En las redes sociales se suceden las imágenes de supermercados arrasados. La crisis del coronavirus y el temor a las consecuencias de la cuarentena por COVID-19 ha llevado a muchas personas a vaciar las estanterías de estos establecimientos, acaparando una importante cantidad de alimentos. No hay necesidad de hacerlo (ni es recomendable), pero si ya lo hemos hecho, es importante gestionar bien su almacenamiento para evitar que se estropeen. En el siguiente artículo te damos unas cuantas pautas para hacerlo, consumir con responsabilidad y evitar el desperdicio de alimentos.
Hace unos días, tras el cierre de los colegios y la recomendación de trabajar desde casa, muchas personas temieron un desabastecimiento en los supermercados y se lanzaron en masa a comprar alimentos en grandes cantidades. El fenómeno, que se ha extendido por todo el país, ha llevado a la Asociación Española de Distribuidores, Autoservicios y Supermercados (ASEDAS) a emitir un comunicado para tranquilizar a la población.
En él se informa de que España tiene una de las redes de distribución más eficaces de Europa, con unos 400 centros logísticos repartidos por todo el territorio nacional, que abastecen a 24.300 supermercados e hipermercados y a 30.000 tiendas de alimentación de pequeño tamaño. Se estima, por lo tanto, que existe una tienda por cada 840 habitantes y se insiste en que no hay problemas de desabastecimiento por el coronavirus y no es necesario acumular alimentos en casa. También desde la Confederación Española de Transporte de Mercancías (CETM) se ha garantizado el transporte y se ha asegurado que no habrá problemas en este sentido.
Quizá uno de los principales temores que llevó a muchas personas a la compra masiva de alimentos era la paralización del país y, con ello, el cierre de los supermercados, pero ya hemos visto que no ha sido así, como es lógico, porque son servicios de primera necesidad. Así pues, deberíamos tener claro que, en lo que respecta al desabastecimiento, lo peligroso de verdad no es el coronavirus sino el pánico. Hacer un acopio irracional de alimentos sí podría suponer un problema, además de encarecer los precios. De ahí la importancia de mantener la serenidad; eso sí, sin infravalorar la situación a la que nos enfrentamos.
Cómo prepararse para una cuarentena
A pesar de que se ha insistido en que no es necesario acumular alimentos, hay personas que lo harán o que ya lo han hecho. En esos casos es importante tener en cuenta algunos aspectos como los siguientes.
1. Planificar la compra en la medida de lo posible
No tiene sentido adquirir ocho kilos de garbanzos si no tenemos pensado qué haremos con ellos. ¿Por qué comprar ocho, y no dos o catorce? ¿Los cocinaremos tan solo con agua y sal o pretendemos utilizarlos para algún guiso junto con otros ingredientes?
Antes de ir a la compra, deberíamos planificar los menús a largo plazo (por ejemplo, para 15 días) de desayunos, almuerzos, comidas, meriendas y cenas, teniendo en cuenta el número de personas, para poder hacer una estimación de todos los alimentos que necesitamos (lo que incluye los ingredientes secundarios, como ajo, cebolla, aceite, etc.) y las cantidades que deberíamos adquirir. Un ejemplo: si uno de los menús para esos 15 días es un potaje de garbanzos para cuatro personas, nos bastaría con hacernos con un kilo de garbanzos, además de otros ingredientes, como un paquete de espinacas ultracongeladas y un poco de bacalao en salazón.
2. Elegir alimentos con una larga vida útil
Resulta obvio, pero hay que remarcar que si hacemos una compra abundante para varios días, resulta fundamental elegir alimentos con una larga vida útil. Parece que la mayoría de los ciudadanos lo tiene claro, a juzgar por los huecos que se ven estos días en las estanterías de algunos supermercados.
