Dormir la siesta tiene múltiples ventajas, en especial, para los niños pequeños. Es tan beneficiosa para los menores de tres años que los expertos en la materia se refieren a ella como un hábito imprescindible. En ese descanso -que no debe extenderse demasiado-, los pequeños reponen fuerzas, mejoran el aprendizaje y la memoria a corto plazo. Distintas investigaciones apuntan que esta pausa es fundamental para reactivar el cuerpo y la mente, fijar los conocimientos aprendidos durante el día y distinguir lo que es importante de lo que no lo es. Además, y en contra de la creencia popular, ayuda a que se concilie mejor el sueño por las noches.
Dormir la siesta durante la infancia es fundamental, sobre todo en los tres primeros años de vida. En este periodo, el niño adquiere las bases necesarias para aprender de forma adecuada nuevos conocimientos y relacionarse con el mundo que le rodea. Así lo certifican investigadores del departamento de Psicología de la Universidad de Arizona, en EE.UU., que concluyen que las siestas son una parte integral del aprendizaje de los más pequeños.
Más allá de aliviar el cansancio, el sueño facilita el almacenamiento de la memoria a corto plazo y deja espacio para nueva información. En los niños de uno a tres años, además, una siesta durante el día aumenta las posibilidades de alcanzar un nivel avanzado para discernir lo importante de lo irrelevante. Ésta es una de las conclusiones que se desprenden de un reciente estudio presentado en la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAC). En él, los investigadores analizaron las respuestas (mediante expresiones faciales) de niños de 15 meses de ambos sexos ante frases que habían oído con anterioridad, tras dormir o no unas horas.
Los niños que durmieron una siesta aprendieron una oración o las relaciones entre diferentes frases. Por el contrario, quienes no durmieron no reconocieron las frases que habían escuchado antes. Los pequeños que dormitaron fueron capaces de generalizar su conocimiento de la estructura de la oración y predecir una nueva frase. Esto sugiere que la siesta favorece el aprendizaje abstracto, es decir, la capacidad de detectar el patrón general de una nueva información (después de una frase, viene otra).
Si bien es conocida la importancia de estimular a lactantes y niños pequeños mediante la lectura o la música, también es conveniente hablarles y exponerles a un amplio abanico de palabras. Estos estímulos deben llevarse a cabo, según los científicos, en un contexto bien regulado en el ciclo diario. Los investigadores aseguran que su trabajo es la primera demostración de que los niños, como los adultos, necesitan dormir para transformar el conocimiento en pensamientos abstractos.
Además de estos beneficios neurocognitivos, las siestas proporcionan el tiempo de descanso necesario para reponer fuerzas en esta etapa de acelerado desarrollo físico e intelectual. También ayuda a que los pequeños no lleguen a estados exagerados de agotamiento y tengan dificultades para dormir por la noche. Se ha confirmado que la siesta en la infancia reduce la hiperactividad y la ansiedad en los niños.
Las horas de sueño se reducen a medida que los pequeños crecen: un recién nacido puede dormir de 16 a 20 horas, mientras que a partir del año (y hasta los tres), los bebés duermen entre 10 y 13 horas. Estas necesidades no deben infravalorarse. La siesta diaria es imprescindible en determinadas franjas horarias. Cuando las horas necesarias no se cubren, los más pequeños pueden mostrar signos evidentes de fatiga o, incluso, problemas más sutiles que afectan al comportamiento y al rendimiento escolar.
Cómo conseguir que el niño duerma la siesta
Para que un niño duerma la siesta en su primera infancia, hay que seguir una rutina tanto al acostarse por las noches como al hacerlo durante el día. Cuando se detecten señales de sueño (estar inquieto o frotarse los ojos), hay que llevarle a la cama para que sea consciente del acto de ir a dormir y concilie el sueño por él mismo. Generar un ambiente agradable (música suave, cuentos o canciones) puede ayudar.
La siesta no debe convertirse en una batalla, aunque se muestre resistencia a dormir, algo habitual a medida que crecen. Supone la oportunidad de realizar actividades más relajadas, como jugar con tranquilidad en su habitación o leer. Si se establece la rutina adecuada, descansar durante el día no tiene por qué interferir en las horas de sueño nocturnas. Está demostrado que dormir durante la tarde tranquiliza el estado de ánimo de los pequeños y facilita la conciliación del sueño por la noche. Al contrario, la fatiga extrema puede ser contraproducente y sobreexcitar tanto a los niños que, en este caso, la conciliación del sueño sea difícil.