Elisa Domínguez es doctora en Medicina y diplomada en Nutrición Humana y Dietética. Desde hace catorce años trabaja en la cooperación internacional. Ha prestado servicio en Médicos del mundo, Médicos sin Fronteras(MSF) y desde hace una década es cooperante en Acción contra el Hambre (ACH). Su compromiso laboral le ha llevado a ejercer en Angola, Malí, Guinea y Níger. Su trayectoria le ha convertido en experta en el tratamiento de la desnutrición aguda y en una gran conocedora de las necesidades del entorno donde trabaja. Es, en definitiva, una voz capacitada para identificar las causas y establecer los cauces necesarios que lleven a proporcionar una ayuda integral en situaciones de hambruna como las que en estos momentos se viven en Somalia y en el Cuerno de África. Domínguez nos habla desde su formación, experiencia y sensibilidad social al servicio de la lucha contra el hambre.
En efecto, la actual situación es ilógica y no debería pasar. La gobernanza mundial ha fallado a pesar de que en los últimos años se hayan producido las tres más grandes cosechas de la historia.
“Una tasa de desnutrición aguda por encima del 30%, es uno de los indicadores de hambruna”
Es el estadio de mayor gravedad de una crisis humana, el que sigue a una emergencia humanitaria. La última hambruna data de 1992 cuando perdieron la vida 300.000 somalíes. Los principales indicadores de que se está ante una hambruna son: una tasa de desnutrición aguda por encima del 30% (muy por encima de los niveles de emergencia), elevada mortalidad (más de 2 fallecimientos por cada 10.000 personas al día), imposibilidad de acceder a los alimentos y muy limitado acceso al agua (menos de 4 litros por persona al día), desplazamientos masivos de población, mecanismos de adaptación y resistencia agotados, pérdida de recursos activos y dependencia de la ayuda exterior.
Tratamos de recuperar a niños con desnutrición aguda y severa en 16 centros terapéuticos de Somalia, y en otros de Kenia y Etiopía. Además, de forma preventiva se actúa en casos de desnutrición aguda y moderada para evitar que derive en una desnutrición severa, sin olvidar la importante labor de diagnóstico y prevención.
Utilizamos tanto alimentos terapéuticos listos para su consumo (ATLC) en casos severos y alimentos listos para su consumo (ALC) en casos moderados, así como lo que se denomina “raciones de protección”, para evitar que las familias consuman los alimentos del tratamiento. Estos preparados incluyen entre sus nutrientes calorías, vitaminas, minerales… Y no necesitan una conservación en frío, aspecto que facilita su distribución, que se realiza a través de avión, barco o camiones. Una vez en el sitio, se cita a la gente de las comunidades en una escuela o en centros de salud para su reparto y seguimiento médico-nutricional.
“La leche terapéutica, hecha con pasta de cacahuetes, lleva los micronutrientes necesarios para hacer frente al desequilibrio metabólico”
Las cantidades varían en función de peso del niño y son productos diseñados de manera específica para recuperar los desequilibrios metabólicos que se producen en la desnutrición aguda. Es la composición la que varía en función de las diferentes etapas de tratamiento. Se empieza con leche F75 (75 Kilocalorías por 100 ml de leche) que se suministra entre 7 y 8 veces al día. Pasada la fase de estabilización que dura entre 4 y 7 días, se utiliza leche terapéutica F100 (100 Kcal. por 100 ml de leche) que suministrada entre 4 y 6 veces al día permite que el niño comience a ganar peso. En la última etapa, cuando el niño ya no tiene complicaciones médicas, puede ir a su casa con un compuesto llamado ATLC, de composición similar a la F100.
¡Claro que no! La leche terapéutica es un producto específico de aspecto similar a la leche, que contiene los micronutrientes necesarios para hacer frente al desequilibrio metabólico que aparece en la desnutrición aguda (zinc, selenio, magnesio…). Las ATLC están hechas de pasta de cacahuetes (parecido a la conocida crema de cacao y avellanas de aquí).
Las empresas internacionales que se dedican a la fabricación de estos productos siempre tienen reserva a disposición en sus almacenes. Gran parte de este compuesto es comprado por Unicef, que los distribuye a cada nación a través de las ONG.
“Más del 80% de los niños que entran en los centros de nutrición salen curados”
Más del 80% de los niños que entran en los centros de nutrición salen curados, pero hay un porcentaje -entre un 10% y un 15% – en los que las madres abandonan el tratamiento cuando el pequeño empieza a sentirse mejor a pesar de no estar curado. Estos niños, a menudo, recaen varias semanas más tarde.
