El cáncer de mama cada vez se diagnostica en fases más iniciales y a más mujeres, gracias a los programas de cribado de esta enfermedad. Los buenos resultados en la detección precoz de los tumores mamarios han elevado de manera notable las posibilidades de que las mujeres afectadas sobrevivan al cáncer. La cara amable de los programas de cribado es este impacto positivo en la supervivencia de las enfermas y, por ello, los expertos defienden su plena vigencia y eficacia. Sin embargo, también hay una cara negativa. En ocasiones se diagnostican supuestos tumores de mama que al final no lo son, una situación que eleva la ansiedad de las afectadas.
Los programas de cribado del cáncer de mama han supuesto una mejora incuestionable en la detección precoz de esta enfermedad oncológica. El diagnóstico, que cada vez se realiza en fases más tempranas, ha logrado que el 90% de las mujeres afectadas sobreviva a los cinco años. Sin embargo, los programas de diagnóstico precoz delcáncer de mama también tienen algunos inconvenientes. Uno de ellos es el sobrediagnóstico, es decir, la detección de tumores mamarios que, en realidad, no lo son. Los denominados falsos positivos.
«En ocasiones, se diagnostican casos que, sin el cribaje, no se diagnosticarían y tampoco pasaría nada», explica Francesc Macià, coordinador del Programa de Cáncer de Mama y jefe de la Unidad de Prevención y Registro del Cáncer del Servicio de Epidemiología del Hospital del Mar (Barcelona). Asegura que esto sucede porque, si se diagnostica de forma tan precoz una lesión que podría ser un cáncer «puede que, al final, no lo sea. Pero también es evidente que, con esta anticipación, se cura a más gente que podría haber muerto a los cinco años», señala Macià, coordinador de la XIV Jornada de Cáncer de Mama organizada en el citado centro hospitalario.
Una parte de las mujeres que participan en estos programas de cribado pueden, durante esos cinco años, morir por otra causa, como un atropello. En ese caso, el diagnóstico tan precoz de un cáncer de mama es un generador de angustia que no habría tenido ninguna utilidad y que se podría haber evitado, expone Macià. Pero esto «no invalida el cribaje», matiza.
Los programas de cribado
Los programas de cribado o cribaje son una actividad de salud pública en la que se invita a las mujeres de cierta franja de edad (de 50 a 69-74 años, cuando el riesgo es mayor) a participar en ellos cada dos años. El objetivo es detectar o descartar una neoplasia de mama lo antes posible, cuando las lesiones aún son muy iniciales y, por lo tanto, las posibilidades de sobrevivir, muy altas. En España, la tasa de supervivencia de las mujeres afectadas, cuando el diagnóstico es precoz, es del 90% a los cinco años, una cifra que supera a la de la media europea.
Los expertos se decantan por tratar las lesiones que se visualizan con las mamografías, aunque supongan tratamientos agresivos
Todos estos programas convocan a entre cuatro y cinco millones de mujeres de la geografía española, precisa Macià, y aunque resultan beneficiosos, como todos los cribajes, «generan angustia en las mujeres». Se envían cartas para proponerles participar en un programa de detección precoz, pero son cartas de concienciación y una llamada de atención «que causa alarma», explica.
La detección precoz se realiza mediante mamografía. En la actualidad, cada vez está más extendido el uso de la modalidad digital, que desplaza a la convencional. En el 95% de las mujeres convocadas que acceden a participar, la prueba da resultados negativos, pero en un 5% de los casos es al revés.
Cuando el resultado es positivo, se pide a las participantes que acudan de nuevo para estudiar la lesión sospechosa. Se estima que se diagnostica cáncer al 10% de las mujeres que reciben una de estas llamadas. Con frecuencia, son las más jóvenes y con las glándulas mamarias más densas quienes tienden a registrar más falsos positivos o falsas alarmas.
Por este motivo, los programas de cribado se realizan a partir de los 50 años y no en mujeres jóvenes (de 40 años), que tienen una mayor probabilidad de recibir una falsa alarma. No obstante, estos falsos positivos disminuyen a medida que las mujeres jóvenes participan en más cribados sucesivos. Otro de los motivos por los que se retarda la participación de las mujeres y la mamografía se realiza cada dos años, en lugar de cada uno, es porque las radiaciones que emite el mamógrafo no son inocuas.
