Son mujeres y hombres adultos con empleo. Muchos son profesionales que se han formado en la universidad. Algunos todavía estudian y compaginan posgrados, másteres o cursos con sus obligaciones laborales. Unos vienen del extranjero, otros han nacido en España. También hay padres de familia separados o divorciados. Pero todos tienen más de 30 años y comparten piso. Su situación es un fenómeno en gran medida producto de la crisis y de la precariedad laboral. En estas líneas se explican más a fondo estas razones por las que cada vez más personas mayores de 30 años comparten los gastos de la vivienda y el desafío que supone para ellos.
Una fórmula para todos
Convivir con amigos, conocidos o compañeros de estudios durante un tiempo es una fórmula habitual entre los jóvenes. Desde el punto de vista económico, el método es eficaz ya que dividir entre varias personas el importe del alquiler de la casa, las facturas e, incluso, la comida abarata de manera notable el gasto mensual individual. Es sencillo y no hay secretos: al disminuir el presupuesto en vivienda y alimentación, aumenta el poder adquisitivo en otras áreas y el bolsillo lo agradece. Esto explica que el sistema esté tan extendido entre los estudiantes universitarios y quienes acaban de entrar en el mercado laboral. Pero, ¿solo ellos comparten piso o hay otros grupos sociales que recurren a esta práctica? ¿Es todavía un primer paso hacia la vida independiente o abarca más situaciones? ¿Quiénes se acogen hoy a este tipo de convivencia?
La razón principal para compartir piso es percibir ingresos insuficientes para mantener una vivienda en solitario
El entramado social cambia y este modelo de cooperación no solo es válido para los jóvenes. Al contrario. La horquilla de edades se ha ampliado y cada vez hay más personas mayores de 30 años que deciden compartir vivienda. ¿La razón principal? El dinero. Ya sea porque los ingresos no alcanzan para mantener una casa en solitario o porque, a pesar de ser suficientes, no dejan margen para ahorrar.
La inseguridad laboral y los bajos ingresos han creado el escenario idóneo para lanzarse a la búsqueda de soluciones alternativas, como la vivienda compartida. ¿Cuáles son los principales perfiles de quienes comparten piso una vez rebasada la barrera de los 30?
Personas extranjeras
La inmigración ha supuesto un cambio notable en la cultura, la economía y la sociedad españolas. El aumento significativo de la población extranjera en la última década ha modificado de modo sustancial algunos aspectos de la vida cotidiana, entre ellos, la vivienda. Los inmigrantes no solo han dinamizado el mercado del alquiler en nuestro país; también han sido pioneros en visibilizar la tendencia de compartir piso entre varias personas o de alquilar habitaciones en casas de familia. Más allá de los extremos de la pobreza y la precariedad (como los denominados «pisos patera»), hay un alto porcentaje de extranjeros adultos y trabajadores que convive con otras personas en su misma situación. La convivencia es breve, en un momento puntual (recién llegados, mientras encuentran trabajo o esperan concretar la reagrupación familiar, etc.) o de larga duración. Este es el caso de quienes residen en España durante uno o dos años con la idea de ganar el máximo dinero posible y gastar lo mínimo para enviar remesas a sus familias y regresar al país de origen con cierto capital.
Padres separados
Algunos padres de familia han hecho visible este fenómeno social, tras la separación o divorcio. Más del 60% de las personas que pasan por esta experiencia no tiene dónde ir. La ley vigente establece que, cuando hay hijos menores, el hogar familiar se reserva para el progenitor que tiene la custodia. La disposición está pensada para proteger a los pequeños, pero tiene consecuencias directas sobre los adultos. En especial, sobre quienes deben marcharse de casa. Las distintas asociaciones de padres separados y de asistencia familiar insisten en este aspecto y denuncian la situación de miles de personas que, con un salario normal, no pueden hacer frente a todas las obligaciones económicas. Además de la pensión para los hijos (y para la expareja si no tiene trabajo), muchos deben pagar la hipoteca o una parte de ella, aunque ya no vivan en el piso. Esos gastos fijos mensuales dejan muy poco margen para afrontar los costes de la vida cotidiana y el alquiler de una vivienda. De ahí que muchas personas en esta situación vivan de nuevo con sus padres o compartan piso.
Desbordados por la hipoteca
Este perfil es novedoso, se originó en la crisis. Son miles las familias que no pueden afrontar las obligaciones contraídas hace años, cuando la bonanza económica invitaba al crédito, el préstamo y la compra. Ante la nueva realidad, algunos propietarios ponen sus inmuebles en alquiler o en venta. Otros que no han podido o no han querido deshacerse de ellos, optan por compartirlos y alquilan alguna de las habitaciones. Son personas solas o parejas jóvenes quienes más lo promueven.
Trabajadores y profesionales
Este perfil se superpone con los anteriores, ya que personas extranjeras, padres divorciados y propietarios agobiados por la cuota de su hipoteca son profesionales o tienen un oficio y trabajan. Sin embargo, en esta categoría también se engloban las personas que no son inmigrantes, carecen de cargas familiares y no están endeudadas, pero comparten piso. ¿Quiénes son y por qué lo hacen?
Aunque hay múltiples situaciones y causas, también destacan factores comunes y tendencias. En general, son personas jóvenes, de entre 30 y 35 años, que se han marchado del hogar familiar pero no han conseguido vivir por su cuenta. Muchos tienen estudios superiores y trabajo. No obstante, el sueldo que perciben no les alcanza para vivir solos o, en su defecto, para poder ahorrar y comprar una vivienda.
El desafío de la convivencia
La mayoría de las personas que comparten piso después de los 30 comparten también una idea: la convivencia es el menor de los males. Para algunos, es el modo de emanciparse de sus padres. Para otros, es la manera de no regresar al hogar familiar tras haberse ido. Y hay quienes encuentran en esta vía el único camino para abrirse paso en un país diferente. Lo perciben como un sacrificio más o menos temporal en pos de un objetivo a medio plazo, que es lograr una independencia absoluta, en solitario o en pareja.
Para evitar los fiascos, los conflictos y las pérdidas de tiempo, quienes se lanzan a compartir piso son claros en las condiciones
La palabra «sacrificio» no está elegida al azar. Más allá de lo sociable y tolerante que pueda ser cada persona y de que se genere cierta amistad con los compañeros de piso, la relación es diferente a la que se da entre personas más jóvenes, como los estudiantes universitarios. Las circunstancias personales cambian, al igual que los motivos, y no es lo mismo afrontar este tipo de convivencia con 20 años, que con 30 o 40. En ocasiones, compartir techo con desconocidos se transforma en un desafío.
La diferencia entre la etapa estudiantil y esta se aprecia con claridad en los propios anuncios que se publican con la intención de buscar compañeros de vivienda. Para evitar los fiascos, los conflictos y las pérdidas de tiempo, quienes se lanzan a compartir piso son claros en las condiciones. Se repiten palabras clave: responsabilidad, tranquilidad y respeto; tres pautas de comportamiento que promueven una convivencia llevadera, en especial cuando la edad y la situación personal tienden a disminuir los niveles de tolerancia.