisimos averiguar si el grado de diabetes es tan importante como el grado de obesidad, por separado. Vimos que ambos factores incrementan el riesgo, pero descubrimos que la obesidad interviene de forma mucho más importante que la misma diabetes. Teníamos una serie larga de pacientes y decidimos analizar esa influencia.

A este paso, la obesidad acabará siendo delito.

Ateniéndonos a los datos del estudio, y es importante tener esto en cuenta, el problema no es tanto la obesidad como la adiposidad.

¿Cuestión de tecnicismos?

No, en absoluto. Hemos visto que el riesgo no se concentra ni tan sólo en mujeres con sobrepeso, sino en índices de masa corporal ya por encima de 22. No hablamos, por tanto, de pacientes obesas ni tan sólo con sobrepeso, sino de mujeres que almacenan más energía o nutrientes de los que su organismo utiliza.Así de simple.

Entonces, el riesgo no se concentra en los extremos.

«Una mujer muy delgada puede tener otros problemas de salud, pero no el de un riesgo de malformaciones congénitas durante el embarazo»

Antiguamente se pensaba que la delgadez extrema era tan perjudicial como la obesidad extrema, salvando los términos medios; pero la realidad es distinta. El riesgo no se distribuye en forma de U, sino de J, de manera que cuanta menos adiposidad se tiene, más garantías existen de que no haya malformaciones. Las mujeres delgadas pueden tener otros problemas de salud, pero no el de un riesgo de malformaciones congénitas durante el embarazo.

¿Qué explicación biológica puede darse a esta relación?

Nuestras interpretaciones de lo averiguado son sólo especulativas. Creemos que el problema de las malformaciones no está ligado únicamente al exceso de azúcar, sino también al de aminoácidos o triglicéridos.

Pero un hipoinsulinismo también puede perjudicar el desarrollo del feto.

Así es, pero el problema de base pasa por la adiposidad. Cuanta mayor adiposidad en el organismo, mayor resistencia a la insulina. Por otra parte, un estudio llevado a cabo en EEUU con mujeres hispanas embarazadas de complexión obesa reveló que las obesas no diabéticas también ostentaban un riesgo de malformaciones genéticas.

Su teoría desmonta la creencia popular de que las embarazadas deben «comer por dos».

Esta creencia no tiene una justificación científica, pero quisiera incidir en que el problema no está tanto en la obesidad o la diabetes durante el embarazo, sino en la complexión y los valores analíticos que la mujer presenta con anterioridad a quedar embarazada; es ese estado el que predetermina los riesgos de la gestación. A partir de un índice de masa corporal de 18-22 el riesgo experimenta un incremento mayor que de 22 a 25.

¿Han detectado otros factores de riesgo subsidiarios?

Hemos prestado atención a la influencia de la edad de la mujer embarazada y a un posible hábito tabáquico, sin apreciar diferencias estadísticamente significativas en cuanto a riesgo de malformaciones mayores.

¿Qué se etiende por malformaciones mayores?

Aquellas incompatibles con la vida, que requieren cirugía reparadora o que presentan complicaciones cosméticas muy graves.

¿Como la espina bífida?

Exacto. En nuestra serie no ha sido una malformación muy frecuente, pero no cabe duda que es una de las más estudiadas. Las malfrmaciones que más se han dado han sido las cardiacas.

EDUCACIÓN SANITARIA VERSUS RIESGO

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La doctora Rosa Corcoy evita todo tinte alarmista en sus explicaciones. La tasa de riesgo registrada -3,8% para malformaciones mayores- «no es nada del otro mundo», pero llama la atención la forma en que las curvas de riesgo escalan posiciones cuando el índice de masa corporal sube enteros, apunta.

A propósito de la espina bífida, quisimos indagar sobre el papel protector del ácido fólico
y la investigadora sacó a relucir un estudio reciente según el cual los folatos no protegen contra malfomaciones congénitas en embarazadas con alto nivel de adiposidad. «Otro trabajo establece una relación causal enre la obesidad del embarazo y la aparición de abortos espontáneos», dice.

Corcoy asegura que ginecólogos y obstetras están implicados en la lucha contra las malformaciones congénitas; su consejo es eficaz, aunque no tan eficiente, puesto que estos especialistas no pueden hacer un seguimiento de dieta o ejercicio físico, que corresponde al profesional de la atención primaria. «Tampoco se trata de propiciar adelgazamientos súbitos en el momento del embarazo, puesto que la hipoglucemia y los cuerpos cetónicos también han demostrado ser perjudiciales para la salud del recién nacido».

La responsabilidad recae en las administraciones, juzga la endocrinóloga, «que debiera fomentar una cultura alimenticia más sensata entre nuestras adolescentes, en las escuelas y las empresas de restauración». Explica que en EEUU se ha constatado que el tamaño medio de los platos servidos hoy día en un establecimiento de comida rápida duplican en contenido y cantidad los servidos hace 20 años.

«Incluso en la necesidad de instaurar folatos en la dieta no estamos bien ducados en un país como España». En este sentido, se refiere a a un trabajo de la doctora Martínez Frías (Universidad Complutense de Madrid ) sobre folatos y embarazo que si bien garantizó que el 90% de las embarazadas consumen folatos de forma regular en el embarazo, sólo un 9% lo hacen fuera de él. «Con el yodo pasa algo similar, pero son defectos que pueden corregirse fácilmente mediante suplementos; con la obesidad, o la adiposidad, es bastante más complicado». Los endocrinólogos visitan casi siempre a embarazadas con obesidad mórbida, pero existe una población con riesgo de malformaciones que escapa al control de ginecólogos, obstetras, pediatras o endocrinólogos. Tal vez se trate de mujeres que piensen que su adiposidad «entra en los márgenes de normalidad», pero Corcoy entiende que se debería educar en el sentido de que la dieta equilibrada y el ejercicio no sólo favorecen la salud del individuo sino también la de su descendencia. «De nada servirán iniciativas como las de fortificar las harinas con ácido fólico si no conseguimos que la adiposidad se controle desde etapas anteriores a la gestación», concluye.

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