Casi tres millones de toneladas de alimentos se desperdician cada año en España. Esta cifra supone 65 kilos y un gasto de 250 euros anuales por persona, según los datos del estudio “Save Food” realizado por el grupo Cofresco Frischhalteprodukt (Albal) en siete países de la Unión Europea. Las razones que se apuntan son la falta de previsión en la compra, el desconocimiento de técnicas de almacenaje doméstico y eficaz y la no discriminación entre alimentos perecederos y no caducos. Ante esto, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ha determinado que la fórmula más eficaz para optimizar la producción mundial de alimentos es que se ajuste el consumo a las verdaderas necesidades. En esto es clave la educación alimentaria encaminada a lograr que la población aprenda a planificar los menús y que de esta planificación devengan las compras.
«Nuestros recursos se hacen escasos: la tierra, el agua y la energía no pueden aumentarse a voluntad. Por ello, es más eficiente limitar las pérdidas en toda la cadena de creación de valor que producir más», resume el organismo internacional. De aquí surgen las iniciativas para aprender, mostrar y compartir el esfuerzo de no desperdiciar comida ni alimentos, para que el camino de la granja al tenedor sea óptimo y los consumidores no descarten aquello que adquirieron, sino que utilicen toda su cesta de la compra.
Planificar la compra según los menús
Compra semanal o mensual programada o compra de emergencia para la comida del día. Son dos necesidades diferentes. La segunda hay que limitarla a la adquisición de los alimentos justos que se necesitan de manera inmediata. Por el contrario, la compra programada responde a una lista que está ligada a los menús caseros y diarios que se van a satisfacer.
Si se planifica la compra por gustos, necesidades e incluso caprichos, se adquieren los productos imprescindibles y el resultado final de la alimentación es más saludable y equilibrado que el derivado de la improvisación. La fórmula más eficaz es reflexionar, concretar y saber los menús que van a conformar la comida familiar en un periodo concreto de tiempo, que abarca desde una compra programada a la siguiente. Para ello, la mejor herramienta es visualizar los menús de la semana adaptados a las necesidades concretas y listar los ingredientes para hacerse con ellos.
Los alimentos perecederos, como la carne, el pescado, los huevos, los lácteos, las verduras y los fiambres, son los más desperdiciados
En la parte fresca de la cesta de la compra, lo mejor es optar poralimentos de temporada, más económicos, sabrosos y pertinentes. Los organismos oficiales, como los expertos, hacen hincapié en los beneficios de optar además por productos del país y, sin duda, de consumirlos durante la época del año en que se cultivan. El siguiente espacio de la cesta lo ocupan los alimentos de despensa básicos, como pastas, cereales, legumbres, aceite o lácteos.
Su necesidad se calcula al comprobar las cantidades que se tienen almacenadas y las que se utilizan en el periodo entre compras. Los alimentos perecederos, como la carne, el pescado, los huevos, los lácteos, las verduras y los fiambres, son los alimentos más proclives a desperdiciarse. Por este motivo, hay que prestar especial atención a la cantidad que se utilizará, para adquirir lo necesario. Conocer el menú es de gran ayuda.
La suma de ingredientes dará el cálculo aproximado de cantidades, con un riesgo mínimo de equívoco. Además, revelará el equilibro que resulta de un menú planificado con la presencia justa de recetas y combinaciones globales. Realizada la compra con cálculo y equilibrio, hay que aprender a guardarla bien. Este paso es clave para evitar que los alimentos se estropeen, se olviden o se extravíen.
Almacenar bien los alimentos
Hoy en día, se sabe mucho sobre la tecnología de envasado de alimentos. Con las herramientas de almacenamiento convenientes, una persona puede guardar diferentes alimentos por tiempo indefinido. Aprender cómo hacerlo es rentable y un apoyo ante una emergencia culinaria. Pero antes de organizar la alacena hay que controlar dónde y cómo se guardan mejor los alimentos.
A partir de ahí, sabido el lugar que deben ocupar, también hay que tener presente las diferencias entre fecha de caducidad y consumo preferente, dos conceptos que si se conocen ayudan al manejo de los recursos alimenticios y se evita la basura como destino final de un porcentaje demasiado alto. En definitiva, hay que conocer el tiempo útil de los alimentos y almacenarlos del modo más eficaz, al cumplir unas sencillas normas de conservación.
Una alimentación sana consiste en una dieta equilibrada. Pero este equilibrio no se reduce a introducir alimentos frescos, combinar la presencia de hidratos de carbono y proteínas, optar por grasas cardiosaludables y descartar las trans. Este equilibrio se consigue desde la compra. Si se adquiere aquello que se va a consumir, con la intención de utilizarlo de la mejor manera posible, se actúa bajo unos parámetros que acercan a la nutrición sólida y a la despensa saludable; en definitiva, una alimentación sostenible.
Escoger frutos secos y descartar snacks para los aperitivos ilustra una alacena más atractiva, sana y barata. Si se sigue la recomendación de ingesta de carne de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y se potencia la proteína vegetal, las bolsas de legumbres secas ocuparán una estantería con interesante tráfico.
Los zumos naturales, los huevos justos, las verduras del día o el pescado fresco de temporada son algunas de las muchas medidas saludables para el bolsillo y el estómago.