Imagen: Ulrike Leone
Estos alimentos que duran y dan juego son los siguientes: hortalizas y tubérculos poco perecederos (zanahorias, cebollas, ajos, patatas, pimientos, puerros, etc.); frutas poco perecederas (naranjas, manzanas, limones, peras inmaduras, etc.); pasta, arroz, harina, cereales (por ejemplo, copos de avena sin azúcares añadidos), en sus versiones integrales; legumbres (garbanzos, lentejas, alubias, etc.); frutos secos y frutas desecadas (sin azúcar, sin sal y sin ningún otro añadido); ultracongelados (verduras, frutas, pescado, carne, marisco); conservas y platos preparados (legumbres, verduras, pescado, etc.); queso curado, pescado en salazón, huevos, carne y pescado para congelar en casa, leche, bebidas vegetales, café, infusiones, aceite, sal, vinagre, azúcar y pan tostado (mejor integral y sin sal ni azúcares añadidos).
Muchos de estos productos tienen una duración de varios meses o incluso años (arroz, pasta, conservas, etc.), así que la elección es relativamente sencilla. Habría que aclarar que, a diferencia de lo que se suele pensar, su larga vida útil no se debe al uso de conservantes (que dicho sea de paso, son seguros), sino a la aplicación de métodos físicos, como la desecación o deshidratación (por ejemplo, en frutas desecadas, frutos secos, pasta, etc.), la congelación (en ultracongelados), la esterilización (en conservas, platos preparados, leche, etc.), la salazón (en pescados como el bacalao salado), etc.
Por supuesto, en caso de adquirir productos más perecederos que los anteriores, es mucho más importante consultar la fecha de duración. Así habrá que hacerlo en yogures, guacamole refrigerado, queso fresco, etc.
3. Elegir alimentos saludables y realizar actividad física
Si nos preparamos para pasar una cuarentena, es de suponer que permaneceremos durante mucho tiempo en casa (al menos, es lo recomendable). En esta situación es muy importante tratar de mantener unos hábitos saludables, relacionados sobre todo con la alimentación y la actividad física.
En un encierro corremos el riesgo de caer en el aburrimiento y el estrés, sensaciones indeseables que a veces tratamos de combatir con el consumo de productos insanos (chocolatinas, patatas fritas, helados, galletas, cerveza, etc.). La mejor forma de eludirlo es no disponer de ellos; es decir, no comprarlos. Si queremos picar entre horas, es preferible optar por alimentos saludables (por ejemplo, bastones de zanahoria, fruta, etc.). De todos modos, para evitar esas sensaciones y, sobre todo, para combatir el sedentarismo, es conveniente dedicar unos minutos diarios a la práctica de ejercicio pensado para hacer en casa.
4. Gestionar la despensa y evitar el desperdicio de alimentos
Muchas personas ya han comprado grandes cantidades de alimentos, así que lo que toca ahora es gestionar de forma adecuada toda esa comida para impedir que se estropee. Para ello es fundamental tomar conciencia de la importancia que tiene el despilfarro de alimentos.
A diferencia de lo que se cree, la mayor parte del desperdicio (el 42 %) no se produce en supermercados, restaurantes o industrias alimentarias, sino en los hogares. Se estima que, en España, cada persona tira a la basura medio kilo de comida a la semana, lo que hace que el despilfarro de los hogares al cabo de un año sea de 1,7 millones de toneladas.
Además de las cuestiones éticas que esto implica, debemos tener en cuenta que tirar comida es equivalente a tirar dinero. Y no solo eso. También supone un derroche de todos los recursos que han sido necesarios para obtener, procesar y transportar esos alimentos: agua, electricidad, combustible, mano de obra, etc.
Algunas medidas concretas para tratar de evitar o reducir el desperdicio alimentario son las siguientes:
- La primera de todas sería no comprar más de lo necesario, pero parece claro que esta recomendación ha saltado por los aires, lo cual es comprensible en una situación excepcional como esta.
- También deberíamos tener en cuenta otra medida que ya hemos señalado: planificar la compra en la medida de lo posible, elaborando una lista basada en los menús que hemos previsto y el número de personas que los consumirán. En esa organización deberíamos situar en primer lugar los platos elaborados con alimentos de vida útil más corta para comerlos antes y evitar que se estropeen.
