El síndrome de fatiga crónica es un trastorno complejo y de causa desconocida, que puede afectar de manera seria a la calidad de vida. Además del cansancio extremo, que es su síntoma cardinal, a menudo surgen otras manifestaciones sistémicas y neuropsicológicas. Son tan frecuentes los problemas emocionales ligados a la enfermedad, como la ansiedad y la depresión, que a menudo resulta difícil dilucidar hasta qué punto son síntomas propios o secundarios a las experiencias vitales negativas de los afectados. Muchos pacientes también revelan problemas de memoria y concentración, mientras parece cada vez más evidente que los trastornos cognitivos son otras manifestaciones.
Lejos de ser un problema anecdótico, el déficit cognitivo es uno de los síntomas más frecuentes en el enfermo con síndrome de fatiga crónica y una de las principales causas de discapacidad funcional. Entre el 85% y el 95% de los afectados destaca problemas para concentrarse y pérdida de memoria, así como problemas de fluidez verbal y enlentecimiento en el procesamiento de información. A pesar de que en las investigaciones realizadas hasta ahora se ha constatado el déficit cognitivo asociado a este síndrome, no hay acuerdo en cuanto al perfil concreto de alteración.
De esta manera, algunos estudios muestran problemas con la memoria verbal, mientras que otros no los confirman, revelan déficit en funciones ejecutivas o no constatan alteraciones en esas funciones. No obstante, la mayoría de los trabajos demuestran que los afectados desarrollan problemas de atención, concentración y disminución de la velocidad de procesamiento de información.
Trastornos cognitivos
El síndrome de fatiga crónica es un trastorno complejo sobre el cual planean muchos interrogantes. Uno de ellos es el origen de estos trastornos cognitivos. Aunque estas alteraciones parecen causadas por una disfunción cerebral que afectaría a las áreas prefrontales (donde asienta la capacidad de generación de ideas abstractas, juicio, sentimientos, emociones y personalidad), también se ha planteado la posibilidad de que los problemas cognitivos no estén causados por la enfermedad, sino por la ansiedad y la depresión que a menudo se desarrollan a la vez.
Comparada con otras patologías, esta conlleva una reducción de la calidad de vida más drástica
No es extraño que este sea un motivo de discusión, ya que la ansiedad y la depresión son frecuentes en el curso de la enfermedad. A menudo, el afectado, incapaz de comprender qué le ocurre, siente frustración y una progresiva merma de autoestima. Esta situación crea un círculo vicioso que empeora la fatiga y que provoca que muchas de las manifestaciones relacionadas con la esfera cognitiva se infravaloren o atribuyan a la depresión.
En los últimos años, se han realizado muchos estudios al respecto y, en la actualidad, la mayoría de los autores están de acuerdo en que las alteraciones cognitivas son una de las manifestaciones del síndrome, con independencia del estado afectivo y emocional del paciente. Uno de los últimos trabajos publicados ha sido el realizado por especialistas del Servicio de Psiquiatría y la Unidad de Fibromialgia del Hospital Universitario Vall d’Hebron de Barcelona, que concluye que las afectadas de fatiga crónica sufren también déficits cognitivos con independencia de la depresión.
Un problema complejo
La fatiga es un fenómeno frecuente. Puede desarrollarse después de un largo día de trabajo, una actividad física, un examen, una fiesta, etc., y no está considerada una patología, ya que se supera con reposo. No obstante, en algunos casos, esta fatiga no está justificada y, cuando se prolonga durante al menos 6 meses, se considera síndrome de la fatiga crónica (SFC). Es un cansancio físico y mental importante sin causa aparente, de modo que cualquier actividad resulta extenuante y la fatiga posterior al esfuerzo se prolonga durante periodos de hasta 24 horas.
Además, se padecen otros síntomas que pueden variar según la persona. Los más frecuentes son: dolores musculares, cefalea, problemas de memoria y concentración y sueño no reparador. Este es un trastorno complejo y crónico que afecta sobre todo a jóvenes y adultos, en especial, a mujeres. Se estima que alrededor del 0,4% de la población lo padece, aunque su diagnóstico es cada vez más frecuente, de modo que el número de pacientes aumenta. En España, se calcula que hay alrededor de 160.000 personas con fatiga crónica.
La causa de la enfermedad es, hoy en día, un enigma. Algunos de los síntomas del síndrome de fatiga crónica son los mismos que los de la fibromialgia, que a su vez los comparte con la sensibilidad química múltiple (SQM). Por este motivo, las tres enfermedades se consideran a menudo como diferentes expresiones de un patrón patogénico común. La mayoría de estudios apuntan que el origen de la enfermedad podría ser multifactorial. Se han detectado algunos elementos implicados, como ciertas infecciones víricas, determinados patrones de respuesta inmune y la exposición a algunos agentes químicos externos, pero los especialistas señalan que aún es prematuro extraer conclusiones.
Hay factores que predisponen el desarrollo de la enfermedad, como la genética o una vida sedentaria en la infancia; agentes desencadenantes, como el estrés físico y psíquico, algunas infecciones virales o la exposición a determinadas sustancias tóxicas; y, por último, factores de perpetuación, que pueden contribuir a que se cronifique. Este síndrome interfiere de forma importante con las actividades cotidianas y repercute en el hábito familiar, social y en la vida laboral.
La enfermedad obliga al paciente a reducir de manera drástica sus actividades habituales e impide llevar una vida normal. Si se compara con otras patologías y se analizan los parámetros de calidad de vida, se detecta que esta conlleva una reducción más radical de la misma. Otra de las dificultades es su diagnóstico. Dado que las manifestaciones clínicas en ocasiones son poco claras y pueden confundirse con problemas de depresión y ansiedad, a menudo, los profesionales médicos ignoran o no tienen en cuenta la posibilidad de esta patología. También por este motivo se puede favorecer una situación de incomprensión familiar y exclusión social. Estos fenómenos no hacen más que acrecentar la sensación de frustración y empeoran los casos de ansiedad y depresión.