Muchas personas tienen la sensación de que los niños de hoy en día son más inteligentes que los del pasado. ¿Hay algo de cierto en ello? Los cambios evolutivos necesitan muchas generaciones para producir efectos notorios en una especie, pero la gran cantidad de estímulos que los pequeños reciben en la actualidad los lleva a aprender las cosas con mayor rapidez. En este artículo se abordan distintos estudios acerca de los factores que favorecen o no la inteligencia de los niños y ofrece datos sobre los modos de entender la inteligencia.
Los niños de hoy son más listos, una sensación generalizada
La idea de que los bebés y los niños de la actualidad son más inteligentes que los de antes se repite a menudo. No solo cuando se observa a un pequeño manejar con gran habilidad dispositivos electrónicos, sino también en relación con muchos otros comportamientos. Los adultos tienen la sensación de que, cuando ellos tenían esas edades, eran mucho más «lentos» para aprender las cosas.
La psicóloga Rocío Ramos-Paúl, conocida por su programa de televisión ‘Supernanny’, aseguró en una entrevista con EROSKI CONSUMER que «ahora los niños son más listos. Les hemos hecho más inteligentes: son capaces de contestar o razonar cuestiones que antes no podían y tienen más capacidad de entender las cosas». Según la especialista, esto se debe a que «hemos aprendido a darle mayor importancia a la infancia y hemos estimulado más a los niños».
Hablar con los niños promueve su inteligencia
Hay estudios que revelan que aspectos bastante elementales de la relación entre padres e hijos influyen en su inteligencia. El modo en que los progenitores hablan a sus bebés es uno de ellos. Betty Hard y Todd Risley, investigadores de la Universidad de Kansas (EE.UU.), analizaron a 42 familias de diversos estratos socioeconómicos, de tal forma que siguieron el desarrollo de sus niños desde los siete meses hasta los tres años de edad.
Las conclusiones de la investigación -que duró una década- apuntaron que, a los tres años, los hijos de profesionales de buena situación económica habían oído 30 millones de palabras más que los niños de menos recursos y que esto ejercía una influencia notoria en el desarrollo intelectual y cognitivo de los pequeños. Basada en este trabajo, la cirujana pediátrica Dana Suskind, experta de la Universidad de Chicago, lanzó la iniciativa «Thirty Million Words» (30 millones de palabras), para promover que los padres hablen más -y mejor- a sus hijos.
Elementos de la vida moderna que no estimulan la inteligencia del bebé
Otras investigaciones, en cambio, indican que la modernidad también trae consigo algunas prácticas que perjudican la inteligencia de los pequeños. Isabel Gentil García, experta en podología de la Universidad Complutense de Madrid, destaca en un artículo las consecuencias negativas de la tendencia de calzar a los niños antes de lo necesario, con prendas llamadas «calzado para preandantes» o «para gateo». Al hacerlo, se «reprime la sensibilidad táctil de los pies», la cual es «un factor de aceleración de maduración, del desarrollo propioceptivo y del desarrollo intelectual». El título del artículo es elocuente: ‘Niños descalzos igual a niños más inteligentes’.
En este sentido, un factor más contundente es la afirmación -sostenida por muchos especialistas, aunque no existe un consenso generalizado- de que los bebés que se alimentan con lactancia materna son más listos que quienes no lo hacen. El vínculo madre-hijo, tan estrecho y con mayor interacción verbal durante la lactancia, sería la clave para el mejor desarrollo intelectual y motor del pequeño, junto con otros como los factores genéticos y los estímulos educativos que se ofrecen al bebé durante su crecimiento. La reducción en la cantidad de madres que dan el pecho a sus hijos y del tiempo durante el cual lo hacen también es un fenómeno moderno.
¿Qué es la inteligencia?
Un elemento que no siempre se tiene en cuenta cuando se habla de estas cuestiones es definir el concepto clave: qué se entiende por inteligencia.
Si se piensa como algo que va más allá de lo intelectual y del rendimiento académico, como lo hace la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner (que reconoce ocho tipos de inteligencias: lógica, lingüística, corporal, musical, espacial, naturalista, interpersonal e intrapersonal), también la mirada sobre los menores y su comparación con los «de antes» puede variar.
En este sentido, existe el riesgo de que los niños sean más ágiles mentalmente, que dominen la tecnología con habilidad e incluso que obtengan buenos rendimientos escolares, pero que al mismo tiempo se resientan otras habilidades. El contacto con la naturaleza, la educación de las emociones, el desarrollo de la empatía, las relaciones saludables con las otras personas, el afianzamiento de la autoestima, la tolerancia a la frustración y muchos otros aspectos también favorecen la inteligencia de las personas. Es algo que no se debe descuidar, sobre todo en una época en la cual la vida en la ciudad parece conducir cada vez más al encierro y al poco contacto con la naturaleza y los demás.
Además, otro riesgo del uso excesivo de la tecnología es el de la «atención fragmentada» que generan los dispositivos como ordenadores, teléfonos móviles y tabletas. Esto puede tener consecuencias importantes, no solo en los niños con una propensión a los trastornos de déficit de atención con hiperactividad (TDAH), sino que en general dificulta la capacidad de concentración. Como consecuencia, también el rendimiento académico se vería perjudicado.
Quizá lo más acertado no sea decir que los bebés y niños de la actualidad son más inteligentes, sino que van un poco más rápido, en buena medida gracias a la mayor cantidad de estímulos que reciben y al mayor conocimiento sobre las formas de promover su desarrollo.
Para que se produzcan cambios estructurales que hagan que, por factores innatos, las personas sean más inteligentes que las del pasado, deben pasar muchas generaciones, y no las pocas que nos separan de los niños con los cuales se compara a los de hoy.
Como apunta en su blog el experto en tecnología Lito Ibarra, si se tiene en cuenta que los dispositivos electrónicos son cada vez más baratos, pequeños y eficientes, y que además sus diseñadores conocen cada vez mejor las “reacciones humanas intuitivas”, se puede concluir que “no es necesariamente verdad que nuestros niños sean más capaces e inteligentes que lo que fueron las generaciones pasadas, sino que en realidad están rodeados de más tecnología, que a su vez es de más fácil uso”. Ibarra añade que ese mayor acceso a la cultura digital ha permitido acelerar el aprendizaje, tanto en los niños como en los adolescentes.