El consumidor habitual de agua embotellada ya sabe que es mejor conservar ésta en el refrigerador y no por demasiado tiempo. De lo contrario, si la deja, por ejemplo, encima de la mesa de su despacho durante días y a una temperatura ambiente por encima de 18ºC, el desagradable resultado puede ser que el agua se eche a perder (especialmente si se ha abierto) o, en el mejor de los casos, que adquiera un desagradable regusto a plástico.
La razón de semejante cambio es la migración de compuestos del plástico al agua. Ahora, unos investigadores del Instituto de Geoquímica Ambiental de la Universidad de Heidelberg (Alemania) aportan datos que muestran que, entre estos compuestos, también está el antimonio, un elemento tóxico. Aunque los niveles hallados siguen siendo muy bajos para suponer un riesgo para la salud, están muy por encima de lo esperable. Cuanto más tiempo se conserve una botella en la estantería o en la despensa a temperatura ambiente, mayor será la cantidad de antimonio que contendrá el agua, dicen los investigadores que han publicado su trabajo este mes de enero en la revista Environmental Science and Technology.
Análisis de botellas europeas y canadienses
El año pasado, el mismo grupo de investigadores midió la abundancia de antimonio en agua embotellada de 48 marcas comerciales europeas y 15 canadienses y hallaron niveles cien veces más elevados que el que normalmente se halla en las aguas prístinas, que normalmente es de 2 partes por trillón. Los investigadores detectaron niveles de antimonio de hasta 550 partes por trillón. La mayoría de las botellas comerciales son de polietileno tereftalato (PET). Para su fabricación se utiliza trióxido de antimonio como catalizador, de forma que el material final contiene antimonio en concentraciones de varios centenares de miligramos por kilogramo según Plastics Europe, asociación de fabricantes europeos de plásticos.
El agua de las botellas canadienses incrementa su nivel de antimonio en un 19% mientras que las europeas lo hacen un 90%
El antimonio también se usa como retardante de llama en productos plásticos. En la naturaleza, la cantidad de antimonio presente en rocas y suelos suele ser bastante menor, de 1 a 2 miligramos por kilogramo. Si el antimonio está en el material de la botella, puede migrar al agua. Hasta ahí nada nuevo. Pero, ¿en qué cantidad y cómo? Los investigadores han mantenido las mismas botellas de aquel experimento a temperatura ambiente durante seis meses, con resultados chocantes. Uno de ellos es que el agua de las botellas canadienses incrementa su nivel de antimonio en un 19% mientras que el incremento en las europeas es de un 90%. Por otro lado, hay homogeneidad en los niveles de antimonio de diferentes botellas de las mismas marcas (es decir, botellas de la misma marca tienen niveles similares de antimonio lo que indica niveles similares de migración del plástico al agua).
Sin embargo, en un caso una botella embotellada en Francia pero comprada en Hong Kong tenía concentraciones de antimonio mucho mas elevadas que las botellas de la misma marca comprada en Alemania. «No sabemos por qué estas botellas tienen diferente reactividad», comenta en la misma revista, Environmental Science and Technology, el autor principal del estudio en la misma revista, Bill Shotyk. La hipótesis más plausible, y que defiende Shotyk, es que esas variaciones dependan de varios factores, entre ellos las temperaturas elevadas, el pH del agua y la exposición a la luz solar, que pueden aumentar la cantidad de compuestos que migran del plástico al agua.
Por su hubieran dudas de que el antimonio que hay en el agua es el que ha ido migrando del plástico, los propios investigadores explican que en uno de sus experimentos analizaron muestras de agua de una empresa embotelladora alemana en origen y midieron 4 partes por trillón de antimonio. La misma marca comercial de agua, una vez embotellada y comprada en un supermercado, tenía niveles de 360 partes por trillón. «Y la misma marca de agua, comprada y dejada 3 meses en mi oficina, contiene 630 partes por trillón», explica Shotyk.
No hay riesgo para la salud
Los niveles siguen estando por debajo de los límites establecidos por las autoridades sanitarias, que en Europa están en 5 partes por billón, en EEUU y Canadá en 6 partes por billón y en Japón, en 2 partes por billón. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), hasta 20 partes por billón se consideran niveles seguros. Es improbable que el consumidor llegue a beber un agua embotellada con un nivel demasiado elevado de antimonio. Además, hay otras fuentes más importantes de este contaminante a las que pueden estar expuestas las personas, como el aire contaminado de las ciudades y las partículas de polvo provenientes del asfalto.
Pero los investigadores apuntan a otro aspecto preocupante. El uso de plásticos se ha incrementado y estos suelen llevan antimonio como retardante de llama. «Hay mucho antimonio en el plástico», anota Shotyk. «La cuestión es, ¿a dónde va a parar?» Si el antimonio de las botellas de agua va a parar al agua, nadie garantiza que todo el antimonio de los productos fabricados y llevados a vertederos no se esté filtrando al medio ambiente, a las aguas y que entre finalmente en la cadena alimentaria. Estudios previos de Shotyk y su equipo mostraban, por ejemplo, que los niveles de antimonio en el Ártico canadiense son, actualmente, un 50% más elevados que hace 30 años.
A lo largo de la historia, el antimonio se ha usado como veneno y como cura (los médicos lo usaban en siglos pasados para inducir el vómito, para el tratamiento de la melancolía y, posteriormente, para curar la shismatosis, una enfermedad parasitaria tropical). Como veneno, la dosis fatal es de 100 miligramos, peligrosamente cercana a la dosis terapéutica. Una de las teorías más plausibles sobre la muerte de Mozart es que su médico le diera antimonio para curarle, aunque el resultado final fuera justo el contrario. También hay otra versión de la teoría y es que Mozart fuera envenenado intencionadamente con antimonio.
Se estima que a lo largo del día una persona ingiere unos 0,5 miligramos al día, en función de lo que consuma. El cuerpo lo excreta en seguida así que, normalmente, no se acumula en ningún órgano. En pequeñas dosis, el antimonio produce dolores de cabeza, debilidad y depresión. En dosis suficientemente elevadas, el sistema enzimático humano queda perturbado y causa la muerte en días.
Pero esos niveles fatales de 100 miligramos quedan muy lejos de las partes por trillón que mencionan los investigadores alemanes que han publicado el estudio de las botellas de agua. Una parte por billón (que es más que una parte por trillón) es lo equivalente a un microgramo en una tonelada. Aun así, uno de los aspectos preocupantes sobre los que no hay respuesta todavía es el posible efecto cancerígeno del antimonio. Y aunque se trate de dosis bajas, dicen los investigadores, las botellas contienen más antimonio que el agua corriente y «lo que no está claro es qué implicaciones tiene eso para la salud humana».