La disbiosis intestinal es un desequilibrio cualitativo y cuantitativo de la microflora intestinal, su actividad metabólica y su distribución a lo largo del intestino. Este desequilibrio puede estar provocado por diversidad de causas, como el efecto de ciertos medicamentos como los antibióticos, el estrés y factores dietéticos como el exceso de proteína de la dieta (sobre todo de proteína animal) y de azúcares simples, características actuales de las dietas occidentales.
Los cambios en la concentración de las distintas bacterias intestinales podrían contribuir al desarrollo o empeoramiento de muchos trastornos o enfermedades crónicas y degenerativas; desde la hinchazón abdominal y el estreñimiento crónico hasta la enfermedad inflamatoria intestinal (síndrome de colon irritable) e incluso migrañas y enfermedades inflamatorias como la artritis reumatoide.
Dieta hiperproteica y disbiosis
Según diversos estudios, la composición química de la dieta ha demostrado tener un efecto significativo en la composición y en la actividad de la flora intestinal. Se ha observado cómo las dietas ricas en fibra (con efecto prebiótico) y en probióticos (yogures y leches fermentadas) favorecen el crecimiento de las bacterias intestinales beneficiosas. Por el contrario, las dietas hiperproteicas, bajas en fibra o ricas en azúcares simples, favorecen la disbiosis intestinal con un aumento de la actividad de bacterias intestinales patógenas o de metabolitos tóxicos.
El consumo de un alto contenido de proteínas de la dieta puede aumentar la producción de sustancias nocivas por parte de las bacterias intestinalesPor tanto, la presencia de muchos compuestos tóxicos depende del tipo de fermentación intestinal y ésta, a su vez, del tipo de bacterias abundantes en el intestino así como de los sustratos disponibles para la fermentación. Éstas son algunas de las informaciones que se desprenden de la revisión sobre las causas de disbiosis intestinal realizada por Jason A. Hawrelak y Stephen P. Myers, investigadores del Centro Australiano de Educación e Investigación para la Medicina Complementaria (ACCMER, en sus siglas inglesas), publicada en 2004 en «Alternative Medicine Review».
Según los autores, diversos estudios confirman que el consumo de un alto contenido de proteínas de la dieta puede aumentar la producción de sustancias nocivas por parte de las bacterias intestinales, provocando lo que se conoce como toxemia intestinal. Ya lo decía Hipócrates; «la mala digestión es la raíz de todos los males». En este sentido, se ha estimado que de un consumo diario de alrededor de 100 g de proteína -consumo relativamente habitual en las típicas dietas occidentales-, unos 12 g de proteína por día pueden escapar a la digestión enzimática del estómago y el intestino delgado y llegar intactos al colon. La proteína no digerida es fermentada por la microflora del colon con la consiguiente producción de metabolitos potencialmente tóxicos, tales como amoníaco, aminas, fenoles, sulfuro…
El amoníaco ha demostrado modificar la morfología y el metabolismo de las células de la mucosa intestinal, reduciendo su vida útil y favoreciendo el crecimiento de células intestinales cancerosas. El exceso de aminas biógenas parece tener su implicación en el desarrollo de ciertos tipos de migrañas asociadas a la dieta. La degradación de estos compuestos genera un efecto vasoditador e inflamatorio en las arterias del cerebro, lo cual explicaría el intenso dolor de cabeza en personas sensibles y con tendencia a sufrir migraña. Al parecer, en diversos ensayos se ha comprobado cómo la producción de estos compuestos se puede reducir con la combinación de una dieta rica en fibra.
El rol de la proteína animal
Numerosas investigaciones coinciden en señalar que son las dietas altas en proteína animal las que tienen un mayor efecto en la alteración de la flora intestinal. Se ha observado, tanto en animales como en humanos, que la ingestión de un exceso de proteína animal se asocia a un aumento de la actividad de ciertas enzimas bacterianas como la beta-glucuronidasa, azoreductasa y nitroreductasa, entre otras. Son éstas las responsables de la mayor liberación de sustancias potencialmente tóxicas en el intestino.Por ejemplo, una actividad elevada de la enzima beta-glucuronidasa se asocia a un riesgo aumentado de diversos tipos de cáncer. Diversas investigaciones, la mayoría realizadas en animales de experimentación, sugieren que el compuesto químico D-glucarato cálcico, reduce la actividad de la beta-glucuronidasa, por lo que podría servir para prevenir el desarrollo de diversos tipos de cáncer. Ante estas buenas perspectivas cabe esperar al resultado de nuevas y más completas investigaciones en humanos. Lo cierto es que el D-glucarato cálcico se encuentra de manera natural en diversas frutas y hortalizas, como en naranjas, pomelos, verduras de familia de las coles (coliflor, coles de Bruselas, brócoli, etc.) y manzanas. Una vez más se confirma la evidencia del papel protector frente al cáncer que juega el consumo habitual de vegetales.
La nutrición de las células intestinales es esencial para que éstas puedan realizar sus funciones a partir de los nutrientes que proporcionan los alimentos. El proceso de absorción de los nutrientes de los alimentos tiene lugar básicamente en el intestino delgado. En las distintas porciones de este tubo digestivo es donde se absorbe la mayor parte del agua, los azúcares, las vitaminas y los minerales, además de los aminoácidos, los azúcares y los ácidos grasos libres, que son los productos de la digestión de las proteínas, los hidratos de carbono y las grasas, respectivamente.
Son diversos los nutrientes de los que se ha estudiado una asociación particular con el buen funcionamiento del sistema digestivo. El beta-caroteno, abundante en vegetales de color amarillo intenso, anaranjado o rojizo, se transforma en el organismo en vitamina A, que interviene en la salud de las mucosas, al igual que la vitamina C.
Los ácidos grasos omega 3, con presencia natural en los pescados azules, y los ácidos grasos omega 6, abundantes en frutos secos y aceites de semillas, son nutrientes con acción antiinflamatoria, especialmente interesante en caso de enfermedad inflamatoria intestinal. Los distintos tipos de fibra, propia de cereales integrales, legumbres, hortalizas, frutas y frutos secos, sirve de sustrato para la flora intestinal lo cual favorece el crecimiento selectivo de las bacterias intestinales beneficiosas. Asimismo también se está estudiando el efecto positivo sobre la microflora del colon del consumo regular de yogures u otras leches fermentadas ya que, entre otras funciones, resulta positivo tanto para el tratamiento del estreñimiento como de la diarrea.