Destinar unos metros de tierra del jardín o unas hileras de macetas al cultivo de hortalizas y verduras da la posibilidad de conocer el sabor genuino de algunas especies, acompasarse a la temporalidad real de los cultivos y reconocer la morfología auténtica de la huerta. Aunque a los abuelos les pudiera parecer una excentricidad, plantar, hacer crecer y recolectar lechugas, ajos, cebollas, tomates, zanahorias y otros vegetales ayuda a devolver la relación natural del comensal con los alimentos más auténticos y naturales.
Las huertas en las terrazas de casa, en el jardín del adosado, e incluso, en las azoteas, se hacen un hueco en el mundo urbano. Esta saludable moda por recuperar el quehacer agrícola, una actividad cada vez más industrial y desconocida, es una aliada de la alimentación saludable.
Cultivar comida
Aunque el cultivo no vaya más allá de ser un hobby relajante o una apuesta «bio», hay que tomárselo con rigor, seriedad y estar muy atento para evitar los riesgos que puede entrañar el hecho de cultivar comida, porque es eso, convertir las semillas y las plantas en alimentos. Si bien el asesoramiento es de fácil alcance, a través de páginas web especializadas, numerosa literatura y la sapiencia de los propios hortelanos que procuran semillas, esquejes o plantas pequeñas, conviene formular todas las preguntas para evitar malos resultados.
El clima, el suelo, el abono, las variedades de hortalizas, la dedicación, todo son condicionantes previos a la siembra o la plantación. Invertir en esfuerzo, tiempo, ganas y dinero en recolectar alimentos no debe ser un capricho. Es una actividad que resulta muy gratificante, pero exige un compromiso: una toma de decisiones claves y coherentes, como es aprender a colocar el sistema de riego por goteo, estar atento al calendario, saber abonar, cuidar la tierra e intervenir, si es necesario, para ganar la batalla a una plaga.
Depender de la naturaleza
El ajo, la cebolla y el melón dependen más de la luminosidad del espacio que del frío o del calor
Una de las premisas de una huerta doméstica es elegir las variedades idóneas y conocer el momento clave para empezar el ciclo. Pensar solo en temperaturas como factor climático que condiciona el crecimiento es un error. En muchos casos, los mayores condicionantes son las horas y dirección de la luz, el fotoperiodo o intensidad de los rayos.
El ajo, la cebolla y el melón, entre otros, dependen más de la luminosidad del espacio que del frío o del calor. Todas estas razones, que son evidentes para un hortelano que hace de la naturaleza una prolongación de su vida, forman parte del aprendizaje de un urbanita, que apuesta porque parte de su cesta no sea compra, sino recolección. Cada año se acumula una experiencia única y cada huerta tiene sus misterios, sus particularidades y sus genialidades, que solo conocerá su hortelano.
Los beneficios de comer lo cultivado
Reencontrarse con los alimentos olvidados, darles la importancia que merecen, saber valorar su sabor y no su apariencia, descubrir lo natural como lo sabroso, darse la satisfacción de ofrecer un fruto conseguido con esfuerzo y mimo. Todo esto tiene mucho valor y ahonda en la idea de que la alimentación sana es la más cercana, la más sencilla y la más natural.
Un huerto doméstico, con un cultivo inferior a 30 kilos de tomates durante un buen verano, con lechugas de casa solo de mayo a septiembre, ajos frescos en temporada y según el día, no aspira a hacer la competencia al mercado. No es esa su principal función. Pero aprender que la comida sana ha de ser natural fortalece al consumidor al juzgar con criterio la oferta alimentaria, e incluso, le confiere un grado de catador que le permite discriminar los sabores artificiales de los auténticos.
Las primeras lechugas recolectadas son las de mejor sabor y su ternura y frescor es incomparable para preparar una refrescante ensalada de lechugas variadas con aguacate y nueces, una típica ensalada mixta o una más original, a la que se añade piña.
Un manojo de cebolletas frescas da gusto a las ensaladas sin el temor a que piquen, como ocurre en la receta de ensalada de zanahoria con cebolleta y pimientos. Con un ligero rehogado de las cebolletas mezcladas con setas, se aprecia el punto dulce de las hortalizas y su textura crujiente sabe rica en una tortilla de gambas y cebolleta.
Si existe un sabor desconocido para una gran mayoría es el del guisante fresco, el recogido en plena primavera. El acertado sistema de conservar esta legumbre ha hecho que el comensal se olvide de que un par de meses al año lo puede encontrar en la línea de verduras (aunque sea una legumbre fresca) en la tienda. Pelarlos puede ser una diversión para los más pequeños de la casa, que tiñen sus dedos de verde, aunque ahora incluso se venden en bolsas sin vainas.
Los guisantes son una fuente inmejorable de fibra y tienen tal concentración de vitamina C, que 200 gramos aportan a una persona adulta la necesidad diaria, estimada en 60 miligramos. Los guisantes se siembran desde finales de febrero a abril, es una especie muy mediterránea, resistente e idónea para inaugurar un huerto casero. Los guisantes que se siembran primero, entre febrero y marzo, maduran a finales de mayo y junio, y los sembrados a finales de marzo y abril, se recolectan entre junio y julio.
Recién recogidos, un simple rehogado de guisantes frescos con zanahoria, cebolla y champiñones es una buena manera de probar los primeros de la temporada.