Los especialistas en nutrición se parecen a los carteros: muchas veces se sorprenden con las curiosidades que caen en sus manos y que, por supuesto, no funcionan. Se encuentran con cartas con los sellos mal puestos, colocados encima de la dirección del destinatario, pegados con una cinta adhesiva opaca, partidos por la mitad, incluso metidos dentro del sobre. Los elementos necesarios para enviar la correspondencia están ahí, pero el uso que se les da es inadecuado, y fallido. Algo así sucede con las “dietas milagro“, que no dejan de asombrar a los expertos en alimentación y que, lejos de agotarse, proliferan. Hay decenas de ellas. Ante tal cosecha de ocurrencias, algunos investigadores proponen clasificar las extravagancias dietéticas en distintos grupos. Uno de ellos es el de las “dietas disociadas”, que se aborda en este artículo mediante cinco preguntas y sus respectivas respuestas.
1. ¿En qué consisten las dietas disociadas?
El planteamiento de base de estas dietas es, en apariencia, simple, lo que a buen seguro justifica su éxito. Es más sencillo, en todo caso, seguir una dieta saludable. Sea como fuere, las dietas disociadas proponen separar en los menús los alimentos en función de si tienen muchas proteínas, muchos carbohidratos o muchas grasas, o nos tratan de convencer para que no combinemos en el plato diferentes grupos de alimentos (sea cual sea su composición). El argumento es escueto, aunque su implementación, como se detalla a continuación, no lo es en absoluto.
2. ¿Cuál es su fundamento?
Su teoría es la siguiente: separar macronutrientes o grupos de alimentos hará que nuestro metabolismo altere su funcionamiento para que pasemos a quemar más calorías de las que ingerimos. Para convencernos de que semejante falacia es cierta, sus promotores recurren a mezclar unas cuantas palabras científicas reales con un buen montón de conceptos inventados, conscientes de que, tras muchos párrafos o páginas (que pretenden justificar lo injustificable), es muy probable que buena parte de la población, falta de conocimientos nutricionales, considere que la teoría (debemos digerir de forma separada determinados nutrientes o grupos de alimentos) tiene sentido.
3. Una dieta disociada, ¿tiene sustento científico?
No lo tiene. El ser humano es del todo capaz de digerir al mismo tiempo y sin problemas las proteínas, las grasas y los carbohidratos, o de metabolizar de forma correcta un pan con tomate. Cuesta creer que a las autoridades mundiales en nutrición se les haya pasado por alto que algo tan fácil como separar alimentos o nutrientes sea la clave para perder peso «para siempre y sin esfuerzo». Como sucede en otras áreas de la vida, en el ámbito académico hay que demostrar que algo funciona antes de implementarlo. Y las dietas disociadas lo único que han demostrado es su capacidad de hacer famoso al falso gurú que las promueve.
4. ¿Qué se critica de ellas?
Si a los profesionales sanitarios les cuesta conocer la composición nutricional de los alimentos, no menos a la población general. Dicho conocimiento es preciso para seguir esta clase de dietas, ya que se necesita saber si las nueces tienen más proteínas que grasas o si las legumbres presentan un mayor contenido en carbohidratos que en proteínas. Tras el inútil esfuerzo de conocer la composición de todos los alimentos que tomamos, deberíamos planificar nuestros menús; un auténtico juego de malabares (muy pocos alimentos están compuestos de forma exclusiva por un macronutriente), que nos alejará de los consejos que fundamentan una dieta sana y que nos hará desaprender los hábitos dietéticos saludables que tanto cuesta asimilar. Para evitar tales volteretas dietéticas de imprevisible final, vale la pena revisar lo detallado en el texto ‘Alimentación saludable, ¿qué es?‘, publicado en abril de 2013 en EROSKI CONSUMER.
5. Las dietas disociadas ¿entrañan riesgos?
Sí. Estas dietas se traducen en consumir más proteínas y grasas de lo aconsejado por las autoridades sanitarias, o en ingerir poca energía. No se debe olvidar que una mala alimentación se esconde detrás de numerosas enfermedades crónicas. Muchas de estas dietas prohíben la fruta después de las comidas, lo que suele reducir la ya de por sí baja ingesta de fruta. Si tomamos poco de algo que protege nuestra salud, consumir todavía menos no un acierto dietético.
Todo ello puede hacer que a largo plazo se resienta el estatus nutricional. La Federación Española de Sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética (FESNAD) detalla que estas dietas pueden generar una larga lista de efectos adversos, tales como alteraciones gastrointestinales (estreñimiento, por falta de fibra dietética), malestar general, mareos, intolerancia al frío, sequedad de la piel, fragilidad de las uñas, pérdida de cabellos, mal aliento, descalcificación, daños renales, contracturas musculares, amenorrea (en mujeres), insomnio, ansiedad o elevaciones en los niveles de colesterol, triglicéridos o ácido úrico.
Las dietas disociadas no son en absoluto novedosas: llevan más de 100 años sin cumplir su garantía de eficacia en la pérdida de peso, según detalla la página web de la Estrategia NAOS. Algo que no parece importar a quienes las promueven, ávidos de dinero fácil. Varios tipos de dietas disociadas aparecen de forma cíclica entre los más vendidos e inundan Internet, casi siempre con la propuesta de que compremos caros e inútiles complementos dietéticos con los que aderezarlas. Encontramos ejemplos en la dieta de “Hay”, la de “Shelton” o la de “Beverly Hills”.
De esta última dieta dieron buena cuenta Mirkin y colaboradores en la revista JAMA en noviembre de 1981, el mismo año en que el responsable del cuestionado planteamiento dietético, Judy Mazel, publicaba su libro ‘Beverly Hills Diet’. Por desgracia, la sólida crítica de Mirkin, que incluyó la famosa frase “la última, y quizás la peor entrada en el derbi de las dietas de moda”, sirvió de poco: el libro encabezó la lista de más vendidos durante mucho tiempo, y su autor (un autodenominado experto en el control de peso) pasó a nadar en el dólar. Hoy mismo se puede comprar una nueva versión del ejemplar llamada ‘La nueva dieta Beverly Hills’, que garantiza “la delgadez de por vida” y que nos asegura que podremos “ser indulgentes con nuestros alimentos favoritos”. Sin embargo, como señaló en 2013 la doctora Clotilde Vázquez, jefa de Sección de Nutrición Clínica y Dietética del Hospital Ramón y Cajal, de Madrid, las dietas milagro son un atajo a la obesidad.