Una idea muy establecida hasta ahora es que los alimentos tienen un valor energético fijo, lo que supone que si una ración de lechuga tiene pocas calorías, esas pocas calorías son las mismas para todos. Sin embargo, investigadores del Centro de Ciencias Genómicas de la Universidad de Washington (EEUU) revela que quizá esta idea deba ser revisada. La razón es que han descubierto que un microbio habitual de nuestros intestinos nos ayuda a extraer más calorías de los alimentos.
Se trata de la arquea Methanobrevibacter smithii, microorganismo que se alimenta del hidrógeno que se genera en nuestro intestino como residuo del proceso de fermentación del alimento por parte de otras bacterias y lo transforma en metano. Al reducir la cantidad de residuo, en este caso hidrógeno, las bacterias de la microbiota, que se concentra especialmente en el colon, pueden digerir los componentes fibrosos de los alimentos de forma mucho más eficiente y convertirlos en sustancias provechosas para nuestro organismo. Al contrario, sin M. smithii, los residuos se acumulan y bloquean la actividad de las otras bacterias.
M.smithii es sólo una «pequeña» parte de los millones de millones que pueden habitar un intestino adulto y está presente, en diferentes concentraciones, en un grupo de población que va del 50 al 85%. Eso podría explicar las diferencias en el aprovechamiento de los alimentos por parte de las personas. Podría explicar también porqué diferentes personas con la misma dieta no engordan al mismo ritmo.
Para llegar a esta conclusión, los investigadores Buck S. Samuel y Jeffrey Gordon han experimentado con roedores. Se sabe que los microorganismos que forman la flora intestinal colonizan el intestino en las primeras semanas de vida. Emulando esa colonización, los investigadores tomaron grupos de roedores, a los que se les dio en su primera etapa de vida diferentes grupos de bacterias. A dos de los grupos se les inoculó bacterias B.thetaiotaomicron acompañadas con o sin M.smithii. Después, todos los roedores recibieron la misma dieta rica en polisacáridos vegetales, incluyendo polifructosa.
Más extracción y almacenamiento de calorías
El contenido de la energía de la dieta debería evaluarse en función de la capacidad de cada persona de fermentar la microbiota
Los roedores cuyo intestino fue colonizado solamente por B.thetaiotaomicron estaban más delgados que aquellos que fueron colonizados además por M.smithii. Además, la asociación de B.thetaiotaomicron con M.smithii incrementaba la población general de ambos microorganismos, lo que daba lugar a una microbiota más densa. Los investigadores también vieron que M.smithii potenciaba la eficiencia de B.thetaiotaomicron para degradar fructanos (carbohidratos naturales habituales en la cebolla, los espárragos o el trigo) y convertirlos en ácidos grasos. Es decir, aumentaba la capacidad del animal para extraer y almacenar calorías de la dieta.
«El presente trabajo indica que la presencia de esta arquea productora de metano en la microbiota individual afecta al aprovechamiento y almacenamiento de energía proveniente de los glicanos que están presentes en los fructanos de la dieta», explican los investigadores. El trabajo tiene relevancia porque nuestra dieta tiene un contenido considerable de fructanos y se estima que cerca del 10% de las calorías consumidas vienen de esa producción de ácidos grasos por parte de las bacterias.
Además, los resultados de este trabajo sugieren la revisión de dos ideas generalizadas. La primera, y que ya se mencionó al principio, es que el contenido calórico de un alimento es algo fijo e igual para todas las personas: la información de las calorías en las etiquetas sería, según este trabajo, inexacta. La segunda, que los diferentes tipos de carbohidratos no difieren demasiado entre ellos en su impacto calórico. Sin embargo, el trabajo muestra que eso no es cierto, ya que en función de los microorganismos que componen la microbiota, el resultado puede ser diferente.
«Nos aproximamos a una era de nutrición personalizada donde el contenido de la energía de nuestra dieta debería ser evaluada en función de la capacidad de fermentar de nuestra microbiota», afirman los investigadores. Por otro lado, el trabajo da nuevas pistas sobre el papel de las arqueas (organismos unicelulares que se diferencian de las bacterias por tener, entre otras cosas, un ARN ribosomal y lípidos de la membrana distintos), cuya presencia en la microbiota no está claro desde un punto de vista evolutivo.
Es posible que, evolutivamente hablando, la arquea M.smithii juegue un papel en la supervivencia incrementando el aprovechamiento calórico de los alimentos, dice el investigador Karriem Ali a través del blog de la editorial Nature donde se comenta la noticia. Según este investigador, quizás haya que considerar la hipótesis de que M.smithii sea «más prevalente en algunos grupos de poblaciones como los que viven en áreas con escasez de alimentos» o en aquellas personas que, aun viviendo en un entorno de abundancia calórica, tienen un metabolismo «pobremente adaptado a la asimilación de calorías por razones patológicas».
¿Puede este conocimiento ser usado de forma terapéutica para sacar mejor provecho de los alimentos? O a la inversa, ¿puede ser usado para entender las razones de la obesidad? En ese sentido, uno de los próximos objetivos que se plantean los investigadores de la Universidad de Washington es averiguar si hay mayores concentraciones de la M.smithii en la personas con sobrepeso.