¿Son veraces esas denuncias?
Es lógico y normal que el tipo de mensajes como el expuesto nos causen indignación. Pero antes de montar en cólera y difundirlos a diestro y siniestro, conviene pensar con la cabeza fría. Lo primero que deberíamos plantearnos es si hay algo de cierto en ellos porque, como ya sabemos, no todo lo que se publica en Internet es veraz.
Por ejemplo, a veces se hace esto de forma malintencionada para sacar provecho de ello, ya sea ganando popularidad, perjudicando a las empresas, etc. Sería tan sencillo como abrir el envase, retirar parte del producto y publicar una imagen del peso sin que se vea que ha sido manipulado.
A veces las cosas no son lo que parecen
Por otra parte, también es posible que las publicaciones tengan buena intención y traten de ser veraces, pero que, a pesar de ello, no sean rigurosas, ya sea por descuido o por desconocimiento.
Imaginemos que compramos una lata de espárragos de 250 gramos y cuando la pesamos comprobamos que en realidad pesa 242 gramos. Podríamos pensar que nos están engañando, pero realmente no es así, al menos desde el punto de vista legal, puesto que la legislación permite ciertos márgenes de error en los pesos.
Esto se contempla debido a la dificultad que existe para obtener pesos exactos. Por ejemplo, en el interior de esa lata de espárragos hay unidades de producto, así que es difícil ajustar el peso con exactitud, dado que habría que añadir trozos o combinar unidades con pesos concretos (esto último es posible con sistemas automatizados, pero está al alcance de pocas empresas).
Errores en las mediciones
En otros productos, como la salsa de tomate o la leche, es mucho más fácil que la cantidad se ajuste a la que se indica en el envase. Pero también se permite un margen de tolerancia para recoger las posibles limitaciones de las máquinas dosificadoras o los errores que inevitablemente se asocian a todas las mediciones. No solemos reparar en esto último, pero es fundamental tenerlo en cuenta a la hora de pesar.
🧑 Errores humanos
Cuando pesamos podemos cometer errores humanos, si no somos cuidadosos. Por ejemplo, imaginemos que vamos a pesar un trozo de carne y para ello lo sacamos del envase que compramos. Lo más probable es que pese menos de lo que indica la etiqueta, pero esto tiene una explicación sencilla.
La carne es como una especie de “esponja”, formada por un 24 % de proteínas, que retienen el agua de ese alimento (que supone en torno a un 75 % del total), así que esta se va liberando con el paso del tiempo y se acumula en el envase. Es decir, para alcanzar el peso que viene indicado en la etiqueta habría que pesar el trozo de carne junto con el agua que perdió durante el almacenamiento.
Otros errores humanos están relacionados con la forma en la que utilizamos la balanza. Así, si no está bien nivelada (por ejemplo, si está inclinada o cojea) o si no colocamos bien el alimento sobre el plato (por ejemplo, si sobresale por un extremo), lo más probable es que la medida no sea fiable.
⚖️ Errores asociados al instrumento
Incluso siendo cuidadosos, a la hora de pesar se cometen errores que son inevitables, como los que están asociados a cada instrumento. De hecho, es un dato que se detalla en las especificaciones técnicas de los instrumentos de medida profesionales o de cierta calidad (por ejemplo: “error de medida: ≤ 0,1 g”).
Obviamente, cuanto peor sea la balanza, mayor será el error asociado a ella, de manera que no es lo mismo pesar en una balanza profesional que en una doméstica. Y dentro de estas últimas, tampoco es lo mismo pesar en una balanza de muelle, que en una digital (normalmente esta es más fiable).
Como podemos imaginar, lo más importante de una balanza o de cualquier otro instrumento de medida es que “mida bien”. Esto puede parecer una simpleza, pero nada más lejos de la realidad. ¿Cómo podemos saber que un trozo de carne que “pesa un kilo” realmente pesa un kilo y es así en cualquier parte y con cualquier balanza?
