Imagen: Enrico
El Alzheimer ya afecta en nuestro país a cerca de 3,5 millones de personas, y el número crece cada año. Por eso, el reto común de asociaciones, investigadores y familias que cuidan de los enfermos es el de contribuir a mejorar su calidad de vida. En este contexto, la alimentación juega un papel relevante, ya que la pérdida de peso y la desnutrición son habituales y se asocian a un aumento de la morbilidad y la mortalidad.
Los problemas inherentes a la enfermedad, como son la pérdida de la independencia, la dificultad para orientarse, los desórdenes en el comportamiento alimentario y la deambulación frecuente, influyen en el adelgazamiento, que se incrementa con severidad a medida que va pasando el tiempo y el mal va progresando. La información sobre el manejo dietético y los problemas nutricionales es fundamental para los profesionales de la salud y las familias.
La cruda realidad alimentaria
A pesar de que no hay evidencias que demuestren una relación inseparable, sí suele asociarse la desnutrición a las personas con AlzheimerEn los «Cuadernos del Cuidador», editados por la Fundación Alzheimer España, se hace una descripción muy clara y sencilla de cómo el deterioro de la memoria y del juicio pueden interferir en la vida alimentaria. No hay evidencias científicas sólidas que vinculen los factores nutricionales a la causa de la enfermedad de Alzheimer, pero la desnutrición y la pérdida de peso son compañeras frecuentes de las personas que la padecen.
Según los autores de este documento, se llega a la malnutrición-desnutrición por diversas razones; la pérdida de memoria influye hasta el punto de olvidar cosas tan básicas como hacer la compra, almacenar los alimentos en la despensa o en la nevera y cocinar. Se dan cambios tan sutiles en los primeros estadios que ni siquiera la familia se da cuenta de que la persona con Alzheimer no se está alimentando bien. El olvido de las preferencias alimenticias, y parece ser que hasta de los gustos, y la dificultad en percibir los aromas y saborear un buen plato son algunas de las causas por las que se pierde el apetito y se come menos.
La atrofia de ciertas regiones cerebrales implicadas en la regulación de la conducta alimentaria podría estar relacionada con la pérdida de peso severa y la deficiencia de nutrientes -entre ellos las vitaminas B1, B9 y B12, y proteínas como la albúmina-, derivada de la mala alimentación, que, a su vez, incrementa el deterioro cognoscitivo.
Con el progreso de la enfermedad, aparecen la deambulación, la agitación y la intranquilidad, responsables de un gasto calórico hasta de 1.600 kilocalorías más de lo habitual para las características físicas del individuo. Si se come menos y se gasta más, el resultado es fácil de predecir; se favorece la pérdida de peso que puede ser la antesala de infecciones, enfermedades oportunistas y complicaciones de salud, que lo único que hacen es ensombrecer una calidad de vida de por sí ya muy reducida.
Actitudes y aprendizajes prácticos
La Fundació Institut Català de l’Envelliment (Fundación Instituto Catalán de Envejecimiento) ha editado una pequeña guía práctica, «Alimentación y Alzheimer», que informa de manera amena y muy próxima sobre el manejo de los problemas nutricionales, el aporte de la ayuda necesaria a la hora de alimentarse y el remedio a trastornos asociados a la enfermedad, como son la disfagia o dificultad para tragar y la anorexia, entendida como pérdida de apetito.Según Manuel Velasco Suárez, del Laboratorio de Nutrición del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía, de México, «la anorexia puede darse en estadios avanzados de la enfermedad y asociarse con la pérdida de peso y con la toma de medicamentos como los opioides». Por otro lado, «la disfagia se ha reconocido como una causa de muerte inmediata en el 33% de los pacientes afectados por Alzheimer», añade. Por este motivo, es fundamental entender el nexo tan importante entre la enfermedad y la alimentación y, consecuentemente, ofrecer toda la información posible a las personas responsables de los enfermos.
