Acabar con el hambre en el mundo es posible. Sahel y el Cuerno de África son tan solo dos de los casos más urgentes, que recuerdan cada día la necesidad de actuar, aunque los medios de comunicación no lo destaquen con la misma frecuencia. En ambas zonas hay pobreza, desnutrición, malnutrición, dramas personales y globales que, sin embargo, se pueden paliar. La inversión económica es fundamental, pero sobre todo, hay que conseguir dar a la población las herramientas que necesita para que, una vez superada la situación, mantenga unas condiciones de vida dignas, las mismas que todos pretendemos cada día.
Acabar con el hambre a través de la agricultura
África depende sobre todo de la tierra. Sin embargo, las sequías en unos casos, las inundaciones en otros, una incorrecta aplicación de técnicas agrícolas o la falta de estas agrava una situación de por sí muy grave. Esto se traduce en millones de personas que apenas tienen la posibilidad de comer una vez al día, ¿pero se puede hacer algo?
La respuesta es afirmativa. Tal como expusieron los participantes de la V Jornada Derecho al Agua y Saneamiento, organizada por ONGAWA con el título «Agua y alimentación, por derecho». En este evento, se puso de manifiesto la importancia de mejorar la calidad del agua para reducir el número de muertes en el mundo, pero sobre todo, se lanzó un mensaje de esperanza y se destacaron las pautas para reducir las tasas de desnutrición en el mundo.
La lucha contra el hambre exige mejorar la gestión del agua para producir alimentos suficientes
Beatriz Beekman, representante de la FAO en España, asegura que en la actualidad «producimos el doble de lo que necesitamos» y, a este ritmo, incluso será necesario aumentar la producción debido al incremento de la población. Por ello, se hace hincapié en un mejor aprovechamiento de los alimentos, pero sobre todo, es necesario apostar por prácticas agrícolas sostenibles y por la formación de los agricultores.
En este aspecto, el agua es fundamental. La FAO estima que el éxito en la lucha contra el hambre depende de un mejor uso de este bien. Con motivo de la celebración del Día Mundial del Agua, el pasado 22 de marzo, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, defendió que una mejor gestión del agua es básica para producir alimentos suficientes para toda la población.
Hambre y cambio climático
El cambio climático es una amenaza para la agricultura. Sequías e inundaciones son algunas de las principales consecuencias. La falta de lluvias merma la calidad de la tierra y el agua que se almacena en los acuíferos, mientras que la abundancia deja inservibles grandes extensiones de terreno.
Todos los ciudadanos pueden colaborar para paliar los efectos del cambio climático, puesto que el actual estilo de vida influye en su evolución. Frenar el avance de este fenómeno supondría reducir la posibilidad de catástrofes naturales y, por tanto, de sus efectos.
Entre estos destacan los citados: las sequías y las inundaciones. En el caso de la escasez de lluvias, la falta de agua influye en la competencia por este bien, lo que redunda en una disponibilidad limitada del agua. Esta situación requiere, según la FAO, usar los recursos con más eficacia, proteger los recursos hídricos, reutilizar y reciclar el agua y recurrir a técnicas como la desalinización y tecnologías de irrigación en pequeña escala para la agricultura.
Poner fin a la apropiación de tierras
Desde Intermón Oxfam, Lourdes Benavides reclama el fin de la apropiación de tierras, una tendencia que en los últimos años ha aumentado y que supone arrebatar el terreno a los agricultores que dependen de él para el autoabastecimiento.
La apropiación de tierras implica la venta de grandes extensiones a inversores privados, que expulsan de este territorio a los pequeños agricultores. «Las tierras se adquieren en los países del Sur como inversión, para especular. No son tierras que se aprovechen, ya que no están en uso», señala Lourdes Benavides.
El aumento de la población se traduce en una mayor necesidad de alimentos, lo que incrementa la presión sobre las tierras y, por tanto, la apropiación de estas. Sin embargo, los terrenos se emplean para otros fines, como la producción de agrocombustibles. Se calcula que hasta el momento se ha acordado la transacción de 203 millones de hectáreas, localizadas en su mayoría en África, justo donde más alimentos se necesitan.
El desperdicio de alimentos es otra de las claves para combatir las tasas de desnutrición. Cada año se desperdician hasta 1.300 millones de toneladas de alimentos, la tercera parte de los alimentos producidos. Este dato sorprende, sobre todo, en un contexto donde más de 900 millones de personas en todo el mundo pasan hambre.
Tristram Stuart, autor del libro ‘Despilfarro’, asegura que “se desperdicia más comida en el mundo de la que podrían consumir todas las personas hambrientas“. El título de esta obra es significativo e invita a reflexionar sobre las pautas de consumo. “Despilfarrar comida es el equivalente de sacar comida de las bocas de los pobres a escala global“, defiende.
En cuanto a la subida del precio de los alimentos, otro de los aspectos fundamentales que influyen en las tasas de desnutrición, Stuart pone un ejemplo muy claro: “Cuando compramos comida, por ejemplo, pan, estamos interactuando en el mercado global del trigo (…). Si nosotros, en los países ricos, despilfarráramos menos pan y por lo tanto, compráramos menos trigo en el mercado mundial, quedaría más cantidad disponible para las personas en África y Asia, que pasan hambre, y que compran el trigo en el mismo mercado mundial”.