El secreto está en la tapa

Por Jordi Montaner 13 de febrero de 2003

Un nuevo sistema permite detectar la presencia de bacterias en latas de conserva, gracias a una tapa diseñada para advertir al consumidor de que el producto no es apto para el consumo. El sistema, basado en un mecanismo biológico, podría ser de interés para la industria alimentaria.

La tapa experimental provoca el cambio de color de la lata debido a la interacción con los gases expulsados por bacterias

La inventora es una mujer, Ruth López, científica de la Facultad de Biología de Santiago de Compostela (USC). López, que ha obtenido un premio universitario a la mejor investigación por este hallazgo, ideó una tapa para conservas que funciona en base a un mecanismo biológico: «Cuando crecen las bacterias, expulsan gases al medio en el que se encuentran, y esta circunstancia delata su presencia». El invento consiste en el cambio de color del envase con la aparición de estos gases, indicando que el producto enlatado no es apto para el consumo humano.

Está previsto que este nuevo método de detección de bacterias pueda empezar a aplicarse en empresas del sector alimenticio, mejorando su rédito en materia de seguridad y aportando una ventaja competitiva frente a las empresas que desestimen este trámite.

ConservadoresLa historia de la seguridad en las conservas arranca históricamente de un país de talante tan conservador como es el Reino Unido. En plena era victoriana, la Marina Real sufría en la salud de sus marinos los efectos que la exposición de los alimentos a los agentes ambientales acarrea con el tiempo. Las intoxicaciones por ingerir alimentos en mal estado eran un continuo en muchos barcos transoceánicos que se ocupaban del tráfico de especias y esclavos hasta que, en 1812, una empresa inglesa perfeccionó el sistema de esterilización de las raciones y optó por envasar los productos en latas.

A partir de entonces, los alimentos podían aguardar intactos todo el tiempo que hiciera falta hasta su consumo, lo que supuso una verdadera revolución alimentaria.

Habría que añadir que, lejos de los registros históricos, los romanos ya habían ensayado «conservas» de vino ultramarinas, depositando sus néctares en ánforas herméticamente cerradas y, antes que ellos, los griegos bañaban sus odres con resina de pino para que quedaran impermeables.

No obstante, el verdadero inventor de la lata, según consta en los anales, fue el cervecero francés Nicolas Appert, quien en 1795 ideó unas jarras herméticamente cerradas y posteriormente calentadas para eliminar las bacterias. Su método fue, precisamente, el que adoptó en 1812 la empresa inglesa Donkin, Hall and Gamble, sustituyendo las jarras por latas metálicas.

Las bacterias, un problemaPese a que la garantía de conservación de las latas es ya histórica, ocurre a veces que un consumidor compra una determinada lata de conserva (incluso dentro del periodo no caduco), la abre y encuentra un aspecto o un olor que denuncian su mal estado. El chasco, además, por aleatorio que sea, repercute negativamente en la imagen que el consumidor adquirirá de la empresa manufacturera.

La idea de Ruth López, merecedora del primer premio en el concurso de Ideas Empresariales de la USC, dentro de la categoría de Empresa Joven, surgió tras 8 meses de investigación sobre colonización bacteriana en latas de conserva. La investigadora, junto a su tutor y experto en microbiología aplicada, Jaime Fábregas, tienen previsto presentar un proyecto al Parque Tecnológico de Galicia, entidad encargada de dar una forma industrial a los proyectos autonómicos de biotecnología.

Se trata de una tapa sensible a la presión que el gas metano liberado por las bacterias ejerce en el interior de la conserva. Dicha tapa consta de tres elementos: una cánula o tubo que atraviesa la parte superior del envase sin llegar a tocar el contenido, una lámina exterior conectada a la cánula con un adhesivo que cambia de color ante la presión del gas expulsado por las bacterias y una válvula aislante para que ningún elemento pueda penetrar en el interior de la conserva a través del tubo. Para el desarrollo de dicho proyecto, Ruth López requiere la competencia de un químico que homologue los materiales idóneos para estos tres elementos en su fabricación.

Garantías de seguridadEl proceso de conservación homologado para todas las empresas alimenticias no sólo destruye las bacterias responsables del deterioro de la comida, sino que elimina los residuos de pesticidas que a menudo se encuentran en los alimentos frescos.

Las conservas, contra su mala prensa, permiten muchas veces mantener las vitaminas, las proteínas y todos los nutrientes de los alimentos; además, por la rapidez con que se preparan, evitan pérdidas nutricionales propias del paso del tiempo sobre los alimentos a conservar.

Otra ventaja de las conservas en lata es que no requieren aditivos para mantener los alimentos en perfecto estado. El líquido en que muchas veces vemos sumergido al alimento enlatado concentra gran parte de los nutrientes y vitaminas del producto, por lo que no debiera desestimarse a la ligera.

La seguridad de las latas pasa porque no requieran una fecha de caducidad. Muchas conservas, sin embargo, hacen constar una fecha de «consumo preferente» impresa en la lata; lo que significa que, tras la fecha expuesta, la conserva puede perder gusto, textura o apariencia (aunque no entrañe riesgo alguno). Se calcula que la comida enlatada mantiene óptimamente sus cualidades de sabor y sus niveles de nutrición de 2 a 5 años. Aunque suelen mantener sus vitaminas y proteínas durante mucho más tiempo.

LATAS Y BOTULISMO

Las latas de conserva en mal estado, expuestas al exterior por algún defecto o daño producido durante el transporte o almacenamiento, pueden ser colonizadas por bacterias y causar botulismo, debido a una toxina muy venenosa que sintetiza la bacteria Clostridium botulinum. Este microorganismo es poco frecuente y no puede vivir en contacto con el oxígeno del aire, por lo que no supone un grave problema sanitario. Pero el gen que fabrica la toxina puede aislarse e introducirse en la bacteria más común de las que colonizan el intestino humano, la Escherichia coli.

Esta posibilidad detectada por el biofísico Steven Block, de la Universidad de Stanford (California), le valió ganarse el puesto de asesor científico-militar de la Casa Blanca estadounidense.

El botulismo está considerado como una enfermedad grave de origen tóxico-bacteriano. La toxina de C. Botulinum es extremadamente potente, incluso mortal en ínfimas cantidades. Bloquea la liberación de una sustancia llamada acetilcolina en las terminaciones nerviosas, con lo que paraliza los músculos y puede llevar a la muerte por parada cardiorrespiratoria. Los cuidados intensivos han conseguido, sin embargo, disminuir la mortalidad de un 60% a un 20%.

La principal causa de botulismo es, en la actualidad, la ingestión de conservas caseras de hortalizas, frutas, embutidos o mariscos que no han seguido un proceso de conservación adecuado ni homologado. Las latas envasadas comercialmente rara vez están implicadas y, en tal sentido, el invento de la doctora Ruth López supone una seguridad adicional. También se puede contraer botulismo, no obstante, por la ingestión de verduras frescas crecidas en suelos contaminados con esporas de C. Botulinum.

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