Olvidarse de uno de los cuidados fundamentales hacia uno mismo, como es el de alimentarse, comporta todo un abanico de aspectos que se deben tener en cuenta. Según los autores de la guía «Alimentación y Alzheimer», Antoni Salvà y Joan Carles Rovira, conviene antes que nada evaluar hasta qué punto la persona puede prepararse su propia comida.
Menús adaptados
Es muy útil elaborar una lista semanal de menús tipo equilibrados y variados y organizar la lista de la compra y su posterior almacenamiento. En esta tarea, la ayuda de la «Guía Alimentación según la edad y el tipo de trabajo«, editada por CONSUMER EROSKI, puede ser de gran utilidad. La atención más especial se debe dirigir al estado de conservación de los alimentos, a la utilización de los objetos cortantes y afilados y, sobre todo, a que las instalaciones de la cocina sean seguras.Cuando ya se han olvidado ejecuciones de actividades relacionadas con la comida tan elementales como el uso de los cubiertos, hay soluciones sencillas que pueden ayudar a ralentizar la pérdida de facultades. Las comidas familiares ayudan a que el enfermo se sienta reconocido y pueden facilitar un mejor uso de la vajilla por imitación. También resultan muy útiles en estos casos los cubiertos adaptados, los platos irrompibles y los vasos antivuelco. Además, se pueden cocinar alimentos que la persona pueda comer con la mano, como por ejemplo croquetas, emparedados, sándwiches, empanadillas o barritas de pescado, entre otros.
Al margen de las pequeñas y prácticas soluciones a cada problema, uno de los puntales en la ayuda a los enfermos es una conducta flexible por parte de los cuidadores. Los trastornos del comportamiento alimentario hacen de quienes padecen Alzheimer personas completamente dependientes y, por eso, el respeto a su nuevo ritmo de vida y las acciones encaminadas a preservar al máximo su independencia y dignidad son la base de la relación.
El proyecto europeo LIPIDIDIET estudia el rol de los lípidos aportados por la alimentación en la prevención y tratamiento o, por el contrario, en la aceleración del Alzheimer. Aunque las dietas con un alto contenido de grasas han sido identificadas como un factor de riesgo para el Alzheimer, también se ha demostrado que la ingestión de una dosis específica de lípidos es fundamental para la prevención de esta enfermedad.
El aporte suficiente de ácidos grasos esenciales, de ácidos grasos omega 3 (DHA y EPA) y ciertas vitaminas (B1, B6, B12) mantiene la integridad estructural y funcional de las neuronas, células especializadas del sistema nervioso. Varias líneas de investigación sugieren que los ácidos grasos omega 3, en concreto, pueden desempeñar un papel relevante en la fisiopatología, la terapia o la prevención de esta enfermedad. Esto abre camino al desarrollo de productos funcionales o de complementos nutricionales que pueden servir de apoyo nutricional para preservar la función cognitiva.
Otro de los aspectos interesantes que rodea el nexo entre esta enfermedad y la alimentación es el planteamiento de cómo afecta el tipo de dieta a su aparición y desarrollo. Investigadores de la Facultad de Medicina Monte Sinaí de la ciudad de Nueva York han informado en un estudio, publicado en el Journal of Neurochemistry, que una dieta hipocalórica restringida en hidratos de carbono podría ayudar a prevenir el Alzheimer gracias a la disminución de la formación de la capa de péptidos beta-amiloides, sustancias presentes en mayor cantidad en el cerebro de las personas que padecen esta enfermedad. La disminución de calorías de la dieta podría incrementar la expresión de una proteína llamada SIRT1, que se sabe afecta positivamente al envejecimiento y que en esta investigación, con primates, está inversamente relacionada con los péptidos beta-amiloides en el cerebro. Según Giulio Pasinetti, el director de la investigación, con este trabajo se abre una puerta a que otros investigadores indaguen más profundamente sobre esta valiosa aproximación a las causas de la enfermedad, con el objetivo de aclarar los mecanismos biológicos que la rodean.