Cada vez existe más propaganda sobre los hipotéticos beneficios de los ácidos grasos omega-3. En 2013, los doctores Andrew Grey y Mark Bolland, dos investigadores de la Universidad de Auckland, en Nueva Zelanda, revisaron si dicha publicidad se sostiene en base a evidencias científicas. Sus resultados, publicados en JAMA Internal Medicine, no dejan lugar a dudas: el espectacular aumento en las ventas de los suplementos dietéticos con aceite de pescado no está justificado por las pruebas disponibles con respecto a su papel en la salud. El siguiente artículo profundiza en esta cuestión.
El salto a la fama de los ácidos omega-3
Los ácidos grasos omega-3, que hasta hace unos años solo aparecían en los tratados de nutrición, hoy forman parte de los libros de las dietas milagro (como «la dieta de la Zona«), de millones de páginas web (que los venden, acompañados de portentosos e ilegales reclamos) y también de determinados titulares desafortunados que olvidan que un resultado positivo que se observa en un estudio pequeño no es extrapolable a toda la población. El reciente trabajo de Grey y Bolland plantea un análisis más riguroso sobre este nutriente y los supuestos beneficios de su uso doméstico.
En opinión de los investigadores, las decisiones de salud pública deben basarse en evidencias sólidas de eficacia. ¿Ocurre así con la recomendación de consumir suplementos de omega-3 para obtener beneficios cardiovasculares, neurocognitivos, oculares, inflamatorios? Para dilucidarlo, revisaron los estudios de mayor calidad (ensayos aleatorizados y controlados) sobre el uso de omega-3, pero también hicieron algo más: evaluar las ventas anuales de complementos con omega-3 (la mayoría en cápsulas de aceite de pescado) y las noticias generadas dentro de las dos semanas posteriores a la publicación de las citadas investigaciones.
Omega-3, bajo la lupa
En su análisis, Grey y Bolland revisaron estudios que hubieran comparado el riesgo de padecer enfermedades del corazón, cáncer, problemas de memoria o de pensamiento, condiciones inmunológicas, desórdenes digestivos o afecciones respiratorias, entre personas que fueron asignadas al azar a tomar aceite de pescado o un placebo.
Sus resultados fueron, tal y como informó Reuters, «decepcionantes». No extraña que, al ser entrevistados, los investigadores declararan que «la gente puede dejar de forma segura los suplementos de aceite de pescado, y centrarse en seguir comportamientos de salud con eficacia probada».
Sin embargo, en su análisis observaron que las noticias que se hacían eco de los estudios reflejaban un «entusiasmo general hacia el uso de omega-3». Entusiasmo que habrá influido, sin duda, en el incremento constante en las ventas de aceites de pescado y suplementos de omega-3 tanto en Estados Unidos (EE.UU.) como en el Reino Unido. Así, mientras que en 2007 las ventas de estos productos supusieron en EE.UU. 425 millones de dólares, en 2012 ascendieron a 1.043 millones de dólares.
En su trabajo, los investigadores reseñan que las ventas de ácidos grasos omega-3 aumentaron de forma constante, «a pesar de la acumulación simultánea de pruebas de alto nivel que indican que estos suplementos carecen de eficacia en los usos para los que se propugnan». Según indican en su investigación Grey y Bolland, un 10% de los americanos toma hoy por hoy esta clase de suplementos pese a la acumulación de pruebas de su ineficacia.
Consumo de omega-3 sin asesoramiento adecuado
Solo el 10% de quienes toman estos suplementos se asesora con un profesional sanitario
Lo más preocupante es que solo una décima parte de quienes toman estos suplementos (que pueden comprarse sin receta médica en innumerables tiendas) lo hacen con el asesoramiento de un profesional sanitario. Un factor que puede contribuir a esta situación es, para los investigadores, los «esfuerzos comerciales». En su estudio detallan que la industria que vende estos suplementos suele hacer una presentación «selectiva» de las pruebas científicas (es decir, solo hacen referencia a los análisis en los que los omega-3 salen beneficiados).
Vale la pena concluir con una reflexión de un reconocido investigador, el doctor Ben Goldacre. En una entrevista que concedió a El País en mayo de 2011, el periodista (Lucas Arraut) le pidió su opinión sobre los suplementos de omega-3, a lo que Goldacre respondió: «¿Por qué gastar energía y dinero en cosas con beneficios tan marginales? Lo que genera longevidad es algo tan obvio y poco glamoroso como hacer ejercicio, no fumar, comer bien… ¡Y ni siquiera hay evidencia absoluta de que eso funcione! Pero la gente implora pócimas mágicas».
Si bien los beneficios para la salud de los omega-3 no están claros, el impacto ambiental del consumo masivo de aceites de pescado sí es cuantificable. Dada la grave disminución de las existencias mundiales de peces, investigadores del Departamento de Nutrición la Universidad de Toronto revisaron esta cuestión en marzo de 2009. El título de su estudio, publicado en la revista Canadian Medical Association Journal, formula la siguiente pregunta: “¿Son sostenibles las recomendaciones dietéticas para el uso de aceites de pescado?”. La respuesta es “no”.
Dadas las pocas evidencias de los beneficios de aumentar la ingesta de estos ácidos grasos (que, como se ha indicado antes, siguen siendo pequeñas) y la gran amenaza medioambiental que supone incrementar las ya muy elevadas tasas de pesca, los autores recomendaron a los gobiernos que se abstuvieran de promover el aumento de la ingesta de ácidos grasos omega-3 a través del consumo de pescado. De nuevo, los investigadores insisten en que unos buenos hábitos de vida mejoran de manera mucho más convincente la salud que tomar más omega-3.