No solo en invierno, en cualquier época del año se tiende a abrigar demasiado a los bebés. Y se debe tener cuidado con ello, porque en estos casos más no siempre es mejor. Abrigar en exceso a los pequeños tiene sus riesgos y es, según los especialistas, tan perjudicial como ponerles menos ropa de la que necesitan. Este artículo detalla cuáles son los riesgos de abrigar demasiado al bebé, las claves para controlar la temperatura del niño y del ambiente donde esté, cómo cuidar su piel cuando hace frío y algunos consejos para evitar los riesgos al abrigarlo para dormir.
Riesgos de abrigar demasiado al bebé
En las épocas de bajas temperaturas, una de las principales precauciones de los padres de bebés es mantener a sus criaturas bien abrigadas. Y es normal, porque el frío representa un riesgo muy importante para la salud de los pequeños. Sin embargo, esto no significa que «cuanto más abrigo, mejor». La expresión «bien abrigado» quiere decir que la cantidad de ropa que se debe colocar al niño debe ser la adecuada y no más de la necesaria. Para el menor, el exceso de abrigo puede ser tan peligroso como su carencia.
¿Cuáles son los riesgos de abrigar demasiado al bebé? El más común es provocarle fiebre. «Los recién nacidos no son capaces de regular al principio su temperatura, por lo que, si los abrigamos demasiado o los mantenemos en ambientes calurosos, pueden llegar a tener fiebre», se explica en la ‘Guía práctica para padres desde el nacimiento hasta los 3 años‘ de la Asociación Española de Pediatría (AEP). Por eso, si en épocas de mucho frío se detecta que el niño tiene fiebre, lo primero que hay que hacer «antes de alarmarse», dice el documento, es desabrigarle y tomarle de nuevo la temperatura después de unos minutos.
Otro riesgo citado por la AEP es el desarrollo de sudamina o miliaria, una erupción en la piel relacionada con el calor, que se produce en verano pero también ante el exceso de abrigo en épocas invernales.
Además, sobre todo en el caso de los bebés prematuros, tanto si su temperatura corporal es más baja como más alta de lo normal, consumirán energías extras en tratar de equilibrarla, lo cual les hará más difícil que ganen peso.
Y hay riesgos mayores. El exceso de abrigo es uno de los factores asociados con el síndrome de muerte súbita del lactante. Los pequeños son seres tan frágiles que arroparlos de más incluso puede causarles asfixia. Por ello, los cuidados se deben extremar y, en muchas ocasiones, más no quiere decir mejor.
Controlar la temperatura del bebé y del ambiente donde esté
Para conocer la temperatura corporal del niño, y de ese modo tener una referencia de si está o no bien abrigado, conviene tocarle el cuello, la nuca, los brazos o las piernas. Esas partes son mejores referencias que los pies y las manos, los cuales están fríos «debido a la inmadurez de su sistema circulatorio periférico», explica la guía ‘Cuídame‘ para madres y padres editada por el Gobierno de Aragón. El mismo documento añade que el bebé «no necesita más ropa de la que pueda precisar un adulto», aunque sí es conveniente ponerle al menos una prenda más, ya que, al permanecer quieto y no poder moverse para aumentar su temperatura (ni siquiera puede tiritar), esta tiende a ser un poco más baja.
Un factor clave relacionado con esta cuestión es la temperatura del ambiente en que el menor se encuentre. La guía de la AEP señala que la habitación debe hallarse a unos 20-23 ºC. Se debe evitar que el niño quede expuesto a corrientes de aire y que permanezca durante mucho tiempo cerca de estufas u otras fuentes de calor.
Y si se ha de salir al exterior, el consejo es abrigar por medio de capas: varias prendas, en lugar de una sola muy gruesa. De ese modo, se puede regular la cantidad de abrigo sin necesidad de desnudarlo.
Por otro lado, un documento de UNICEF titulado ‘Bienvenido, bebé: guía para familias que se agrandan’ apunta que, cuando se entra de nuevo a un lugar cerrado, aunque sea por poco tiempo (como si se coge algún transporte público), se debe quitar el abrigo que se haya añadido al niño para estar expuesto al aire frío del exterior. Es importante hacerlo incluso aunque el bebé esté durmiendo y pueda despertarse: el inconveniente de tener que calmarlo y que se duerma es mucho menor que los problemas que el exceso de abrigo podría ocasionar.
Cuidar la piel del bebé cuando hace frío
Otro aspecto al que se debe prestar atención cuando se trata de abrigar al niño es al cuidado de su piel. Como recomienda la AEP, hay que procurar que las prendas que estén en contacto directo con el bebé sean de algodón o de lino. Estos materiales permiten que la piel «respire» de forma adecuada y los riesgos de que generen alergias son más bajos.
También se ha de mantener hidratada su piel. Para ello, es fundamental que el ambiente donde esté no sea demasiado seco (puede ocurrir por la calefacción) y evitar el abuso de talcos y toallitas húmedas. Si se usan cremas hidratantes, al igual que los jabones, deben ser especiales para bebés, como apunta la ‘Guía de cuidados de la piel del recién nacido y del bebé‘, avalada por la Federación de Asociaciones de Matronas de España.
Esto es fundamental no solo porque la piel es el tejido más extenso del cuerpo humano, sino porque, en los niños pequeños, la proporción entre la superficie que intercambia calor con el exterior y el total de su masa corporal es tres veces mayor que en el adulto. Además, la cantidad de grasa que les aísla del ambiente es menor, otro elemento que convierte al cuidado contra el frío en fundamental para la vida y el bienestar del bebé.
El abrigo nunca debe impedir que el niño se mueva con libertad, ni que el cuerpo adopte sus posiciones naturales. Esto vale no solo para sus propias prendas, sino también para las sábanas, mantas u otras ropas de cama.
Como recomienda la guía de ‘Cuidados generales‘ de EROSKI CONSUMER, la sábana debe estar asegurada debajo del colchón pero sin una tensión que oprima al bebé, mientras que la manta se debe dejar libre, de tal modo que sus bordes caigan a los lados por su propio peso. De esta manera se evita el riesgo de que el pequeño se asfixie atrapado o enredado entre estas prendas.
Además, el bebé nunca debe dormir expuesto a corrientes de aire o fuentes de calor, y mucho menos con bolsas de dormir (tampoco con almohadas ni otros elementos similares al menos hasta los dos años de edad), ni expuesto a la luz del sol. Los rayos solares caen de manera oblicua en el invierno y calientan mucho menos que en verano, pero su piel es tan frágil que incluso en esta época los rayos UV pueden causarle un daño considerable.