Criar a los bebés llevándolos mucho tiempo en brazos o con portabebés es una tendencia en auge, en detrimento de la creencia de que ese hábito equivale a malacostumbrar a los hijos. Por el contrario, los expertos encuentran en esta práctica muchos beneficios, tanto para el niño como para sus padres. Este artículo explica por qué la crianza en brazos es una crianza más natural, que ayuda a crear un vínculo afectivo más sólido entre el bebé y sus progenitores y enumera varios beneficios prácticos para ambas partes. Destaca, además, cuál fue el punto de partida para volver a este tipo de crianza.
Crianza en brazos, un cuidado más natural
La crianza en brazos es un modo de acompañar el desarrollo del niño al que los especialistas dan cada vez más importancia. En los últimos años se han publicado libros y estudios científicos que certifican sus ventajas. Y desde 2008 hasta se celebra cada mes de octubre la Semana Internacional de la Crianza en Brazos. En oposición a las antiguas creencias de que era mejor no coger en brazos a los bebés durante mucho tiempo para evitar que se malacostumbraran, esta práctica gana cada vez más adeptos gracias a sus numerosos beneficios, que no alcanzan solo a los pequeños, sino también a sus padres.
El contacto piel con piel del bebé con su madre es esencial desde el propio parto. Dejar al niño sobre su pecho durante al menos 50 minutos tras el nacimiento, según la Asociación Española de Pediatría (AEP), favorece la lactancia materna y estimula la frecuencia y duración de las tomas, disminuye el tiempo de llanto del pequeño, le da mayor estabilidad cardiorrespiratoria y reduce el dolor por ingurgitación mamaria y sus niveles de ansiedad, entre otros beneficios.
Pero ese contacto sigue siendo positivo mucho después. Los abrazos hacen que el hijo se sienta protegido y seguro. Y mucho más cuando su piel está en contacto directo con la de su madre o la de su padre, ya que le recuerdan las sensaciones que experimentaba durante su gestación, en el útero materno. Además, los abrazos son un modo muy especial de comunicación con el bebé para el padre, que no puede establecer con el niño el vínculo que sí crea la lactancia.
Un vínculo afectivo más sólido entre los padres y el bebé
La crianza en brazos se refiere también al porteo: llevar al niño en una mochila, un fular o cualquier otro dispositivo portabebés. El porteo, que permite al pequeño estar en contacto físico con su madre o padre, favorece el lazo afectivo: está implicado en la formación del vínculo entre ellos, al igual que el contacto visual, el contacto piel con piel, la lactancia, el colecho y «en definitiva todas las actividades que impliquen pasar tiempo juntos, comunicarse, satisfacer necesidades y transmitir seguridad«, señala Eulàlia Torras, asesora de la asociación Alba Lactancia Materna.
En el mismo documento, la especialista añade que «el niño conforma su capacidad de relación afectiva y respuesta futura al estrés a través de la satisfacción oportuna de sus necesidades por parte de la madre o de quien le cuida». Es decir, las consecuencias positivas de la crianza en brazos para el bebé son de largo alcance: le beneficiarán a lo largo de toda su vida.
Y es que la preponderancia de llevar al niño en brazos, y en general el contacto corporal, constituye uno de los pilares de la crianza con apego. Una relación de cercanía entre padres e hijos, en la que los abrazos, los besos y las caricias sean habituales, permite que «los niños se conviertan en adultos con una alta capacidad para la empatía y la conexión«, como explica la asociación Crianza con Apego Internacional.
Los bebés que son llevados en brazos o con mochilas o fulares lloran menos. Un estudio científico reveló que los niños de seis semanas de edad que eran llevados durante tres horas diarias dentro de un portabebés de tela lloraban un 43% menos que otros (y más aún, un 51%, durante la noche). Los autores de otra investigación relacionada con el tema señalaron que «puede haber una relación entre el aumento del contacto físico, que logra el uso temprano de un portabebés blando, y la seguridad del apego entre el niño y su madre o padre».
Beneficios prácticos para madres, padres y bebés
El hecho de que el bebé llore menos es también un beneficio para sus padres. El porteo con mochilas o fulares ofrece también un beneficio práctico innegable: la posibilidad de tener las manos libres. De este modo, el pequeño disfruta de los beneficios de la crianza en brazos y la persona que lo lleva puede desempeñar otras tareas, tanto en casa como fuera de ella. En este último caso, las ventajas de poder salir con el bebé y sin el cochecito también son de gran importancia, mucho más aún si hay que atender a otros hijos.
Por otro lado, como destaca Ann Marie Rodgerson, presidenta de Babywearing International (institución que convoca la Semana de la Crianza en Brazos), «los niños que son llevados en portabebés tienen la oportunidad de explorar el mundo a mayor distancia de lo que el cochecito o sus pequeñas piernas les permiten». Esto hace que los bebés reciban más estímulos y a sus cerebros, tan plásticos en esa etapa, desarrollarse más y mejor. Al llevarlo en brazos, además, se reduce el riesgo de que padezca de plagiocefalia postural, la deformación que sufre el cráneo como consecuencia de que el niño -cuyos huesos son todavía muy blandos- pase demasiado tiempo acostado.
Uno de los principales puntos de partida en la “vuelta a lo natural” que representa la valoración de la crianza en brazos -en oposición a la idea de que de esa forma se “malcría” a los niños- fue la publicación, en 1975, del libro ‘El concepto del continuum. En busca del bienestar perdido’. Su autora, la antropóloga estadounidense Jean Liedloff, convivió con los yekuana, una tribu indígena de la Amazonia venezolana, y destacó luego los principios de la crianza natural que esas personas practicaban y de las cuales el mundo occidental se había alejado.
Uno de esos principios era la permanencia constante del bebé en brazos o pegado al cuerpo de su madre o de algún otro cuidador, desde su nacimiento hasta que comience a gatear, es decir, alrededor de los seis meses de vida. La lactancia materna a demanda y el colecho, tan relacionados con lo que hoy se conoce como crianza con apego, también ocupaban un papel central en aquel modo de vida.
Según Liedloff, estas son algunas de las experiencias básicas de la especie humana durante el largo proceso de la evolución, claves para alcanzar un desarrollo óptimo tanto físico como mental y emocional. Hoy los especialistas coinciden en que los niños criados de esta manera desarrollan una gran autoestima y son más independientes y autónomos que los que carecieron de ese apego.