Cuando hacemos la compra nos encontramos con una enorme variedad de productos, así que no disponemos de tiempo para observar cada uno de ellos con detalle. Por eso las decisiones que tomamos suelen ser muy rápidas y poco meditadas, de modo que nos guiamos más por las emociones que por motivos racionales. Las empresas lo saben bien y por eso muchas utilizan recursos para sacar provecho de ello. De ahí que, además de aprender a leer las etiquetas para saber lo que compramos, también sea importante saber reconocer cuáles son los elementos del envase que nos pueden despistar. Te los mostramos en este artículo.
El diseño del envase
Puede influir en nuestra elección de compra. El ejemplo más claro lo hallamos en los productos destinados al público infantil: cereales de desayuno, galletas, batidos… En ellos se muestran habitualmente personajes infantiles que sirven como reclamo, de modo que el contenido del envase deja de ser relevante.
Cuando se trata de público adulto, el diseño también tiene una enorme importancia, ya que puede hacer que, de forma más o menos inconsciente, atribuyamos al producto unas características concretas. Podemos encontrar un ejemplo en el color del envase: si es azul celeste interpretaremos que es light o “ligero”, si es verde lo percibiremos como “respetuoso con el medio ambiente”. También se juega con la tipografía (por ejemplo, en productos light se utilizan tipografías manuscritas y de trazo fino) y con las imágenes (suelen emplearse siluetas de corazones o imágenes de personas practicando deporte para dar la apariencia de “saludable”).
Reclamos que no significan nada
En los envases de los alimentos es muy frecuente el empleo de determinadas palabras y reclamos que en realidad no significan nada porque no están definidos en la legislación. Hoy en día, los más habituales son los que nos llevan a percibir el alimento desde una perspectiva romántica, transmitiendo una imagen idealizada de la alimentación, asociada sobre todo a conceptos como “casero”, “tradicional”, “de pueblo”, “receta de la abuela” y, sobre todo, “natural”.
En muchos productos también se utiliza el término “artesano” o “artesanal”, que sí está definido en la legislación, pero solo para ciertos alimentos; por ejemplo, para el pan. En cualquier caso, a veces se usan estrategias para transmitir la misma idea sin incumplir la legislación.
Los productos “sin”
En los últimos años se ha extendido el uso de reclamos que destacan la ausencia de algún ingrediente o nutriente. Entre los más frecuentes:
- Sin azúcares añadidos. Significa que al producto no se le han añadido azúcares durante su fabricación. Sin embargo, eso no quiere decir necesariamente que sea saludable.
- Sin aditivos. Por lo general, este mensaje va asociado al término “natural” y puede transmitir la idea de que los aditivos son sustancias peligrosas. En verdad, son compuestos seguros con orígenes y características muy diferentes. Se emplean para lograr diferentes funciones, como mejorar la conservación, la seguridad, el color… Eso sí, no influyen sobre las características nutricionales: un producto puede ser saludable y tener aditivos (una conserva de garbanzos) y no tenerlos y ser poco interesante (galletas).
- Sin antibióticos/sin pesticidas. Son reclamos que se ven cada vez con más frecuencia. En realidad, no se pueden expresar así, porque darían a entender que los productos que no indican esos mensajes sí contienen antibióticos o pesticidas. Lo que se hace es introducir un matiz: animales criados sin antibióticos o vegetales sin residuos detectables de pesticidas. El primero significa que los animales no han recibido esos medicamentos durante su crianza porque no lo han requerido (no han enfermado), mientras que el segundo significa que el análisis no ha encontrado cantidades detectables de pesticidas (la legislación permite la presencia de pequeñas cantidades dentro de unos límites seguros).
- Sin organismos modificados genéticamente/transgénicos. Es una información irrelevante porque cuando el alimento contiene este tipo de ingredientes debe indicarlo de forma expresa. En Europa apenas se utilizan, a pesar de que su consumo es seguro.
- Sin gluten/sin lactosa. Lo obligatorio es informar de su presencia, no de su ausencia. Solo se puede informar de su ausencia en productos en los que tiene sentido que esas sustancias puedan estar presentes, para advertir a las personas que padecen trastornos a estos compuestos. Por ejemplo, no debe indicarse “sin gluten” en un envase de leche porque ninguna leche contiene este compuesto.
Declaraciones nutricionales y de salud
Son de carácter voluntario, pero cuando se utilizan, deben cumplir los requisitos que exige la legislación. Por ejemplo, para poder indicar “fuente de magnesio” en un producto, este debe aportar al menos un 15 % de la ingesta diaria de referencia.
En el caso de las declaraciones de salud (por ejemplo, “ayuda a tus defensas”), para poder incluirlas deben haber sido aprobadas por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Ahora bien, este tipo de declaraciones no se refieren al producto en sí, sino a nutrientes concretos; por ejemplo, no se refieren a un yogur, sino a la vitamina B6 que el fabricante añade. Además, eso no significa que ese yogur aporte beneficios extraordinarios, sino que nuestro organismo necesita esa vitamina B6 para funcionar adecuadamente. Se trata, además, de un nutriente que encontramos habitualmente en una dieta equilibrada.