Cuando pensamos en sustancias nocivas para la salud las identificamos con toxinas o venenos que en cantidades más o menos pequeñas alteran el normal funcionamiento de un organismo, provocándole daños e incluso la muerte. Sin embargo, hay sustancias, en principio tan necesarias e inocuas como el agua, que pueden, ingeridas en grandes cantidades, tener el mismo efecto nocivo que una toxina. Este efecto de toxicidad por exceso es aplicable también a la sal e incluso a algunos nutrientes de los alimentos que en cantidades elevadas actúan como tóxicos para el organismo.
sal común que, sin ser tóxicos en el sentido estricto de la palabra, pueden actuar como tales en cantidades muy elevadas, provocando graves daños al organismo e incluso la muerte.
El caso del agua
Nuestro organismo está formado por agua en un porcentaje muy importante. Este elemento, considerado como un nutriente, es necesario para un correcto funcionamiento. Aunque las recomendaciones de consumo varían en función de la dieta, el tipo de actividad, la época del año o situaciones especiales como la lactancia, su consumo saludable se sitúa entre un litro y medio y dos litros de ingesta diaria. Hay que tener en cuenta que una dieta equilibrada proporcionaría a través de los alimentos una cantidad algo inferior a ésta, por lo que las necesidades totales de nuestro organismo (alrededor de tres litros), estarían totalmente cubiertas.
Sin embargo, este consumo puede ser anormalmente aumentado en determinadas circunstancias, como un régimen de adelgazamiento sin control profesional o siguiendo las recomendaciones de personal no cualificado. El consejo sería beber «abundante» agua para depurar el organismo e ingerir menos alimentos calóricos. El término abundante puede convertirse en una cantidad tal que colapse el organismo llegando a originar daños e incluso la muerte, por lo que a esas dosis excesivas el agua actuaría como una toxina.
El agua es el componente más importante de nuestro organismo y el medio en el que se llevan a cabo todas las reacciones bioquímicas necesarias para la vida. Actúa como disolvente y sustrato para las reacciones metabólicas y es necesaria para estructurar las células y los tejidos. Es esencial para el funcionamiento de todos nuestros órganos e interviene en los procesos de digestión, absorción, metabolismo y transporte de nutrientes y otras sustancias de nuestro cuerpo. También es el vehículo de eliminación de residuos. Además, regula nuestra temperatura corporal y mantiene el equilibrio de los líquidos intra y extracelulares compensando la presión osmótica. Todos estos procesos pueden verse alterados si la cantidad de agua es anormalmente elevada.
En casos extremos de gran ingesta, como dietas sin control, actividad deportiva muy intensa, trastornos hormonales o desequilibrios psicológicos que provocan potomanía, es decir, un consumo excesivo y compulsivo de agua, se puede producir una intoxicación por agua. Entonces el organismo se ve inundado por este elemento, lo que provoca que sodio y otros electrolitos como potasio, magnesio o moléculas orgánicas se diluyan alterando el funcionamiento del organismo y colapsando peligrosamente las funciones vitales (respiración, función cardiaca o función cerebral), lo que puede provocar la entrada en coma e incluso la muerte.
Este proceso de intoxicación por agua o hiperhidratación se ve agravado en los casos de gran consumo en poco tiempo, ya que los sistemas que regulan el equilibrio hídrico del organismo son incapaces de realizar su función y mantener los niveles normales de electrolitos en el organismo.
Normalmente, los expertos apuntan el problema contrario, porque en general el consumo de agua entre la población es bajo. Sin embargo, y precisamente debido a este afán por relacionar el agua con un estilo de vida saludable, se pueden llegar a cometer excesos en su consumo. Los especialistas también indican que, aunque en circunstancias normales la ingesta de agua está determinada por la sensación de sed, cuando ésta se produce el organismo ya está sufriendo un inicio de deshidratación, por lo que resulta conveniente, especialmente entre niños y ancianos, anticiparse a esta llamada de alerta.
La sal
El caso contrario sería un elevado consumo de sal en poco tiempo. La cantidad de sodio, un nutriente mineral necesario para nuestro organismo, aumentaría peligrosamente modificando el equilibrio hidrosalino y su proporción con otros minerales como el potasio y alterando funciones vitales como el correcto funcionamiento del corazón, lo que provocaría un colapso. No estaríamos hablando de un consumo de sal en la dieta superior al recomendado, éste provocaría hipertensión arterial y riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares a medio y largo plazo.
Estaríamos hablando de un aporte puntual en exceso que actuaría como un tóxico por provocar una cantidad anormalmente elevada de sodio en el organismo. Los niños son mucho más vulnerables al exceso de sodio que los adultos ya que tienen menor capacidad para regularlo. Por esta razón, es importante no suministrar bebidas para deportistas ricas en sales a niños pequeños con objeto de ayudarles a reponerse, por ejemplo, de un proceso de deshidratación por vómitos y/o diarreas, ya que pueden resultar peligrosas y causarles una intoxicación. Hay soluciones rehidratantes específicas formuladas para ese fin y adaptadas a su edad que se pueden adquirir en las farmacias.
Algunos nutrientes, como las vitaminas liposolubles, presentes en la parte grasa de los alimentos, se acumulan en nuestro organismo de tal manera que, si se ingieren en exceso almacenándose en grandes cantidades, pueden producir efectos tóxicos. Resulta diferente con las hidrosolubles o solubles en agua, que se eliminan a través de la orina. Aunque es difícil alcanzar niveles tóxicos de vitaminas liposolubles a través de una dieta desequilibrada, no ocurre lo mismo si ingerimos preparados vitamínicos sin prescripción ni control facultativo con la falsa creencia de estar reforzando nuestra alimentación o, lo que es más grave, la de los más pequeños, especialmente sensibles a este tipo de excesos.