Para muchas personas, el peso es un problema, una fuente de inquietud, de inseguridad e, incluso, de frustración. Sin embargo, no todas se preocupan por el exceso. También hay quienes se sienten demasiado delgadas, pesan menos de lo que les gustaría o de lo que la sociedad entiende como “normal”. A menudo, han realizado varios intentos para ganar kilos, sin éxito, y suelen ser víctimas de comentarios desafortunados (a veces despectivos) por parte de familiares y amigos. Salvo algunas excepciones, son individuos sanos, pero que creen padecer una enfermedad. El presente texto detalla los tres errores más habituales al abordar esta cuestión y explica por qué, en general, no debería instarse a adultos sanos delgados a aumentar de peso.
Delgadez: detectar los tres errores habituales
El profesional sanitario que recibe a un paciente preocupado por su bajo peso debe detectar, en primer lugar si sufre desnutrición, malnutrición o alguna patología que curse con bajo peso, además de descartar un posible trastorno del comportamiento alimentario, como la anorexia nerviosa. Descartadas esas posibilidades, lo siguiente es dilucidar si el paciente ha sido víctima de tres errores frecuentes, todos ellos relacionados con una mala interpretación acerca de qué se considera un peso corporal normal. A continuación se desglosan estos fallos, que bien pueden tranquilizar a muchas personas preocupadas por su delgadez.
- Pensar que existe un «peso ideal». El error más común es caer en las redes de las mal llamadas «tablas del peso ideal». Un artículo reciente, publicado en EROSKI CONSUMER, revisó este tema. En él se mostró que los conceptos «peso ideal» o «peso perfecto» no tienen sostén científico y que pueden generar numerosos malos entendidos además de no pocos efectos adversos. También se insistió en que la horquilla de lo que se entiende por peso normal es muy amplia. El segundo error tiene que ver con dicha horquilla.
- Tomar como referencia tablas de IMC obsoletas. Para definir el peso normal se utiliza hoy el llamado «Índice de Masa Corporal», conocido por sus siglas: IMC. Para averiguar nuestro IMC debemos dividir los kilos que pesamos entre nuestra altura, expresada en metros y elevada al cuadrado (es decir, multiplicada por sí misma). Tal como detalla este artículo, el «normopeso» se enmarca hoy entre un IMC de 18,5 kg/m2 y 24,9 kg/m2. Sin embargo, es fácil encontrar páginas web, folletos y hasta libros especializados que todavía hacen referencia a un rango más estrecho, de entre 20 y 24,9 kg/m2 de IMC. Incluso es habitual que las básculas de las farmacias aún lo tomen como patrón. Se trata de una falta de actualización científica, o un «error cronológico».
El origen de este rango se remonta a 1990, momento en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) consideró, en su libro ‘Dieta, nutrición y la prevención de las enfermedades crónicas’, que el IMC normal oscilaba entre 20 y 25 kg/m2. No obstante, la propia OMS rectificó cinco años después, en una publicación titulada ‘El estado físico: uso e interpretación de la antropometría’, tras constatar que la mayor mortalidad que observó en personas con IMC menor a 20 era atribuible a otros factores concomitantes (y no al exceso de peso); una observación soportada por estudios más recientes.
Así, la siguiente edición del libro de la OMS de 1990, publicada en 2003, ya enmarcó el normopeso entre 18,5 y 24,9 kg/m2. Este rango es aceptado hoy por cualquier entidad sanitaria, como el Scottish Intercollegiate Guidelines Network, la American Heart Association, el U.S. Preventive Services Task Force o, en España, la FESNAD.
Es decir, si un paciente tiene un IMC de 19, es un error (frecuente) considerarlo como «de bajo peso», ya que su peso entra en la categoría de «normopeso». De hecho, a juzgar por un seguimiento de diez años de 121.701 mujeres y 51.529 hombres, publicado en 2001, una persona con un IMC de 19 presentaría un muy bajo riesgo de padecer patologías o de morir de forma prematura.
En 2005, un documento de referencia a nivel mundial, publicado por el Instituto de Medicina de Estados Unidos (Institute of Medicine, IOM), recogió estas reflexiones: «El punto de corte inferior del IMC, 18,5 kg/m2 no está tan bien fundamentado [como el límite superior]. El punto en el que un bajo IMC representa un riesgo para la salud no está bien definido. La capacidad del punto de corte inferior del IMC para identificar a individuos que presentarán un mayor riesgo de morbilidad y mortalidad no es muy específica». El escrito del IOM tuvo en cuenta importantes publicaciones aparecidas en 1989, 1999 y 2001.
Es más, estudios publicados en 2007 y 2008 han observado que incluso una delgadez marcada -que parece ser una característica hereditaria, tanto como la obesidad- no tiene por qué asociarse a problemas fisiológicos (disfunción menstrual, problemas tiroideos, etc.) o psicológicos.
En suma, un bajo peso no debe interpretarse, en base a los datos disponibles, como un factor de riesgo de sufrir enfermedades salvo en fumadores (en cuyo caso lo prioritario es dejar de fumar), en personas con patologías ya instauradas (anorexia nerviosa, cáncer, sida, patologías cardiovasculares, etc.) o en casos de delgadez severa (IMC menor a 16). Es decir, no debería instarse a adultos sanos delgados a aumentar de peso. No debemos obviar, por último, que la razón más habitual por la que las chicas jóvenes de países desarrollados presentan bajo peso son los comportamientos alimentarios restrictivos, que precisan un enfoque multidisciplinar.