Qué es el yodo y en qué alimentos lo encontramos
El yodo es un mineral que nuestro cuerpo necesita consumir sí o sí en ciertas cantidades para realizar funciones vitales con normalidad. Su rol más destacado es la regulación en la síntesis de hormonas tiroideas dentro de la glándula tiroides. Precisamente, un desajuste hormonal de esta glándula puede traducirse en ciertos problemas de salud como hipotiroidismo o hipertiroidismo, donde se sintetizan insuficientes o excesivas cantidades de hormonas tiroideas, respectivamente.
A raíz de un mal funcionamiento de la glándula tiroides es posible desarrollar enfermedades como el bocio. Su síntoma más evidente es el agrandamiento excesivo de la glándula tiroides, que se manifiesta con hinchazón en la zona del cuello. El motivo más frecuente de esta dolencia es un insuficiente suministro de yodo a través de la dieta.
Para evitar este problema es habitual que se fomente el consumo de sal yodada en aquellas regiones cuyos suelos son pobres en yodo. De ahí que se hable de «bocio endémico» para referirse a este problema, ya que afecta a algunas zonas del planeta más que a otras. De hecho, en España existen algunas regiones que tradicionalmente se asocian con esta condición por la pobreza de yodo en sus suelos.
Por suerte, además de la sal yodada, contamos con multitud de alimentos que nos ayudan a alcanzar las ingestas diarias recomendadas de yodo. Mariscos, pescados y moluscos suelen ser las fuentes principales de este micronutriente en la dieta, así como quesos y huevo en menor proporción.
Otros alimentos menos habituales en nuestra dieta, pero que cada vez están cobrando más protagonismo son las algas. En este caso, conviene vigilar su consumo ya que aportan cantidades considerables de yodo.
¿Y cuáles son las ingestas diarias recomendadas de yodo? En población adulta sana oscilan entre los 110 y 150 µg (microgramos) según el sexo y rango de edad. Las embarazadas suelen tener unos requerimientos de yodo algo más elevados, por ello se les recomienda la ingesta de suplementos alimenticios de yodo.
El vínculo del yodo con la radiación
Al margen de lo nutritivo, hay un aspecto importante del yodo que merece especial atención. Tiene que ver con la radiación, ya que existe un isótopo del yodo de naturaleza radiactiva: el yodo I-131. Esta variante del yodo es uno de los principales productos de la fisión nuclear del uranio y del plutonio, así como otros elementos químicos usados como combustible nuclear.
En términos más sencillos, esto se traduce en que el yodo-131 es peligroso para la salud dentro del contexto de un accidente nuclear. También es cierto que, usado en dosis adecuadas, tiene propiedades terapéuticas en ciertos tipos de cáncer.
Entonces, ¿dónde está el problema? El asunto es que si el yodo radiactivo está presente en el ambiente, queda absorbido rápidamente por la glándula tiroides. Esto incrementa sustancialmente la incidencia de cáncer de tiroides al producirse una alteración del ADN por culpa de la radiación. ¿Por qué? Porque la glándula tiroides no hace distinciones entre el yodo radiactivo y aquel que no lo es: se atiborra del que tenga a su disposición.
Por este motivo, cuando suceden catástrofes nucleares es habitual suministrar a la población pastillas de yodo con la intención de saturar la tiroides y que el yodo radiactivo no tenga posibilidad de penetrar en nuestra glándula. Concretamente, se hace bajo el formato de yoduro potásico, y no es posible comprarlos en farmacias. Es el Gobierno de cada país quien lo administra en casos de necesidad según las indicaciones de las autoridades sanitarias.
Por desgracia, estamos ante un escenario preocupante: muchas personas hacen acopio de ingentes cantidades de suplementos de yodo en farmacias por temor a un hipotético accidente nuclear. Sin embargo, estos suplementos de yodo no van a servirnos como protección. A continuación explicaremos los motivos. Por cierto, incluso la ingesta de yoduro potásico en concentraciones elevadas no es una garantía infalible para protegernos de la radiación: solo protege la tiroides, y nada más.
Los riesgos de tomar más yodo de la cuenta
Los suplementos de yodo que se utilizan en situaciones de accidente nuclear contienen concentraciones muy elevadas, entre 65 y 130 miligramos de yodo. Sin embargo, los suplementos vendidos habitualmente en farmacias poseen cantidades mucho menores, en torno a unos pocos microgramos (µg).
Recordemos que un solo miligramo equivale a 1.000 microgramos: la diferencia entre ambas unidades métricas es abismal. Necesitaríamos tomar miles de suplementos normales de yodo de una sola sentada para tan siquiera rozar las concentraciones de yodo recomendadas frente a la radiación. Pero no basta con las cantidades.
También existe un factor temporal de suma importancia. No tiene mucho sentido ingerir yodo con demasiada antelación frente a una posible exposición nuclear, ya que los tiempos de actuación son bastante cortos.
La recomendación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU. (CDC) es tomarlo en el momento o unas pocas horas antes de exponernos a la radiación. Además, contamos con recomendaciones oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en este aspecto: «El período óptimo de administración de yodo estable es menos de 24 horas antes, y hasta dos horas después del inicio de la exposición».
En definitiva, la eficacia del yoduro de potasio saturando la glándula tiroides dura aproximadamente 24 horas, por eso tampoco tiene sentido tomar suplementos con tanta antelación.
Es decir, los suplementos de yodo genéricos de farmacia no van a protegernos frente a la radiación por dos factores: concentración y tiempo. Las concentraciones de yodo que poseen son insuficientes, y además deben tomarse en momentos cercanos a la exposición radiactiva.
Por si fuera poco, la ingesta excesiva de suplementos de yodo, aunque sea en concentraciones de microgramos, puede traducirse en otros problemas de salud. Un exceso de yodo por encima de nuestras necesidades vitales podría acarrear un desequilibrio hormonal severo, así como un mal funcionamiento de la glándula tiroides. Todo ello fomentaría el desarrollo de problemas como hipertiroidismo e hipotiroidismo.