Darse cuenta de que un bebé padece problemas auditivos a menudo no es sencillo, porque su desarrollo parece normal hasta los 18 meses o los dos años de vida. Si no se detecta la hipoacusia, solo después de esa edad comienza a advertirse su principal efecto negativo: problemas en el habla. Por eso, es importante prestar atención a este tema desde el primer momento. Este artículo explica los problemas auditivos en los niños, en qué consiste el cribado que se recomienda a los recién nacidos y formas de comprobar si el pequeño oye bien. También aborda las causas y consecuencias de la hipoacusia y su tratamiento.
Los problemas auditivos en los niños
La incapacidad parcial o total para percibir sonidos en uno o ambos oídos se llama hipoacusia. Los casos en que la hipoacusia es muy pronunciada, es decir, cuando una persona oye muy poco o nada, son los que se conocen como sordera. Estos problemas auditivos no son demasiado frecuentes en los niños. Según la Asociación Española de Pediatría (AEP), de cada 1.000 recién nacidos, cinco presentan algún grado de hipoacusia y solo uno de ellos, de sordera profunda.
Más allá de eso, conviene poner mucha atención si se sospecha la existencia de cualquier problema auditivo en el bebé, ya que su detección temprana supone numerosas ventajas para su tratamiento y, en consecuencia, para el desarrollo integral del niño.
¿De qué maneras se pueden advertir esos problemas? Se detallan a continuación, según la edad del menor.
Cribado auditivo en los recién nacidos
El primer cribado auditivo se recomienda que se realice en la propia maternidad, poco después de las primeras 24 horas de vida del bebé. Consta de dos pruebas que evalúan la capacidad auditiva. Ambas son muy sencillas y no causan molestias al recién nacido. Hay que ejecutarlas cuando este se encuentre tranquilo o durmiendo.
La primera consiste en otoemisiones acústicas. Para ello, se instala una pequeña sonda que emite unos sonidos en el conducto auditivo y se recoge la respuesta que ocasiona en una zona del oído llamada cóclea.
La segunda recibe el nombre de potenciales evocados auditivos. Se colocan unos auriculares en los oídos del niño y, con unos sensores conectados a su cuero cabelludo, se miden las señales que llegan al cerebro.
Un resultado positivo en el cribado descarta problemas, pero uno negativo no permite un diagnóstico definitivo, por lo que se deriva al bebé a un especialista para un estudio más detallado. «Solo una pequeña parte de los niños que no pasan el cribado inicial tienen realmente una sordera», explica la AEP.
Cómo saber si el niño oye bien
Más allá de los resultados de ese cribado inicial, los pediatras destacan diversas situaciones que los padres pueden detectar en los meses posteriores y que pueden ser síntomas de que el bebé no oye bien.
En los primeros dos meses, el recién nacido parpadea, se asusta o se despierta ante ruidos fuertes. Además, la voz de su madre (o de su cuidador principal) lo tranquiliza y el niño pone atención al escucharla.
Poco después, entre los tres y cinco meses, el bebé ya gira la cabeza en busca de la fuente de sonido y, a partir del primer semestre de vida, ya no lo hace solo con la cabeza sino con el resto del cuerpo. Si para ese momento de su desarrollo el pequeño no emite sonidos ni balbucea, las posibilidades de que padezca de algún grado de hipoacusia serán ciertas y fundadas.
Otros signos de alarma para detectar este problema son: que al niño no le llamen la atención los ruidos de timbres y teléfonos cuando tiene un año de vida; que no reconozca su propio nombre entre el año y los 18 meses; que a los dos años no imita palabras simples; a los tres no diga palabras o a los cuatro, frases sencillas. También si, en etapas posteriores, el menor tiene dificultades para entender una conversación o necesita con frecuencia que le repitan palabras. Hay que estar atentos a esto durante todas estas etapas, ya que es posible que la hipoacusia no sea innata pero se desarrolle más adelante.
Consecuencias y tratamiento de la hipoacusia
En ocasiones, los problemas auditivos son difíciles de percibir por los adultos cuando el bebé es muy pequeño. Su desarrollo puede ser en apariencia normal hasta los 18 o 24 meses. Pero la principal consecuencia negativa es el retraso en el desarrollo del habla.
Por ese motivo, el tratamiento es multidisciplinar. Comienza a los seis meses de edad, cuando la hipoacusia se detecta de manera precoz, o en cuanto se descubre, si sucede después de esa fecha. Además del pediatra, trabajan en él el otorrinolaringólogo, el logopeda, el psicólogo infantil y el audioprotesista. De este modo se garantiza que el niño tenga la estimulación, el trabajo logopédico y las prótesis (audífonos o implantes cocleares) adecuados para que su calidad de vida sea la más alta posible.
Según la AEP, la mayoría de los casos de hipoacusia o sordera infantil están presentes desde el nacimiento y la mitad tienen origen genético. La Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap) señala que el 90% de los niños sordos son hijos de padres que oyen bien, pero la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos recomienda, si hay antecedentes familiares de hipoacusia, buscar asesoría genética antes del embarazo.
Otras causas de estos problemas son un bajo peso al nacer (por debajo de 1,5 kilos), que la madre padezca durante la gestación infecciones como rubeola o toxoplasmosis o que el niño sufra meningitis.
Por lo tanto, las formas más eficaces de prevención, más allá de la herencia genética, es tener cuidado ante posibles infecciones, tanto durante el embarazo como en el desarrollo del niño. Cumplir con el calendario de vacunación es, en este sentido, fundamental.