Los niños que mantienen en sus primeros años de vida una relación más intensa y de mayor apego con sus madres experimentan un desarrollo cerebral mayor que los demás. Así lo afirman las conclusiones de un estudio reciente realizado por investigadores de Estados Unidos. Este artículo ofrece detalles sobre ese trabajo, de qué manera el apego y el afecto materno tienen consecuencias sobre el desarrollo cerebral de los hijos, datos sobre la crianza con apego y la seguridad del menor y otras prácticas que influyen sobre el desarrollo cerebral de los pequeños.
Más amor materno, mayor desarrollo cerebral
El amor maternal es beneficioso para los niños en muy variados ámbitos de su vida. Un estudio reciente ha llegado a conclusiones que ratifican esa afirmación: los hijos que desarrollaron una relación más cercana con sus madres en los primeros años de su vida experimentaron un desarrollo cerebral mayor que el de niños cuya relación con sus madres fue menos intensa.
El trabajo científico, desarrollado por investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington en St. Louis (EE.UU.), analizó un periodo extenso del desarrollo cerebral de un grupo de 127 menores: desde su edad preescolar hasta los primeros años de su adolescencia. Así comprobó que el crecimiento en el hipocampo (el área del cerebro que controla, entre otras cosas, la memoria, la orientación espacial, el aprendizaje y la regulación de las emociones) fue mucho mayor en los niños que estuvieron más apegados a sus madres en los años preescolares.
Según el mismo estudio, para el cual se utilizaron aparatos de resonancia magnética amigables con los bebés y los niños, el apego en los años posteriores del desarrollo no genera el mismo efecto, debido a que la plasticidad del cerebro después de los cinco años de edad ya no es la misma. La investigación sugiere, en palabras de su directora, la psiquiatra infantil Joan L. Luby, que «hay un periodo sensible durante el cual el cerebro responde más al afecto materno».
La calidad del afecto y el apego de las madres hacia sus hijos
Para medir la calidad del afecto y el apego de las madres hacia sus hijos, los investigadores establecieron una prueba: daban al niño un regalo muy atractivo, pero que solo se podría abrir cuando las madres terminaran una labor que también les habían asignado los científicos. De este modo, buscaban reproducir una situación de presión que se puede dar muchas veces durante cualquier día, como cuando el adulto está cocinando y su hijo requiere su atención. «El niño necesita algo, pero el adulto tiene otra cosa que hacer, lo cual es un desafío para sus habilidades como madre o padre», explica Luby.
Algunas madres mantenían el control y completaban su tarea sin dejar de comportarse de manera afectuosa y dar apoyo emocional al pequeño. Otras, por el contrario, descuidaban la atención hacia sus hijos o los castigaban por su comportamiento. Las del primer grupo recibían una puntuación alta, mientras que las del segundo, uno más bajo. Al evaluar a los niños en su adolescencia temprana, el tamaño del hipocampo en los del primer grupo resultaba hasta más del doble que el de los del segundo grupo.
En función de estas conclusiones, los autores se expresan en su trabajo a favor de implementar políticas gubernamentales que tiendan a ayudar a los padres a brindar un mayor apego a sus hijos.
La crianza con apego y la seguridad del niño
Los resultados de esta investigación se complementan con los beneficios de la crianza con apego. Según los principios de esta corriente, un fuerte vínculo emocional del niño con sus padres en sus primeros años de vida le permite obtener un mejor desarrollo de su personalidad, mayor autoestima y relaciones más seguras y empáticas en el futuro. Algunas de las claves de la crianza con apego son la lactancia materna exclusiva y a demanda (siempre que sea posible), el contacto corporal, el cuidado constante (extendido a los tiempos de ocio y juegos con el niño) y el uso de disciplina positiva.
Fernando González Serrano, miembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (SEPYPNA), explica que los primeros tres años en la vida del menor son claves para que logre «un sentimiento de seguridad básica y autoestima», basado en el amor y el apego de sus padres.
A partir de los cinco o seis años, es decir, cuando el cerebro del niño ya ha superado su fase de mayor plasticidad y ciertos rasgos de la personalidad se han consolidado, el pequeño puede comenzar a asumir valores sociales y comportamientos del mundo adulto, como compartir sus cosas.
Estudios anteriores ya habían indagado en el desarrollo cerebral de los bebés ante distintas prácticas o procedimientos de este tipo en la crianza por parte de sus padres.
En 2013, un trabajo de la Universidad Brown (Providence, Estados Unidos) halló pruebas de que los pequeños alimentados en exclusiva por lactancia materna también tenían más desarrolladas áreas del cerebro de las cuales dependen el lenguaje, funciones emocionales y capacidades cognitivas.
Otras prácticas también contribuyen con el desarrollo cerebral de los bebés y niños, tales como la educación musical y la interpretación de instrumentos.
Y, de manera inversa, las situaciones negativas representan un riesgo para el cerebro del menor en desarrollo. Un estudio de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) encontró en 2014 una relación entre las peleas de los padres y una menor cantidad de materia gris en el cerebro de sus hijos. “El cerebro del niño en desarrollo puede ser sensible a las formas más comunes de problemas familiares, aunque sean peleas moderadas”, señalaron en ese momento los autores.