- Almacenar los alimentos en lugares adecuados, respetando las indicaciones que figuran en el etiquetado. Con los alimentos refrigerados y congelados no debería haber duda: debemos meterlos en el frigorífico y en el congelador, respectivamente. Los productos secos, como legumbres, conservas, etc. tendremos que colocarlos en un lugar fresco y seco, alejados de la luz solar, de sustancias peligrosas y de olores fuertes y nunca en contacto directo con el suelo. Todo esto es muy importante en estos casos de compras masivas, porque a veces guardamos esos alimentos en trasteros y lugares similares que no siempre reúnen unas condiciones idóneas para este fin. Por eso deberíamos revisar los envases antes de consumirlos para comprobar que mantienen su integridad.
- Intentar aplicar lo que en el mundo de la logística se conoce como regla FEFO, acrónimo de las palabras inglesas First Expired, First Out, es decir, lo primero que caduca es lo primero que sale. Esto significa que debemos comprobar la fecha de duración de los alimentos (de los que ya teníamos y de los que acabamos de adquirir) para consumir en primer lugar los que primero se estropean. También debemos aplicar este criterio para ordenar los alimentos en los armarios, el frigorífico y el congelador; pondremos más a mano los productos que caducan antes.
- El congelador no solo sirve para almacenar los ultracongelados. También es una excelente herramienta para prolongar la vida útil de los alimentos que de otro modo se estropearían de forma inminente. Por ejemplo, si hemos comprado una bandeja de carne que caduca en tres días, pero no tenemos posibilidad de comerla, podemos congelarla y guardarla en perfecto estado durante varios meses. Ese tiempo, que normalmente viene indicado en el propio electrodoméstico, dependerá de las características de nuestro congelador, especialmente de la temperatura (cada estrella equivale a -6 ºC, de modo que, si tiene cuatro estrellas, alcanza -24 ºC).
Envasar o empaquetar de forma adecuada, para evitar la pérdida de agua superficial por sublimación (evaporación del hielo), ya que eso produce quemaduras por frío que alteran la textura de los alimentos. Si es un guiso almacenado en una fiambrera, deberíamos intentar no dejar mucho espacio vacío (eso sí, teniendo en cuenta que el volumen aumentará al congelarse). Si se trata de carne, pescado o similar, envolver en papel de film (si además envolvemos en papel de aluminio, evitaremos que se mezclen olores o sabores de los diferentes alimentos).
Hacer paquetes de tamaños acordes con el número de raciones que vayamos a necesitar.
Utilizar etiquetas para indicar el alimento, el número de raciones y la fecha de congelación.
Evitar el aumento de la temperatura (también ocurre cuando dejamos el congelador abierto durante mucho tiempo), porque eso puede producir recristalizaciones del hielo, deteriorando la textura de los alimentos.
No introducir alimentos calientes, ya que esta acción provoca un incremento de la temperatura en el interior del congelador que puede perjudicar al resto de los alimentos que ya están almacenados y, además, obliga a trabajar en exceso al electrodoméstico.
Revisar periódicamente el contenido del congelador. Para ello, debemos consultar las fechas de congelación y rotar los alimentos a fin de evitar que excedan el tiempo máximo recomendado.
El tiempo máximo recomendado de almacenamiento para los alimentos congelados en un congelador de cuatro estrellas es aproximadamente de tres meses para el pescado azul y los guisos y de seis meses para el pescado blanco y la carne.
Descongelar los alimentos en el frigorífico (o en el microondas) y consumir antes de 24 horas para no comprometer su seguridad.
Realizar un mantenimiento periódico del congelador con el fin de evitar la formación de escarcha, que dificulta el enfriamiento.
Por último, debemos tener en cuenta que no todos los alimentos conservan sus características en condiciones aceptables durante la congelación. Por ejemplo, los que tienen una proporción elevada de almidón (arroz, patatas, pasta, etc.) sufren un deterioro en su textura debido a la retrogradación de este compuesto, mientras que las emulsiones (por ejemplo, leche, mayonesa, etc.) se desestabilizan, de modo que sus ingredientes se separan en dos fases.