El insulto del menor como forma de expresar su desagrado es una conducta problemática, a menudo un síntoma del síndrome del niño consentido. Por eso, cuando estas agresiones aparecen, conviene tomar medidas lo antes posible. En este artículo se explica por qué los insultos no deben considerarse “cosas de niños” y se recogen consejos para evitar que el pequeño insulte.
Los insultos no son cosas de niños
El llanto es primer recurso de los niños para expresar su desagrado ante una situación. Así es como los bebés manifiestan que tienen hambre, frío o sueño. A medida que crecen, los berrinches infantiles se hacen más complejos. Hasta que un día aparece un elemento que a menudo resulta perturbador: el insulto del pequeño contra sus padres o contra otras personas. ¿Cómo lograr que el niño deje de insultar?
El niño que insulta puede padecer el síndrome del emperador o estar demasiado consentido
Ante todo, se debe identificar el insulto como una conducta infantil negativa, y no dejarla pasar como «cosas de niños». Puede ser un síntoma de un problema mayor: que el pequeño sea (o esté en camino de serlo) consentido, es decir, que desarrolle el síntoma del emperador o del niño tirano.
Una de las principales características de estos pequeños es tener escasa o ninguna consideración hacia los demás, incluidos sus padres. Como, además, son demandantes, egoístas, caprichosos, no temen a los castigos y tienen un nivel muy bajo de tolerancia a la frustración, el insulto es una reacción muy frecuente cuando se enfadan o no logran lo que desean.
En muchas ocasiones, este problema se deriva de que los padres son demasiado permisivos, no saben establecer límites o no ejercen su papel con autoridad. Los expertos recuerdan que un progenitor debe ejercer su autoridad, que significa que tiene que poner límites claros a sus hijos en todos los ámbitos.
Niños que insultan: consejos para frenarles
Una serie de prácticas ayudan a frenar los insultos de los niños contra sus padres y otras personas.
Establecer reglas claras. El niño, desde que comienza a hablar, debe saber que insultar está mal. Muchas veces, cuando es pequeño y aprende a decir palabrotas, los adultos lo festejan como una gracia, pero luego será difícil quitar esos términos de su vocabulario. Además, no se trata solo de las palabras, sino del uso que se hace de ellas. Los insultos causan mucho daño.
Educar con el ejemplo. De nada vale que un adulto le diga al menor cómo debe comportarse, si luego su propia manera de actuar contradice esas indicaciones. Si el mayor usa los insultos de manera habitual contra otras personas o hacia el propio niño, será muy fácil que el pequeño imite sus modales y formas. También hay que tener mucho cuidado con otras maneras y expresiones de menosprecio, como calificar de «lento» a un niño cuando se habla con otras personas en su presencia.
Reprender por acciones concretas. Cuando haya que llamar la atención al pequeño por portarse mal (en general, no solo por insultar), hay que referirse a esa acción («eso está mal, es incorrecto») y no decirle expresiones generalistas como «eres malo» o «eres incapaz». De esa forma, se respeta su autoestima y se evita que el menor se acostumbre a juzgar y calificar a los demás.
Inculcar que trate a los demás como le gusta que lo traten a él. Someter al niño a un pequeño cuestionario puede ser revelador para él: ¿a ti te gusta que te insulten o te hablen con malas maneras?, ¿cómo crees que se sienten los demás cuando tú lo haces?, ¿deseas que las personas que quieres se sientan mal?
Elaborar una tabla de puntos para el niño. El refuerzo positivo arroja mejores resultados que los castigos. La tabla de puntos, propuesta por los psicólogos Theodore Ayllon y Nathan Azrin, resulta muy útil, sobre todo, en pequeños que se han acostumbrado a insultar o hablar en términos incorrectos. Hay que partir de una cantidad de puntos semanal y restar unidades cada vez que repita un insulto. A medida que el menor muestre mejoras en su comportamiento, recibirá gratificaciones.
Una educación consciente. El objetivo de la llamada educación consciente es que el niño pueda expresarse sin lastimar a los demás. La clave está en hallar un equilibrio entre el autoritarismo y la permisividad. Los padres deben representar figuras de autoridad, pero también de guía y acompañamiento, que inspiren respeto en el menor.
Un insulto del niño puede tener su origen en un enfado puntual, sin que sea algo habitual ni frecuente. En este caso, es importante no entrar en la dinámica dictada por ese propio enfado, es decir, no enfadarse también el adulto.
El libro ‘Cómo hablar para que los niños escuchen y cómo escuchar para que los niños hablen‘ (Medici, 1997), de Adele Faber y Elaine Mazlish, proporciona muchas pautas para mejorar la comunicación con los pequeños. Una de sus principales recomendaciones consiste en aceptar sus sentimientos. Esto no quiere decir que haya que dejarlos actuar como quieran, sino admitir que pueden sentirse enfadados, aunque no tengan razón.
Entonces, ante respuestas del niño del tipo “te odio”, “eres malo” o “eres idiota” conviene responder desde la calma (“no me ha gustado lo que acabo de escuchar. Si estás enfadado, dímelo de otra forma y entonces quizá yo pueda ayudarte”). Esta es una actitud efectiva para que el pequeño deje de lado las malas maneras y se exprese con respeto.