Diversos estudios de población señalan que existen diferencias claras entre las distintas clases sociales en lo relativo al consumo de alimentos y nutrientes. En particular, los grupos de nivel adquisitivo bajo tienen una tendencia mayor a llevar una dieta desequilibrada y consumen pocas frutas y verduras, según informa el Consejo Europeo de Información sobre Alimentación (Eufic).
Los estudios en esta materia constatan que estos hábitos pueden provocar tanto desnutrición (carencia de micronutrientes) como sobrealimentación (consumo energético excesivo que deriva en sobrepeso y obesidad) entre los miembros de una comunidad, en función de la edad, el sexo y el nivel de pobreza. Los expertos hablan de pobreza o inseguridad alimentaria para designar la situación de los grupos con bajos ingresos que tienen dificultades para seguir una dieta saludable y equilibrada. En general, esta situación implica la aparición de obstáculos que impiden llevar una dieta sana, que son el coste, la accesibilidad y la falta de conocimiento.
Según Eufic, estos factores han conducido al desarrollo de zonas conocidas como «desiertos alimentarios». El estudio concluye que el nivel educativo y los ingresos determinan la elección y los comportamientos alimentarios que, en última instancia, pueden producir enfermedades relacionadas con la dieta. Según la investigación, los factores que influyen en la elección de alimentos no se basan sólo en las preferencias de cada persona sino que se ven condicionados por circunstancias sociales, culturales y económicas.