La preferencia por una comida u otra

Las elecciones alimentarias esconden un complicado entramado de experiencias fisiológicas, sociales y culturales que se inician en la infancia
Por Elena Piñeiro 30 de diciembre de 2008
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Imagen: Steven Tom

¿Por qué las personas comemos lo que comemos? Según J. Odgen, catedrática de Psicología de la Salud de la Universidad de Surrey, en el Reino Unido, son muchas las investigaciones que se han ocupado de los complejos factores que intervienen en la elección de la comida. El contacto con los alimentos, el aprendizaje social y el aprendizaje asociativo intervienen en las elecciones de nuestros platos del día a día y en los preparados para las ocasiones especiales.

Imagen: Steven Tom

La motivación y los modelos de conocimiento social, así como el papel que juega el hambre, la saciedad y los sentidos químicos (el gusto y el olfato) son de especial relevancia por su relación con todo aquello que lleva a decidir si se toman verduras o pastas, carnes o pescados, frutas o lácteos, en los millones de ingestas que se realizan a lo largo de la vida.

Nueve motivos centran la elección final

Las actitudes de los padres frente a la comida y los alimentos que se compran y cocinan en casa influyen en las preferencias de los más pequeños

A simple vista parece fácil pensar que se elige la comida según las costumbres del entorno en el que se ha nacido y vivido, pero a la hora de plantearse el tema de forma científica, la cuestión se complica. La elección de la comida es el resultado de un conjunto de procesos caracterizados de muy diversas maneras. Según J. Odgen, que ha publicado varios trabajos al respecto, «las investigaciones más antiguas (Yudkin, 1956) decían que la elección de la comida estaba influenciada por factores físicos ( geografía, estacionalidad, economía y tecnología culinaria), sociales (religión, clase social, educación, publicidad) y psicológicos-orgánicos (herencia, alergia y necesidades nutricionales)».

Más recientemente, en 1995, investigadores del Department of Psychology, del St George’s Hospital Medical School de Londres y del Imperial Cáncer Research Fund Health Behaviour Unit, Institute of Psychiatry, de Londres, publicaron un estudio sobre cómo medir los motivos que hay tras la elección de la comida y elaboraron su propio cuestionario, «The Food Choice Questionnaire», en estos momentos de referencia. Este cuestionario conceptualizó los factores influyentes en nueve motivaciones diferentes: el atractivo sensorial, los costes de salud, la comodidad en la adquisición y la preparación de los alimentos, el control del peso, el conocimiento del alimento, la regulación del humor, el contenido natural de la comida y las preocupaciones éticas relativas a la manufactura y al país de origen.

El aprendizaje y la experiencia

Son diferentes los modelos que dan respuesta a por qué comemos de una manera y no de otra distinta. Desde el enfoque evolutivo se destaca la importancia del aprendizaje y la experiencia, y se pone el acento en el desarrollo de las preferencias alimentarias en la infancia. La catedrática de la Universidad de Surrey explica en su libro «Psychology of Eating» cómo los niños pequeños tienen respuestas de negación frente a las comidas nuevas que tienen que acabar aceptando.

Por otro lado, hay estudios que muestran una relación directa entre el contacto con las comidas y la preferencia por ellas, así como la necesidad de un mínimo de entre 8 y 10 contactos con el plato nuevo para que las preferencias comiencen a cambiar de forma significativa. Parece ser que influye que la ingesta de un alimento nuevo no haya producido consecuencias negativas tras su consumo. En este sentido, para padres y educadores es fácil identificar un ejemplo, el momento en que se empieza a diversificar la dieta del bebé y lo difícil que resulta, la mayoría de las veces, introducir las verduras y las frutas en la alimentación, sin crear fobias alimentarias.

Las actitudes de los padres frente a la comida y los alimentos que se compran y cocinan en casa influyen también en las preferencias de los más pequeños. Igualmente, resultan curiosas las experiencias científicas que muestran la influencia social o de la publicidad de los alimentos, es decir, de otros niños o de héroes de ficción o de otras personas del entorno, sobre las costumbres alimentarias en la infancia. Quién no recuerda las espinacas de Popeye o las natillas que comen por la televisión famosos jugadores de fútbol.

Sin duda, los medios de comunicación y la publicidad también son un ejemplo claro de influencia sobre las conductas y actitudes que se pueden observar e incorporar a las de cada persona, desde las edades más tempranas. Resulta destacable por negativo cómo algunos anuncios de televisión dirigidos al público infantil fomentan el consumo de productos que propician la obesidad de los niños, tal y como comprobó CONSUMER EROSKI en una reciente investigación.

BIOLOGÍA Y CULTURA

Los sentidos representan un papel de suma importancia ya que el aspecto externo, el color, el olor y el sabor son determinantes a la hora de elegir un alimento u otro. Los seres humanos han explorado y explotado el entorno en busca de alimentos para sobrevivir y por eso están predispuestos genéticamente a identificar un tipo de sabores como atractivos o todo lo contrario.

Debe haber un mecanismo innato que seleccione un alimento saludable de otro potencialmente dañino, de manera que la elección de la comida se convierte en un método de supervivencia. Según Paul Rozin, profesor de la University of Pennsylvania, durante millones de años la cultura ha desarrollado formas muy elaboradas de seleccionar y preparar los alimentos.

A estos complicados sistemas les llamamos “cocinas” porque han influido en las predisposiciones innatas para la elección de las comidas. La atracción y el hábito de comer los pimientos picantes o los chiles en zonas geográficas tan diferentes como Centroamérica o India es un ejemplo de cómo la cultura ha influido y ha alterado una tendencia innata a rechazar un vegetal que causa una sensación de malestar en la boca cuando se consume.

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