Los bebés no tienen visión de rayos X ni ninguna capacidad paranormal, pero sí ven cambios o diferencias en imágenes que a los adultos les resultan imperceptibles. Eso se debe a que todavía no han desarrollado la constancia perceptual, la capacidad que permite al cerebro seguir reconociendo los objetos pese a que varíe la información sensorial que se recibe de ellos. Este artículo da detalles sobre los cambios que solo los niños pequeños pueden ver, la adquisición de la constancia perceptual y las experiencias realizadas con menores de pocos meses para comprobarlo. Además, ofrece datos sobre otros “poderes” que los bebés pierden al crecer.
Cambios que solo los bebés pueden ver
El mundo de los bebés está lleno de misterios. Esto se debe a una razón muy sencilla: ningún adulto conserva recuerdos de sus primeros meses o años de vida y los niños no pueden hablar para contar cómo viven ese periodo. Sin embargo, pese a esas limitaciones, los científicos han realizado, a lo largo de los años, numerosos descubrimientos que permiten entender un poco mejor la primera etapa de la vida de los seres humanos fuera del vientre materno. Uno de los últimos descubrimientos está relacionado con la visión de los bebés.
Un estudio realizado por investigadores japoneses reveló que, durante sus primeros cinco meses, los niños pueden detectar cambios y diferencias entre imágenes que son imperceptibles para los adultos. Durante un breve periodo, entre los cinco y seis meses de edad, los bebés tienen dificultades para detectar cambios en las imágenes y las superficies, mientras que, a partir de los siete meses (y por el resto de su vida), las perciben como una misma cosa, más allá de las diferencias de las que el sentido de la vista les informa.
Dejar de ver las diferencias: la constancia perceptual
¿Cuáles son esos cambios y diferencias que los niños pueden apreciar y los adultos no? Para entenderlo, primero hay que saber en qué consiste la llamada constancia perceptual. Esta se puede definir como la capacidad del cerebro de percibir que un determinado objeto conserva sus características aun cuando la información sensorial muestra que ha cambiado.
El ejemplo más simple con que se explica este concepto es la información que uno recibe cuando ve un objeto que se aleja. Los sentidos informan de que el tamaño del objeto se reduce; sin embargo, la persona sabe que no es así, que sus dimensiones siguen siendo las mismas. De igual manera ocurre con la forma (algo visto desde distintas perspectivas puede parecer que ha cambiado, pero el observador sabe que sigue siendo igual), el color y el brillo (que difieren a la vista, según las variaciones de la luz que los ilumine).
La conclusión a la que han llegado los científicos japoneses es que esta capacidad se adquiere en torno al primer semestre de vida. A partir de ese momento, la constancia perceptual hace que el cerebro «deje de ver» ciertas diferencias. Pero, antes de esa edad, los bebés sí las advierten. Ese es el motivo por el cual aseguran que los niños ven cosas que para los adultos resultan invisibles.
Experiencias con los bebés
Para comprobarlo, los investigadores -liderados por Jiale Yang, de la Universidad de Chuo (Japón)- analizaron las reacciones de 42 bebés de entre tres y ocho meses de edad cuando fueron expuestos a pares de fotos (reproducciones en tres dimensiones) de diversos objetos. Los niños no hablan, pero sostienen la mirada -y, por ende, la atención- más tiempo sobre las imágenes que son nuevas para ellos y menos tiempo para las que ya conocen y, por tanto, les aburren. En función de eso, los científicos determinaron que veían como diferentes (nuevas) instantáneas que, para los ojos de los adultos, eran iguales.
Una de las pruebas incluía tres fotografías de un caracol. Las dos primeras, llamadas A y B, incorporaban un brillo que representaba el reflejo de una fuente de luz. La tercera, C, carecía de tal brillo. Para la mirada de una persona adulta, las dos primeras imágenes son más parecidas entre sí que en relación con la tercera. Sin embargo, más allá del brillo, hay más diferencias entre A y B que entre B y C. Solo los bebés de menos de cinco meses fueron capaces de advertirlo.
En un artículo publicado en la revista American Scientific, la investigadora coruñesa Susana Martínez-Conde, directora del laboratorio de Neurociencia Visual del Instituto Barrow (Phoenix, Estados Unidos), explica que la adquisición de la constancia perceptual representa solo uno de los “numerosísimos poderes diferenciadores” que los niños pierden durante el primer año de vida.
Entre las otras capacidades que los pequeños dejan atrás, Martínez-Conde menciona la de diferenciar sonidos en el modo de hablar de sus familiares y distintos rasgos en los rostros de los simios. A medida que el menor crece, “las diferencias objetivas se convierten en similitudes subjetivas”, destaca la especialista.
Quizá no se pueda calificar como un “poder”, pero los niños de pocos meses carecen de miedo a las alturas y a otros riesgos, tal como lo demuestra un estudio científico publicado en 2013. Esa falta de temor promueve, según los científicos, el interés de los pequeños por explorar su entorno, es decir, por conocer el mundo. Y aparece al mismo tiempo en que el bebé comienza a gatear, en general cuando tiene unos seis meses de vida, y no por desarrollar una conciencia del peligro, sino a partir de la experiencia obtenida por su propio movimiento.