La interacción con el medio externo desde que nace una persona es esencial para un correcto desarrollo. Sufrir aislamiento social en la infancia puede provocar ciertos trastornos mentales al alcanzar la adultez. En este artículo se explica la importancia de evitar la incomunicación en la infancia para favorecer un desarrollo mental saludable, pero también en la vejez, ya que tiene consecuencias perniciosas en el deterioro cognitivo.
Los problemas cognitivos y de comportamiento en la edad adulta producidos por la incomunicación en edades tempranas podrían deberse a una disminución de la producción de la mielina del sistema nervioso, según un estudio -en ratones- de la Harvard Medical School en Boston (EE.UU.), publicado en la revista ‘Science’. Este descubrimiento es muy importante, puesto que la mielina, cuya función es aislar las fibras nerviosas y permitir la conducción rápida y eficaz de los impulsos nerviosos, está relacionada con enfermedades como la esquizofrenia.
Así, sufrir aislamiento durante los primeros años de vida (incluso durante las primeras horas) podría suponer llegar a la edad adulta con disfunciones cognitivas y de comportamiento, y con alteraciones en la materia blanca del cerebro. A pesar de que esta teoría ya era conocida, hasta el momento ningún trabajo había constatado cómo surgen por primera vez estas complicaciones. Los especialistas esperan que estos resultados ayuden a explicar trastornos neuropsiquiátricos y a mejorar sus diagnósticos tempranos.
Apego en la infancia para evitar trastornos mentales
El aislamiento social tiene consecuencias negativas en todas las edades, de hecho, es un problema grave y habitual en la vejez
Las consecuencias del aislamiento social en el sistema nervioso central tienen un factor determinante: el tiempo. Según los científicos, hay un periodo crítico en el que se produce la formación normal de la mielina de la corteza prefrontal. Este tiempo es esencial, para la que la función cognitiva y la social sean normales en el adulto, y se da, más o menos, a las tres semanas después del nacimiento. Si en este tiempo no se adquiere la experiencia social adecuada, se ralentizará la inserción social.
La explicación está en la mielina: si no madura, los animales que están en un ambiente social enriquecido se comportan como si hubieran estado aislados. Es decir, que el problema no se resuelve con la reinserción en un entorno social.
En el campo de la investigación animal se han estudiado de forma repetidas formas de aislamiento social en primates no humanos. Los trabajos más conocidos son los de Harry Harlow, quien entre 1957 y 1963 realizó una controvertida y conocida serie de experimentos sobre la separación maternal y el aislamiento social. En ella se constató la importancia de la prestación de cuidados y compañía en el desarrollo social y cognitivo del individuo. En sus tablas de aislamiento social, la incomunicación total (no se permitía el desarrollo de vínculo ni con el cuidador ni con sus iguales) provocaba que los primates se abrazaran a sí mismos, que hablaran solos, un miedo extremo o la incapacidad para la copulación. Según investigaciones relacionadas, si este aislamiento se alarga durante más de seis meses, la recuperación ya no es posible.
Prevenir el comportamiento antisocial
Conscientes de la importancia de la interacción social de los niños para un desarrollo mental saludable, investigadores de la Universidad de Granada implementaron en 2010 un programa de intervención, dirigido a niños de tres años, que permite prevenir el comportamiento antisocial cuando sean adultos. El plan, denominado «Aprender a Convivir», posibilitó, en su primer año de aplicación, que un 90% de los niños participantes interaccionara más con sus iguales, y que un 86% mejorara en factores como la ansiedad/depresión, quejas somáticas, timidez, reactividad emocional o aislamiento social.
El estudio, que pretende abarcar cinco años, aún está en marcha e intenta conocer los efectos del entrenamiento en competencia social, desde la infancia temprana, en la reducción de problemas de conducta. Los primeros resultados han sido muy positivos y los científicos ya reclaman la necesidad de introducir en el currículum de educación infantil la enseñanza de contenidos socioemocionales, además de los académicos.
El aislamiento social tiene consecuencias negativas en todas las edades, no solo en los primeros años de vida. De hecho, es un problema grave y habitual en la vejez. En general, muchos ancianos sienten falta de compañía, afecto y apoyo, que se agrava por la carencia de relaciones sociales de calidad. La falta de interacciones sociales aumenta el retroceso mental e inmunitario durante la vejez, a pesar de haber mantenido una vida social normal durante las etapas vitales anteriores.
Los estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indican que las personas viudas muestran menores índices de salud física y mental que el resto de la población de la misma edad. Además, son las mujeres son las que presentan mayor incidencia, dada su mayor esperanza de vida.
A mediados de 2010, la Universidad de Granada y el Instituto de Mayores y Servicios Sociales (IMSERSO) crearon la “Escala de Soledad Social Este II”, un instrumento para analizar, entre otras cuestiones habituales en la tercera edad (como la adaptación a las nuevas tecnologías), la soledad social. Esta, según los creadores, provoca un sentimiento de marginalidad, aislamiento y aburrimiento. También en este trabajo se destacó la mayor presencia de mujeres que se sienten solas, pero por otro motivo: por el rol que esta generación ha desempeñado a lo largo de su vida, ya que dejan de sentirse elemento protector de sus familias y pasan a ser las protegidas.