La combinación entre el tipo de sangre de una mujer y el de su bebé puede generar problemas cuando el Rh de la madre es negativo y el de su hijo, positivo. Cuando eso ocurre, el sistema inmune de la mujer reconoce la sangre del feto como una “sustancia extraña” y crea anticuerpos para combatirla. Sin embargo, con la aplicación de ciertas medidas de prevención, la incompatibilidad Rh ya no es tan peligrosa. Este artículo explica cuáles son las posibles consecuencias de esta incompatibilidad, cómo actuar ante ella y qué se debe hacer si, pese al tratamiento preventivo los controles, la madre desarrolla los anticuerpos.
Incompatibilidad Rh, un problema de sangre
En muchas ocasiones la sangre de una mujer no es compatible con la de su feto, lo que puede ocasionar problemas graves al bebé. En concreto, puede ser causa de la llamada incompatibilidad Rh, que se produce cuando la sangre de la madre es Rh negativo y la del niño, Rh positivo. Si no se toman medidas, cuando el organismo de la madre advierte este hecho considera la sangre del bebé como una «sustancia extraña» y desarrolla anticuerpos para atacarla.
Hasta hace unas décadas, el problema derivado de esta situación se tornaba una enfermedad «frecuente y grave que influía considerablemente en la morbimortalidad perinatal», según informan los protocolos de la Asociación Española de Pediatría (AEP). Por fortuna, «ha pasado a ser en la actualidad una patología de aparición ocasional cuya incidencia puede estimarse en uno por cada mil nacidos vivos». Esto se debe a la implementación de medidas de prevención, las cuales se deben aplicar de manera estricta para evitar inconvenientes.
Consecuencias de la incompatibilidad
La incompatibilidad Rh -también conocida como enfermedad del Rh- es solo una de las formas de la enfermedad hemolítica del recién nacido, que abarca todos los tipos de incompatibilidad entre la sangre de la madre y la del bebé. Explican los especialistas de la AEP que dos de cada tres de estos casos se da en el sistema ABO de la sangre (es decir, si la mujer tiene sangre de tipo A y el hijo de tipo B, o cualquier otra combinación en que ambas no coincidan), pero su interés es relativo porque sus consecuencias son muy leves o imperceptibles. La diferencia en el sistema Rh, en cambio, sí puede dar lugar a complicaciones.
Durante el embarazo, con mucha frecuencia se producen pequeñas transfusiones de sangre entre el feto y la madre a través de la placenta. Por la misma vía, los anticuerpos que la mujer desarrolla, si existe la incompatibilidad Rh, vuelven al bebé y destruyen los glóbulos rojos de la sangre del niño. Como explica la Biblioteca Nacional de Medicina (BNM) de Estados Unidos, la descomposición de los glóbulos rojos produce bilirrubina, cuyo nivel de presencia en el torrente sanguíneo del feto «puede variar desde leve hasta altamente peligroso». Esto puede provocar, antes o después del nacimiento, anemia, ictericia, tono muscular bajo, letargo, daño cerebral e incluso el fallecimiento.
Por lo general, el primer hijo no padece las consecuencias de la incompatibilidad Rh, dado que el tiempo que el organismo de la mujer tarda en desarrollar los anticuerpos excede a ese embarazo y afectaría solo a los siguientes. Sin embargo, si ha habido gestaciones previas (aunque hayan sido interrumpidas), su sistema inmunitario puede estar «alertado» y contar ya con los anticuerpos, al igual que si han existido ciertos traumas o procedimientos obstétricos invasivos. Debido a eso, los controles deben efectuarse con la misma rigurosidad en todos los casos.
Cómo actuar ante la incompatibilidad Rh
En la actualidad, esta situación se vigila con relativa facilidad en España. La clave radica en la prevención. En primer lugar, un análisis de sangre en el comienzo del embarazo -o incluso antes, en la consulta preconcepcional- permite determinar si la sangre de la mujer es de tipo Rh negativo.
Luego se realiza el llamado test de Coombs indirecto. Con una muestra de sangre permite conocer si contiene antiglobulinas, es decir, anticuerpos contra los glóbulos rojos. Este test se lleva a cabo dos veces: la primera en el primer trimestre (por lo general en la semana 8 o 9) y en el segundo (alrededor de la semana 26).
El objetivo es, antes de que la mujer desarrolle anticuerpos, administrarle una inyección de gammaglobulina, una sustancia que anula el efecto de un antígeno llamado D que es el que con mayor frecuencia provoca la enfermedad. Esta inyección, una especie de vacuna contra la incompatibilidad Rh, se aplica alrededor de la semana 28 del embarazo y, luego, dentro de las 72 horas siguientes al parto. La BNM advierte de que también deberían recibirla todas las mujeres con sangre Rh negativo tras un aborto (espontáneo o provocado), después de exámenes como una amniocentesis o una biopsia de vellosidades coriónicas o tras una lesión en el abdomen producida durante la gestación.
En el caso de que la mujer ya haya desarrollado los anticuerpos, el control debe ser minucioso, para comprobar que su cantidad no sea demasiado elevada. Si lo es, el tratamiento consiste en la realización de transfusiones sanguíneas (exanguinotransfusiones), tanto durante la gestación como después del nacimiento. En los casos más severos, la AEP aconseja incluso adelantar el parto, aunque si es posible no realizarlo antes de la semana 34.
Según datos de la asociación de pediatras, cuatro de cada diez casos de incompatibilidad Rh no precisan ningún tratamiento. Uno de esos diez necesita transfusiones intrauterinas; otro, estas transfusiones y además anticipar el nacimiento; un tercero precisa adelantar el parto y realizar exanguinotransfusiones posteriores; y los otros tres restantes cumplen con la duración del embarazo normal pero requieren de un tratamiento posterior que consiste, en general, en transfusiones de sangre, fototerapia, una hidratación intensiva y controles cuidadosos para evitar la pérdida de líquidos y posibles insuficiencias cardiacas.