Muchos adultos se sorprenden al advertir que, cuando son muy pequeñitos, los bebés lloran sin lágrimas. Y se preguntan si estará fingiendo o si puede tener algún problema. La explicación es simple: su sistema lagrimal todavía no está maduro para producir suficientes lágrimas y por eso estas no afloran durante el llanto. Este artículo explica el porqué del llanto sin lágrimas del recién nacido. También detalla cuándo la falta o el exceso de lágrimas puede ser síntoma de problemas y qué pasa si el niño llora sin lágrimas cuando ya ha dejado de ser un bebé.
El porqué del llanto sin lágrimas en las primeras semanas
No es raro que, cuando el bebé tiene pocos días o semanas de vida, sus padres o alguna otra persona que esté con él se pregunte por qué el niño llora sin lágrimas. ¿Qué le pasa? ¿Acaso es algo malo? ¿O es que desde tan pequeñito ya simula llorar para obtener lo que desea? Pues no, nada de eso. Ni ocurre algo malo, ni el bebé finge.
Sus glándulas lagrimales están todavía muy poco desarrolladas, lo que hace que todavía no generen lágrimas suficientes como para que sean visibles al llorar. Estas glándulas se ubican dentro de la órbita de los ojos, por encima de su extremidad lateral. Son las encargadas de producir las lágrimas, cuya función es lubricar, limpiar y proteger la superficie de los ojos y permitir que los párpados se deslicen sobre ella. Por lo general, entre la cuarta y la sexta semana después del nacimiento, las glándulas lagrimales alcanzan ya un grado de madurez que hace que, cuando el niño llore, asomen a sus ojitos sus primeras lágrimas.
La falta de lágrimas como síntoma de problemas
¿Qué pasa si después de ese periodo el bebé sigue llorando sin lágrimas? Pues en ese caso hay que estar atento, porque la ausencia de lágrimas puede ser signo de dos problemas.
Uno de ellos es la deshidratación. Como señala la Asociación Española de Pediatría (AEP) en su ‘Guía práctica para padres. Desde el nacimiento hasta los 3 años‘, la falta de lagrimeo es motivo de consulta lo antes posible con el pediatra, lo mismo que si los ojos están hundidos, la piel y las mucosas secas o sus manos frías, o si el pequeño no orina con la frecuencia normal o está adormilado.
El mayor riesgo de deshidratación en los bebés se produce cuando padecen diarrea o gastroenteritis aguda. Es decir, cuando el número de deposiciones aumenta de manera brusca y pasa a ser mucho mayor que lo normal para su edad, lo cual va acompañado, por lo general, de pérdida de peso. Según la AEP, el cuadro se cura por sí mismo en unos días y no dura más de una semana, pero exige estar muy atentos porque los niños se deshidratan en poco tiempo y sus consecuencias pueden ser importantes.
La otra posible, aunque bastante menos frecuente, causa de la falta de lágrimas en los bebés es la falta de desarrollo de la glándula lagrimal, que hace que no funcione como debiera. En este caso, el oftalmólogo deberá analizar al pequeño para decidir el tratamiento más apropiado para su caso.
El problema opuesto: exceso de lagrimeo
En cambio, sí es más común -afecta a uno de cada diez- el problema contrario: un aumento en el lagrimeo. Esto se produce a causa de una obstrucción congénita del canal lagrimal, el cual impide que las lágrimas sigan su curso natural hacia la cavidad nasal y, en consecuencia, se acumulen en el párpado inferior, dando lugar a legañas, costras y, en ocasiones, conjuntivitis e infección.
Tal como explican Teresa Gómez, Pablo Zaragoza y Miguel Zato, expertos del Instituto de Ciencias Visuales de Madrid, en un artículo publicado por la AEP, este problema se advierte a partir de las dos semanas de vida del bebé. En la mayor parte de los casos mejora de forma espontánea hacia el año de vida.
Por eso, la recomendación para médicos y padres es tener «una conducta inicial conservadora». Los consejos para esos primeros meses son mantener una higiene adecuada, a través de lavados con suelo fisiológico, y practicar masajes sobre el saco lagrimal, ubicado en la parte superior de la nariz, entre los ojos. El saco lagrimal es la parte del conducto lagrimal que conecta el drenaje de los ojos con las cavidades nasales. Los masajes aumentan la presión hidrostática en el canal y favorecen la solución del problema.
Si cuando el niño ya ha crecido llora sin lágrimas, es probable que en ese caso sí se trate de un llanto forzado e, incluso, que forme parte de un berrinche o una rabieta. Estas situaciones se dan sobre todo entre los 2 y 4 años de edad y son un recurso que el menor emplea para expresar su frustración. Además del llanto, incluyen gritos, pataleos y otras actitudes, como tumbarse en el suelo, ensuciarse adrede y hasta pegar a sus padres.
La psicóloga Rocío Ramos-Paúl explica en esta entrevista con EROSKI CONSUMER que las rabietas “se tienen que dar”, ya que los pequeños “hacen estas cosas porque no saben contar lo que les pasa“. Por eso, apunta que ante tales situaciones “hay que enseñarles que esa no es la forma adecuada de expresar su enfado, cansancio o malestar” y añade que “el peligro es que el niño vea que con el llanto puede conseguir todo lo que quiere”. Y si el llanto es sin lágrimas, más peligroso aún.