Seguir las pistas genéticas de los alimentos es una de las maneras más correctas de desarrollar nuevas variedades y modificarlos con el fin de que sean más saludables, más nutritivos y, sobre todo, aptos para todos los ciudadanos. Incidir en aspectos como las alergias o intolerancias de los consumidores es uno de los principales objetivos de estos hallazgos modernos. Una nueva investigación trabaja para descifrar las pistas genéticas de la soja e idear mejores variedades de este alimento.
Descubrir la genética de la alérgeno, sobre todo para los bebés, los más propensos a padecer esta «enfermedad», aunque también se desarrolla en adultos. La ley ya obliga a destacar en las etiquetas de productos la posibilidad de que contengan cualquier posible resto de soja, si está en su composición. Las personas alérgicas, al leer la etiqueta, sabrán de manera segura qué pueden consumir, si bien hay que asegurarse de leer las etiquetas de manera más o menos constante, ya que en ocasiones los fabricantes cambian algunos de los componentes de sus alimentos y nunca debe darse por seguro que un alimento que no contiene soja hoy, tampoco la contendrá mañana.
Tras varios estudios realizados en estas últimas décadas, cuando la soja ha experimentado un mayor aumento de consumo, expertos estadounidenses estiman que las personas alérgicas a este vegetal sí toleran el consumo de lecitina de soja, del aceite de soja y del aceite de las semillas de soja. Sin embargo, la soja está presente en gran variedad de alimentos -aunque en ocasiones se desconoce-, como el miso, que puede contener harina de soja o proteína de soja, la salsa Worcestershire, que puede contener proteína hidrolizada de soja, el tofu o el tempeh (todos ellos derivados directos de la soja), en los polvos de proteína, en algún alimento enlatado como el pescado, en cereales, en sopas o en salsas.