Hace veinticinco años la figura de un caracol sirvió al sociólogo Carlo Petrini como metáfora de una idea: abogar por el reencuentro con las tradiciones culinarias y los métodos de cultivo y distribución centenarias. En clara contraposición con la comida rápida y las técnicas globalizadoras, creó el movimiento “Slow food” -comida lenta, en su traducción del inglés-, presente hoy en más de cien países. Tres son las claves que sostienen esta opción alimentaria: educación y formación en los sabores y alimentos cercanos, apoyo a los pequeños productores y desarrollo de la biodiversidad autóctona. El consumidor puede introducir algunas de sus enseñanzas en la vida diaria con una pizca de voluntad.
Desarrollar el gusto
En los orígenes del movimiento se buscó educar el gusto y encontrar el placer en la alimentación, que nada tiene que ver con la gula o la sobrealimentación. Al igual que se aprende a reconocer los colores o se logra distinguir las notas musicales, la pretensión inicial de «comer lento» fue reconocer las variedades alimentarias con el claro propósito de estimarlas. La calidad de los productos que se encuentran en las cadenas de alimentación está probada científicamente, pero establecer una sana relación con la comida es más fácil si se valoran las características de los alimentos para dotar de placer el encuentro con ellos.
Alimentarse no es sólo cumplir con una obligación, un trámite o una necesidad, alimentarse puede ser un momento de disfrute, una pausa entre las obligaciones, un punto de encuentro con uno mismo. Esto mantiene el «slow food». ¿Cómo lograrlo? Disfrutando de un tomate de huerta en verano o del plato típico de una región, interesándose por su nombre, su procedencia y su técnica culinaria. Son sólo dos ejemplos.
Reconocer el sabor
La historia, la cultura, la geografía están encerradas en las recetas tradicionales y en las más modernas. Las características de una región, de sus productos y de sus gentes se trasladan a la mesa y adquieren un sabor que se hace patrimonio de la gastronomía que se degusta. Con el fin de disfrutar del gusto de los alimentos de antaño, el movimiento ha creado el «Arca del gusto», un catálogo que incluye alimentos en peligro de extinción de todo el mundo. Tiene el objetivo de descubrir, catalogar, describir y dar a conocer los sabores olvidados. En él han registrado más de 750 productos olvidados de distintos países del mundo, entre ellos 62 españoles. Se hace referencia a numerosos vegetales, cereales, algunas frutas y legumbres, diversas especies de pescado, distintos quesos, vinos y licores tradicionales.El movimiento defiende la recuperación de sabores, alimentos y formas de elaboración en peligro de extinción
La sabiduría de la cocina, de la huerta y de los establos es particular, incluso los utensilios, las técnicas y el menaje responden a una singularidad. «Slow food» aboga por encontrar ese sabor heredado y apuesta por traspasarlo al futuro. Este movimiento y otras corrientes análogas ayudan a dar valor a lo pequeño y clásico que en tiempos pretéritos fue denostado, y que en el siglo XXI se ha revelado como una defensa a la biodiversidad de las especies de cultivo y de las salvajes.
Acercar y reconocer el agro y la cabaña
Hacer un hueco en la despensa al «slow food» es incluir productos artesanos y fórmulas tradicionales entre la compra diaria. La supervivencia de pequeños agricultores, de minifundios y de técnicas que no se miden en la eficacia depende de que el mercado valore su presencia.Mercadillos, talleres, ferias son puntos de encuentro no sólo con la comida, también con la literatura que rodea a ese producto. Si bien el etiquetado es obligatorio, las preguntas sobre su procedencia, sobre su uso, sobre sus características obtendrán respuestas concretas en su procurador. El movimiento aspira a que se reconozcan y se valore lo cercano no globalizado sino particular, los alimentos y productos tradicionales. Encontrarse despacio con la comida.
Proteger la biodiversidad
Los métodos de trabajo de bajo impacto medioambiental, la reducción de pesticidas y el respeto al ambiente en el que se originó son pilares para que la producción agrícola y zootécnica posibilite el intercambio con el ecosistema circundante.Apostar por la agricultura y ganadería ecológicas son bases fundamentales
Se trata de salvaguardar los alimentos, las materias primas, las técnicas de cultivo y de transformación heredadas por los usos locales consolidados en el tiempo.
En definitiva, que la acción del ser humano contra el medio ambiente no provoque un aceleramiento en la extinción de las especies similar a la de los dinosaurios, por lo que la toma de medidas globales basadas en el desarrollo sostenible es fundamental.
“Slow food” ha superado la limitación de ser la alternativa o la oposición del “fast food”. Invita a comer despacio, lo contrario a comer rápido, un hábito alimentario que se ha relevado como muy perjudicial. Y por el contrario, comer despacio ayuda a equilibrar el menú, logra mayor y más temprana sensación de saciedad.
Así queda recogido con evidencia científica, y se destaca en un catálogo de cocina sana, donde se facilita además conseguir menús saludables. Vivir despacio está de moda, no sólo en la alimentación. En la arquitectura se conoce como “slow home” y en el turismo “slow travel”. En definitiva se trata de tomarse la vida con un poco más de calma.