La cara y la cruz de las lesiones pequeñas
Uno de los éxitos de los programas de cribado es que cada vez tienen mayor capacidad para discriminar lesiones más pequeñas y curables, de incluso 2 milímetros, aunque en ocasiones esta ventaja se puede convertir en un inconveniente. Estas lesiones atípicas, que miden menos de 10 mm, son tan minúsculas que ni siquiera son palpables y pueden ser malignas (como el carcinoma in situ). No obstante, por ahora se desconoce con certeza cuáles evolucionarán hacia un cáncer y cuáles quedarán autolimitadas y no seguirán adelante. «Ahora afloran lesiones que antes pasaban desapercibidas», dice Macià.
El hallazgo de estas lesiones tan incipientes, cancerosas o no, es uno de los efectos secundarios de los programas de cribado. El futuro pasa por tratar de identificar unos indicadores o marcadores que desvelen cuáles de estas lesiones son de bajo grado (y no van a evolucionar) y cuáles de alto grado (y si van a hacerlo). «Ahora sabemos un poco acerca de ello, pero no de forma lo suficiente fiable», afirma Macià. Por esta razón, los expertos aún se decantan por tratar las lesiones que se visualizan con las mamografías, aunque suponga aplicar tratamientos agresivos como la cirugía, la radioterapia y la quimioterapia y sus efectos secundarios.
Ciertos estudios «in situ» sobre el carcinoma han demostrado que algunos no evolucionan. Si la mujer que lo tiene, y desconoce, no participa en un programa de cribado, no será posible su diagnóstico. Pero si se detecta, al desconocer su evolución, se tratará. «No podemos esperar a ver qué camino sigue y esto nos genera otro problema: ¿sobrediagnosticamos y sobretratamos el cáncer de mama?», plantea Macià.
La ansiedad ante la participación en un programa de cribado de cáncer de mama y la recepción de una segunda llamada por una posible lesión varía en función de las características de cada mujer. Muchas no recibirán ninguna noticia, a otras se les dirá que deben someterse a más controles e intentarán sobrellevarlo, otras padecerán trastornos pasajeros y angustia hasta la realización de la segunda prueba (ecografía o biopsia) y, por último, al cabo de seis meses, algunas mujeres experimentarán aún ansiedad e insomnio porque, para ellas, pensar en la idea de padece cáncer habrá sido una auténtica conmoción y un sobresalto tan importante que, incluso, necesiten atención psicológica para afrontarlo.
El 5% de las nuevas citas que reciben las mujeres corresponden a falsos positivos o falsas alarmas. Una vez que participan por segunda vez, esta posibilidad baja y la recepción de una falsa alarma decrece del 5% al 3%. Pero durante todos los años que participen en el programa de cribado, el riesgo acumulado de recibir una de estas noticias es del 30%, según Francesc Macià, bastante alto.
¿Cómo influyen estas falsas alarmas en la participación en los programas de cribado? Los estudios realizados han obtenido resultados discrepantes. La psicóloga Rebeca Espasa, que colabora con el grupo de Macià, señala en su tesis doctoral que no hay un descenso de la participación de las mujeres debido a la angustia que experimentan ante una segunda llamada para realizar más pruebas. En cambio, “otros estudios sí han comprobado una disminución significativa en la tasa de colaboración”, afirma Macià.
Para paliar esta situación, en los últimos años, los programas de cribado como el del Hospital del Mar, que cuenta con una dilatada experiencia (convoca a 70.000 mujeres cada dos años), han intentado combatir la angustia al reducir el máximo posible el tiempo que transcurre entre la llamada de alerta por la detección de una lesión sospechosa y la ecografía o biopsia que deben realizarles para confirmar o descartar la naturaleza de la lesión. Se procura que reciban el resultado en uno o dos días o, en cualquier caso, en menos de una semana. “A veces se lo damos tan rápido, que piensan que es más grave de lo que en realidad es. Una de estas llamadas no quiere decir que se padece cáncer, sino que hay que realizar más pruebas”, señala Macià.