En efecto, el éxito de nuestro trabajo depende de la suma de varios factores fundamentales. En primer lugar es necesaria una detección precoz de la desnutrición aguda a nivel comunitario, que requiere una ayuda activa externa ya que las madres no la identifican y cuando acuden a los centros, no reconocen la desnutrición como una enfermedad que puede llevar aparejada la muerte. De hecho, concebir la desnutrición como una enfermedad evitaría muchas muertes: desde el punto de vista cultural, el estigma social por tener hijos desnutridos impide que los padres lleven a su hijo a un centro de recuperación, lo que de forma irremediable derivará en la enfermedad y muerte del niño.
Porque son los colectivos que tienen más requerimientos nutricionales. En el caso de los niños, son necesarias unas condiciones sanitarias y de alimentación básicas si se quiere asegurar un crecimiento físico e intelectual óptimo. Esta tarea debe de abarcar los primeros 1.000 días de vida, es decir, desde la concepción hasta los dos años de vida. Pero también el apoyo nutricional a la madre gestante y lactante es fundamental. Hay tabúes socioculturales, ligados a la lactancia y a la alimentación complementaria del niño en los primeros años de vida, que pueden tener un efecto perjudicial para el recién nacido. Es el caso de costumbres tales como sustituir leche materna por té durante los primeros días de vida, suprimir la lactancia ante un embarazo o no suministrar huevos u otros alimentos a los niños por prejuicios culturales.
“La atención se centra en niños menores de 5 años y en las mujeres embarazadas y lactantes, que componen la población más vulnerable”
Se pierde en las clases sociales altas de las ciudades porque el acceso a la leche en polvo se percibe como un signo de riqueza. En el medio rural, la lactancia materna se realiza en la mayoría de los casos, aunque no se hace de forma exclusiva desde el nacimiento hasta los 6 meses, sino que incluyen en la alimentación agua y otros alimentos que producen diarreas y que pueden conllevar un problema nutricional.
En cooperación, la atención se centra de forma prioritaria en niños menores de 5 años y en las mujeres embarazadas y lactantes, que son la población más vulnerable. En general, los adultos y ancianos no registran desnutrición salvo que tengan una enfermedad crónica como VIH, tuberculosis o cáncer. Sí es frecuente en el caso de hambrunas, en cuyo caso se les suministra un tratamiento similar al de los niños, y se ajusta las dosis en función de su peso. En adultos se privilegia el uso de ATLC.
Hay distintos tipos de personal sanitario pero me gustaría destacar la labor de los voluntarios comunitarios que se encargan de identificar de manera precoz la desnutrición y de educar a las madres para que reconozcan la enfermedad en las comunidades. Además, contamos con personal especializado como médicos, enfermeras o agentes de salud que reciben formaciones específicas al respecto.
“Quienes sufrieron desnutrición en la infancia tienen más riesgo de sufrir hipertensión, obesidad o colesterol en la etapa adulta”
A pesar de que la recuperación física y fisiológica es completa, no hay estudios que muestren las consecuencias que la hambruna haya podido producir a nivel intelectual y cognitivo. El problema está en que cuando los niños vuelven a sus casas, continúan con la misma alimentación inapropiada que tenían antes de llegar al centro de nutrición, y se puede generar de nuevo la desnutrición.
La seguridad alimentaria allí está relacionada con la capacidad de las familias para desarrollar actividades que les permitan asegurar su alimentación, como aquellas de promoción de la agricultura, la ganadería o actividades generadoras de ingresos.
En tratar de salvar vidas a la vez que proteger las próximas cosechas y recapitalizar a las familias que lo han perdido todo.
En palabras de Elisa Domínguez, la respuesta a esta cuestión es por supuesto que sí, que hoy en día hay disponibles los medios y el conocimiento para hacerlo. Solo falta voluntad política para conseguirlo. Según la responsable del Departamento Técnico Salud y Nutrición de Acción Contra el Hambre, para prevenir que se repitan de nuevo estas situaciones en el futuro falta convencerse de que la desnutrición es prevenible, diagnosticable y curable; convencer a nuestros políticos de que evitar la muerte de miles de niños al día es una prioridad y, también, colaborar a nivel particular. Cualquier aportación será bienvenida y se puede llevar a cabo tanto a través de una llamada al número 902100822 desde la página web de Acción contra el Hambre.