Llega el buen tiempo y, con éste, la voluntad de conseguir un cuerpo en forma para lucir cuando se vaya a mostrar en bañador. En esta época, el culto al cuerpo incrementa el número de inscripciones en los gimnasios. Muchas personas aprovechan el momento para aumentar su masa muscular y lograr un cuerpo atlético. Si se hace de forma moderada no tiene por qué acarrear problemas. Sólo cuando los músculos se convierten en obsesión se habla de vigorexia, un tipo de trastorno dismórfico corporal.
Aunque aún no se ha clasificado como enfermedad ni se han realizado estudios concretos para cuantificar su incidencia, se calcula que unos 200.000 españoles sufren vigorexia, es decir, obsesión por un cuerpo atlético y musculoso. Ser hombre y tener entre18 y 35 años es un importante factor de riesgo para padecer este trastorno de obsesión corporal, que también se conoce como dismorfia muscular o complejo de Adonis.
La vigorexia comenzó a formar parte del léxico médico hacia el año 1993, cuando Harrison G. Pope, psiquiatra de la Harvard Medical School (EE.UU.), acuñó el nombre. Pope había elaborado un estudio en el que constató que el 10% de los hombres que acuden al gimnasio podrían sufrir un trastorno obsesivo por desarrollar sus músculos. Ahora, un estudio elaborado en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) reafirma estos datos. La investigación añade, incluso, que el 30% de quienes acuden al gimnasio sufren lo que los autores han llamado «preocupación moderada» por el físico.
Prácticas peligrosas
Como la anorexia y la bulimia, la vigorexia se encuadra en un grupo de trastornos denominados dismorfias corporales. Quienes padecen alguno de estos trastornos experimentan una distorsión de su imagen corporal. En este caso, el sentimiento de debilidad y de cuerpo en baja forma lleva a los pacientes a practicar un entrenamiento físico extremo (de hasta seis horas al día), a menudo complementado con la ingesta de hormonas o anabolizantes esteroides.
Como la anorexia y la bulimia, la vigorexia se encuadra en el grupo de trastornos dismórficos corporalesEstas substancias, teóricamente, ayudan a acelerar la consecución del objetivo principal: un cuerpo fuerte, atlético y musculoso. Mirarse al espejo y sentirse enclenques, pesarse varias veces al día y anotar de manera constante los datos, comparar los músculos con otras personas, abandonar las tareas habituales y encerrarse en el gimnasio día y noche, son otros de los comportamientos habituales.
Este trastorno se incluye también dentro del espectro de los trastornos alimentarios, por presentar características específicas comunes. Por este motivo, y a pesar de sus muchas diferencias, en un principio se le denominaba anorexia reversa. Las diferencias se centran en el concepto de autoimagen: creencia de obesidad en la anorexia y debilidad en la vigorexia. La primera patología, además, afecta más a mujeres que a hombres, mientras que la segunda tiene más incidencia en el sexo masculino. Por último, la tendencia a la automedicación en la anorexia se basa en los laxantes y los diuréticos, frente a los anabolizantes y las hormonas en la vigorexia.
En el ámbito alimentario, los vigoréxicos siguen dietas bajas en grasas y ricas en hidratos de carbono y proteínas, complementadas con sustancias anabolizantes, con el objetivo de aumentar la masa muscular.
Despojado de lípidos
Diversos estudios han relacionado las patologías dismórficas corporales con ciertas alteraciones bioquímicas cerebrales debidas al mal funcionamiento de un neurotransmisor, la serotonina. Muchos expertos hablan también de factores socioculturales. En este sentido, es complejo enumerar factores desencadenantes del trastorno sin tener en cuenta otros trastornos obsesivos parecidos. Tanto la anorexia, la bulimia, la vigorexia como la ortorexia (adicción a la comida sana) presentan síntomas de una misma obsesión general por el culto al cuerpo y el deseo de tener una imagen perfecta, determinada por los cánones actuales de la moda.
El «modelo» de hombre actual está despojado de grasa y presenta una masa muscular atlética, lo que lleva a los que sufren vigorexia a perseguir de forma obsesiva este modelo que es, en teoría, el deseado por el sexo opuesto. Los factores psicológicos individuales también pueden influir en la aparición de este tipo de trastornos. A menudo se han relacionado estas enfermedades con personas introvertidas o con baja autoestima. También son importantes los factores educativos.
Son muchas las consecuencias de la vigorexia. El aislamiento social, el deterioro de las relaciones sociales y la afectación en el trabajo son las principales secuelas. Las consecuencias biológicas pueden llegar a ser muy graves, empezando por una desproporción entre diferentes partes del cuerpo (la cabeza respecto al resto del cuerpo, sobre todo). Además, la sobrecarga de peso en el gimnasio repercute negativamente en los huesos, tendones, músculos y las articulaciones (se manifiesta con desgarros y esguinces). Ni la alimentación desequilibrada, rica en proteínas y baja en grasas, ni la toma de anabolizantes ofrecen beneficio alguno. Más bien al contrario, ya que ocasionan multitud de trastornos en el organismo como acné, problemas cardiovasculares, atrofia testicular, disminución de la formación de espermatozoides y retención de líquidos, y masculinización e irregularidades del ciclo menstrual en las mujeres, entre otros.
Imagen: Linden Laserna
Puesto que es un trastorno emergente, la vigorexia carece aún de criterios diagnósticos consensuados. En el V Congreso de la Asociación Española de Ciencias del Deporte, celebrado en octubre de 2008, se presentó una propuesta de instrumentos para su detección. Según los expertos, el único instrumento actual que puede detectar la vigorexia en España es el cuestionario Escala de Satisfacción Muscular, validado ya con resultados de fiabilidad incluso superiores a los del cuestionario original “Muscle Appearance Satisfaction Scale”, elaborado en 2002 por investigadores estadounidenses. Se trata de un cuestionario con 19 preguntas acerca de la dependencia del cuidado corporal, chequeo muscular o el uso de sustancias, entre otros aspectos.
En referencia al tratamiento, tampoco hay demasiado consenso. Al considerarse parte de un trastorno dismórfico corporal, la terapia recomendada debería coincidir con la de este conjunto de trastornos: combinación de fármacos y tratamiento cognitivo-conductual. El tratamiento farmacológico permitirá actuar en el desequilibrio de la serotonina, pero el psicológico es esencial para modificar la conducta del paciente, de manera que recupere su autoestima y supere el miedo al fracaso. El tratamiento multidisciplinar es, por tanto, primordial.