Se llama dislalia a un trastorno en el habla de los niños, que les lleva a omitir o alterar ciertos sonidos. Estas dificultades son normales hasta los cuatro años de edad, pero a partir de ese momento constituyen un problema que puede deberse a muy diversos factores. En cualquier caso, conviene diagnosticar e iniciar el tratamiento lo antes posible. Este artículo aborda las características y los tiempos de este problema, las clases de dislalia, las causas de su tipología más frecuente y ciertos rasgos personales de los niños que se asocian con este trastorno.
Dislalia: desde cuándo los errores en el habla son un problema
La dislalia es uno de los trastornos más habituales que ocasionan una alteración en el habla de los niños. Consiste en un «error en la articulación específica para determinados sonidos consonantes», según explica la Asociación Española de Pediatría (AEP) en el documento ‘Trastornos del lenguaje‘. Esos errores se producen por ausencia de algunos sonidos o por su alteración y sustitución por otros. Los sonidos que con más frecuencia presentan estas dificultades son los correspondientes a las letras «r», «k», «l», «s», «z» y «ch» y a ciertas combinaciones de consonantes, como «tr», «pl», «fr», «tl», etc.
Estas incorrecciones son comunes hasta los cuatro o cinco años de edad. «Son consecuencia de un proceso natural de adquisición lingüística y, pasado el periodo evolutivo correspondiente, casi todos desaparecen sin que sea necesaria la intervención de ningún profesional«, aseguran Rosa Moreno González y Mª Ángeles Ramírez Villegas, expertas de la Universidad de Granada.
Pero no siempre ocurre. Y el problema es que, si los patrones incorrectos persisten hasta automatizarse, luego son más difíciles de corregir. Por eso, la intervención temprana es importante.
Tipos de dislalias
Hay varios tipos distintos de dislalias. En general se clasifican según sus causas o los mecanismos por los cuales se producen. Existe un grupo de dislalias llamadas orgánicas, que a su vez se dividen en:
- Disartrias. Son trastornos motivados por daños en el sistema nervioso central. Se caracterizan por una pérdida del control motor, lo que lleva a trastornos del habla ocasionados por debilidad muscular.
- Disglosias. El origen no es neurológico, sino lesiones físicas o malformaciones de los órganos articulatorios periféricos.
- Dislalias audiógenas. La causa del problema es una deficiencia auditiva. Como el niño no oye bien, pronuncia de forma incorrecta los sonidos.
Por otra parte, están las dislalias evolutivas o fisiológicas, que se traducen en la incapacidad para la correcta pronunciación de sonidos y fonemas derivada de una madurez cerebral insuficiente o de un inadecuado desarrollo del aparato fonoarticulador. Esta dificultad es normal hasta los cuatro años, por lo cual, pese al temor de muchos padres de que esto sea señal de algún retraso madurativo, nunca se debe intervenir antes de ese momento. Solo se considera dislalia cuando el pequeño ha superado esa edad y el problema persiste.
Un último grupo es el de la dislalia funcional. Esta alteración se debe al mal funcionamiento de los órganos articulatorios (boca, lengua, paladar, etc.) sin que se den causas de tipo orgánico. Esta es la forma de dislalia más frecuente. Incluso muchos niños que la padecen son concientes de que no pronuncian los sonidos de la forma correcta, pero les cuesta mucho o directamente no consiguen realizar los movimientos apropiados para lograrlo.
Causas de la dislalia funcional
Dado que la dislalia funcional es la más común y carece de causas orgánicas o fisiológicas, hay que ahondar en qué la produce para poder tratarla. Sus motivos pueden ser varios y aparecer de manera individual o combinados.
Uno de los más importantes viene por ciertos problemas de motricidad fina. Los sonidos que exigen un mayor control de la lengua y los demás órganos articulatorios (como los fonemas «r» y «l» algunas combinaciones) son los últimos que el menor domina y, en ocasiones, le cuesta más de la cuenta.
Otra causa son los fallos en la discriminación auditiva. El niño no tiene problemas para oír, sino para identificar los sonidos que oye y luego reproducirlos. También hay pequeños que tienen mayor dificultad para imitar movimientos. Como a hablar se aprende en buena medida copiando la forma en que hablan los demás -los bebés ya desde los seis meses de vida leen los labios de sus padres-, esto puede acarrear una dislalia.
Por otra parte, detrás de los trastornos en el habla también puede haber factores psicológicos o emocionales. Traumas, falta de cariño, sobreprotección, celos por la llegada de un nuevo hermano u otros elementos de esta clase pueden hacer que el niño, de alguna manera, quede estancado en una determinada fase de su desarrollo lingüístico.
También una cierta deficiencia intelectual se considera causa de dislalia, aunque en general en estos casos este trastorno es parte de un conjunto de problemas. Ante tales situaciones, el tratamiento requerido es a largo plazo y las posibilidades de recuperación serán distintas, según la condición del menor.
Ante estas circunstancias, lo más importante es hacer un seguimiento del pequeño desde bien pronto, recordar que es normal que no alcance un desarrollo correcto de todos los fonemas hasta los cuatro años de edad y estar muy atentos para que, en caso de que sea necesario, el niño pueda empezar un tratamiento logopédico lo antes posible.
Ciertas características personales “pueden desempeñar un papel relevante en la aparición y el mantenimiento de la dislalia”: dificultades para relacionarse con los demás, mostrarse más inhibidos y propensos a perder el control emocional y unos niveles de ansiedad, tensión e inseguridad superiores a la media. Así lo han explicado numerosos estudios, citados a su vez por los especialistas José Manuel Moreno Manso y Mª Rosa Mateos García en un trabajo publicado por la Universidad de Almería.
Moreno y Mateos analizaron a una veintena de menores con dislalia de entre seis y ocho años de edad y llegaron a las mismas conclusiones. A estos pequeños no les gustaba actuar en grupo y tendían a alejarse del contacto con los compañeros. “Mediante el alejamiento intentan evitar la amenaza del entorno y la excesiva estimulación“, señalan los autores, quienes añaden que “los niños se muestran muy sensibles, sensibilidad que puede estar fomentada por la sobreprotección parental, lo que a su vez puede hacer persistir el desorden articulatorio”.
Estos y otros factores hacen todavía más importante el diagnóstico y el tratamiento precoz del problema. Y la valoración de las características de la personalidad del pequeño, en palabras de Moreno y Mateos, “debe formar parte, de una manera indispensable, del proceso de exploración e intervención ante la detección de este desorden del habla”.