La importancia de los patrones de referencia
Este problema ha traído de cabeza a la humanidad durante toda la historia, en especial a la hora de comerciar. Por ejemplo, hace siglos se pesaban las mercancías en arrobas, que era la unidad que se tomaba como referencia. El problema es que una arroba no era lo mismo en todas partes: en Castilla equivalía a 11,5 kg, en Aragón a 12,1 kg, en Valencia a 12,7 kg…
Así pues, lo primero y más importante es tomar una referencia que sea constante y universal. Es decir, que sea igual siempre y en todas partes. Con ese fin se creó en 1875 la Oficina Internacional de Pesas y Medidas (OIPM). Esta coordinadora mundial de la metrología (la ciencia de las mediciones y sus aplicaciones) definió las unidades de medida y los patrones que se toman como referencia en casi todo el planeta. Así, en 1889 definió el kilogramo, tomando como patrón de referencia la masa de un cilindro construido en platino-iridio.
El problema de este patrón, que aún se conserva en la sede de la OIPM en París, es que podía sufrir variaciones a lo largo del tiempo. Así que en 2019 se tomó como referencia un nuevo patrón mucho más constante y fiable, a partir de la constante de Planck (6.62607015×10−34 kg⋅m²⋅s−1).
A partir del patrón primario de referencia, se toman patrones secundarios y así se van haciendo copias sucesivamente para poder trasladar esa referencia a otros lugares; por ejemplo, de la Oficina Internacional de Pesas y Medidas al Centro Español de Metrología, de ahí a laboratorios de calibración y de ahí a la industria, comercios, etc. La ruta es conocida y está controlada para procurar que todos esos patrones sigan pesando 1 kg.
La importancia de la calibración
El siguiente paso consiste en conseguir que la medida de los instrumentos se aproxime lo más posible al peso de ese patrón de referencia. Es decir, que si en una balanza pesamos ese patrón de 1 kg, indique realmente 1 kg.
Para ello es necesario que estén bien calibradas. Esto se logra haciendo ajustes con ayuda de patrones de diferente peso (por ejemplo, 250 g, 500 g, etc.). Se trata de conseguir que las medidas del instrumento sean precisas (es decir, que si pesamos diez veces un paquete de arroz, siempre obtengamos la misma medida) y exactas (es decir, que la medida que arroja la balanza se aproxime lo más posible al peso real).
Si tenemos todo esto en cuenta, resulta evidente que es más fiable una balanza industrial o comercial que una doméstica, no solo por su calidad, sino porque además la primera se somete a controles y calibraciones de forma periódica.
¿Cómo se explica la diferencia de peso?
En cualquier caso, es muy poco probable que el error asociado a un instrumento doméstico arroje una diferencia tan grande como la que comentamos al comienzo de este artículo.
En caso de que lo que se denunciaba en esos mensajes sea realmente cierto, lo más probable es que la diferencia de peso se deba a un error humano, que se pudo cometer por parte de la industria o del comercio (por ejemplo, si se pesó el producto incluyendo el peso del envase), o bien, por parte de quien hizo la denuncia.
Existe una tercera posibilidad, contemplada por la mayoría de las personas que se indignaron con esa denuncia. Es posible que exista ánimo de cometer fraude por parte de la industria encargada de envasar el producto, pero es muy poco probable, porque se realizan controles para tratar de evitarlo. Por ejemplo, estos se llevan a cabo por parte de la propia industria para justificar la cantidad que vende al distribuidor, por parte del distribuidor para verificar la cantidad de producto que le está cobrando el productor y por parte de los inspectores de consumo para evitar los fraudes.
De todos modos, en caso de que nos lleguemos a encontrar una situación en la que se comete un fraude, denunciarlo en las redes sociales puede servir para advertir a la población y llamar la atención de los presuntos implicados. Pero lo realmente útil en estos casos es seguir los cauces establecidos para tal efecto, como pedir una hoja de reclamaciones o acudir a la oficina de consumo.