Mejorar los envases
¿Cómo deberían ser los envases alimentarios para ser más sostenibles? Esta pregunta impulsa la investigación y la innovación en materia de sostenibilidad alimentaria. Las siguientes son tres opciones que avanzan en esa dirección:
💡 Bioplásticos compostables
Se rigen por la norma UNEEN 13432 que determina que deben biodegradarse en seis meses en condiciones óptimas, es decir, si lo echamos al cubo marrón de los desechos orgánicos y se procesa en una planta compostadora. Si los procesamos en casa en una compostadora doméstica puede tardar hasta un año. El ejemplo más cercano son las bolsas de la frutería o las del pan fabricadas en tereftalato de adipato de polibutileno (PBAT).
💡 Envases que se desintegren en el mar
Los platos preparados y envasados al vacío en barquetas de plástico cada vez tienen más mercado. Se pasteurizan para alargar su vida útil y eso requiere envases de polipropileno. Aunque ese plástico es reciclable, se buscan otras alternativas sostenibles. AINIA colabora en el Proyecto Vulcano con el Grupo Alimentario IAN (el fabricante de las conservas Carretilla) para desarrollar una línea de platos preparados en envases compostables o biodegradables que se desintegren al contacto con el agua y que, además, se puedan someter a tratamientos térmicos (pasteurización).
💡 Un film biodegradable
Un equipo de investigadores del Instituto La Mayora, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad de Málaga, anunciaba la pasada primavera la creación de un film biodegradable en agua de mar, transparente, muy resistente a la grasa y perfecto, entre otros, para envolver galletas, snacks o platos preparados. Aún no se comercializa.
¿Qué hay en una atmósfera protectora de los envases?
Una fruta cortada, un filete o unas patas fritas son el festín perfecto para que las bacterias devoren sus grasas, proteínas y resto de nutrientes. También para que sus propias enzimas hagan lo que mejor saben: oxidar el alimento. Para evitar esos procesos se añaden en el envase unos gases no tóxicos para el ser humano. Es lo que se conoce como atmósfera protectora.
“Consiste en sustituir el aire por una mezcla de gases que protejan el producto del deterioro”, explica el tecnólogo de los alimentos Miguel Ángel Lurueña. Esos gases, en realidad, no son sino los mismos que hay en la atmósfera, pero en una proporción distinta. Los gases se introducen en la planta envasadora antes de sellar el envase, por lo que se consideran un aditivo alimentario regulado por el Reglamento UE 1130/2011. Así, el dióxido de carbono es CO2 o E290, el dinitrógeno es N2 o E941, y el oxígeno es O2 o E948.
Poner más o menos de uno u otro dependerá del tipo de alimento, las características del envase y los efectos que se pretenda conseguir.
- El nitrógeno se usa en sustitución del oxígeno en alimentos ricos en grasas para evitar que se pongan rancios. Por eso, es el habitual en las bolsas de patatas fritas y frutos secos.
- En cambio, el pollo, el cerdo y las frutas necesitan reducir el oxígeno para evitar la proliferación de bacterias anaerobias. Esto se consigue sustituyendo buena parte del oxígeno por CO2. En las carnes rojas, se introduce entre el 60 % y el 80 % de oxígeno y un 20 % de CO2. Esta mezcla hace que la carne genere oximioglobina, una proteína de color rojo intenso que evita la proliferación de microbios que descomponen la carne.